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El lunes santo, las Farc liberaron unilateralmente a diez secuestrados de la fuerza pública. Aunque todavía se piensa que detrás de cada acto de la guerrilla hay una trampa, este gesto no se puede tomar a la ligera

SECUESTRADOS

¿A sacar la llave de la paz?

La liberación de los diez últimos militares es un gesto de la guerrilla que no debe ser minimizado ni despreciado. Está muy bien que Santos temple la cuerda, pero debe evitar que se rompa.

7 de abril de 2012

Es natural que detrás de cada gesto humanitario que anuncia la guerrilla la primera reacción sea de escepticismo. Después de la experiencia de El Caguán existe, con razón, un sentimiento generalizado de desconfianza porque se piensa que tras cada acto de las Farc hay una trampa o un engaño. Pero la liberación unilateral de los diez secuestrados de la fuerza pública no se debe tomar a la ligera.

Durante tres lustros, las Farc se negaron a dejar en libertad a los militares que tenían en cautiverio. Si ahora lo hacen, sin que medie un canje de prisioneros ni contraprestación de ninguna especie, es porque están aceptando una nueva realidad. Por eso esta vez el país debe aprovechar con pragmatismo y sin prejuicios esta coyuntura; porque, así como no se puede ser ingenuo en el arte de la guerra, el exceso de desconfianza puede llegar a cerrar la puerta de una oportunidad que se está abriendo.

Por ahora hay tres hipótesis sobre el tapete que le dan validez a esta premisa. 1) Que Juan Manuel Santos va a ser reelegido y que su aspiración es pasar a la historia como el gobernante que firmó la paz con la guerrilla. 2) Que es un hombre de mano firme que no va a cometer los errores del pasado, como ceder territorio o detener la ofensiva militar hasta que unas condiciones satisfactorias estén dadas. 3) Que iniciar un proceso de paz con la guerrilla requiere la construcción de un consenso en el país para vencer el pesimismo y entender que, aunque se trata de un proceso muy largo y tiene enormes complicaciones, en algún momento el presidente tendrá que empezar a pensar en sacar la llave de la paz que, según ha dicho, tiene guardada en su bolsillo.

El presidente Santos hasta ahora se ha limitado a reconocer el gesto de las Farc agregando que no es suficiente y que antes de cualquier cosa es necesario que sean liberados todos los secuestrados civiles. Esta posición es lógica estratégicamente, dada la presencia permanente del fantasma del Caguán y el radicalismo de ciertos sectores de opinión, que por cuenta de este, acusan de idiota útil y le caen encima a cualquiera que se atreva a pronunciar la palabra ‘paz’. Sin embargo, El Caguán fue una experiencia de negociación que fracasó porque estuvo mal diseñada, pero no puede convertirse en un fantasma insepulto cuyo nombre se invoca cada vez que hay una señal de la guerrilla. En ese contexto, la liberación de los demás civiles secuestrados por las Farc es un paso esencial en aras de recuperar la confianza de la sociedad frente a un eventual acercamiento con la guerrilla.

¿Será que esta vez sí se le puede creer a la guerrilla? Fuentes informadas sobre la vida interna de las Farc aseguran que al interior de sus dirigentes hay posiciones diferentes. Mientras Timoleón Jiménez y, por lo menos, otros tres miembros del Secretariado creen que ha llegado el momento de buscar una solución política definitiva al conflicto, otros, como Iván Márquez, creen que la guerra debe continuar pues las condiciones aún no están dadas para entregar las armas.

El presidente sabe perfectamente que las Farc no han tomado todavía la decisión definitiva. Una negociación de paz después de medio siglo de guerra es un juego de ajedrez muy delicado en el que cada movida de una ficha tiene un propósito y cualquier error puede significar un jaque mate. Al pedir la entrega de todos los secuestrados, Santos pone a prueba las verdaderas intenciones de la guerrilla. Pero el presidente debe saber que las Farc no van a liberar a los 100 o 200 secuestrados civiles sin algún tipo de señal de su parte. Esta puede ser pública o en secreto, pero lo que es claro es que no acarrea grandes riesgos, siempre y cuando no haya zonas de despeje ni un cese al fuego prematuro. Y estos dos escenarios son impensables, no solo para el presidente, sino para el resto de los colombianos, pues como dijo alguna vez el mismo Santos, al perro no lo capan dos veces.

El problema es que el tiempo corre y esto no le sirve a ninguna de las dos partes. Santos está con niveles de popularidad muy altos, lo que le garantiza la credibilidad y la legitimidad para liderar cualquier iniciativa en busca de la reconciliación nacional. No es seguro que en dos o tres años ese apoyo popular se mantenga intacto. Por su parte, los nuevos miembros del Secretariado son hombres viejos que han pasado toda su vida en las Farc y saben que la revolución con la que soñaron ya no es viable y que en cualquier momento una bomba les puede caer del cielo. Que algo está cambiando dentro de la insurgencia es evidente. Lo dijeron incluso los policías y soldados recién liberados, que en rueda de prensa hablaron de un evidente cambio de mentalidad en los combatientes que los vigilaban. Si el mundo, la región y el país han cambiado, ¿por qué la guerrilla –a pesar de su anacronismo– sería inmutable?