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Un colegio en Cartagena, manejado desde hace cuatro generaciones por una sola familia, es el mejor plantel educativo del país según el Icfes. ~Cómo se explica este fenómeno?

29 de noviembre de 1993

CUALQUIER OBSERVADOR desprevenido podría esperar que, cuando se publican los resultados del exámen de Estado Icfes, la lista de los mejores establecimientos educativos del país la encabezaran los colegios privados de la capital, como el Anglo Colombiano, el Andino, el Liceo Francés, el Helvetia, el Gimnasio Moderno, el Gimnasio Campestre o el Nueva Granada. Y esa sería una deducción lógica. Estas instituciones tienen a su dispo sición todos los recursos económicos que se derivan de sus altas pensiones, millonarios bonos, y, en algunos casos, la coopera ción de otros países.
Cuentan con profesores nacionales y extranjeros del mejor nivel, grandes salas de computadores, completas bibliotecas y lo último en tecnologías académicas. En otras palabras, tienen a su favor todo lo que un establecimiento de secundaria puede aspirar para estar entre los mejores.
Sin embargo, el primer puesto en la clasificación anual de colegios no lo ocupa ninguno de estos costosos centros. A nivel nacional, el primer lugar le corresponde a un austero plantel de Cartagena, sin más recursos que el pago de sus módicas pensiones, con profesores tradicionales, un pénsum que en poco se aparta de las exigencias del Ministerio de Educación, un sistema educativo a la antigua, sin campos deportivos, sin aire acondicionado y ni un solo computador: el Colegio de La Esperanza. A pesar de tener tantos elementos en contra, en 1986 este centro educativo destronó a los sofisticados colegios capitalinos. Desde entonces, con excepción de 1990 -cuando ocupó el segundo lugar-, ningún plantel del país ha logrado superarlo en el escalafón del Icfes.
Del mismo modo, en la clasificación por puntajes individuales los alumnos de La Esperanza han resultado ser los mejores. En 1992 superó todas las expectativas: uno de sus estudiantes obtuvo en el exámen 399 puntos sobre 400, y quedó clasificado con la nota más elevada en todo el país. La promoción que está por graduarse en noviembre ha resultado ser especialmente buena. Todos han sido recibidos en las mejores universidades del país y, de los 11 alumnos que se presentaron para ser aceptados en la Universidad Nacional, todos aprobaron el exámen de admisión. Se trata, sin duda, de un gran mérito: en total, este año hubo más de 34 mil candidatos. y sólo el nueve por ciento fue admitido en primer año.

LA CLAVE DEL EXITO
Ante semejantes resultados, la gran pregunta que desde hace años todos se formula es: si el colegio emplea los mismos libros de texto que utilizan miles de planteles en el país si los profesores no tienen preparación distinta a la de la mayoría de sus colegas, si el pénsum es idéntico al de la mayor parte de establecimientos, cómo lo hacen? La explicación es muy sencilla:
lo hacen a la antigua. Los niños del Colegio de La Esperanza estudian como lo hacían los abuelos, con una disciplina férrea, ceñidos a los textos, con un gran énfasis en la cultura general, poca calculadora, pocos deportes, y mucha severidad. "Nosotros no tenemos genios -dice el director del plantel, Jorge de Irisarri-. Tenemos alumnos trabajados". Y el trabajo, en La Esperanza, es sinónimo de tiempo, esfuerzo y dedicación.
Allí los métodos de vanguardia tienen poca cabida. Los alumnos dedican tantas horas como sean necesarias a aprender la materias, llegan perfectamente presentados y peluqueados a su clase de las siete de la mañana, e incluso regresan para tomar cursos suplementarios en las tardes. Periódicamente suben al "mata dero", que es como llaman al salón especial para exámenes. Ahí los pupitres están ubicados a un metro de distancia para evitar miradas indiscretas. Y, si aún así, algún alumno decide arriesgarse a copiar, lo más seguro es que lo disuada la mirada reprobadora del director, quien supervisa personalmente la totalidad de las pruebas. E1 "matadero" adquiere una fama aún peor en cuarto y quinto de bachillerato, cuando todos saben, por anticipado, que tradicionalmente más de la mitad del grupo se queda en el camino y repite el año. Tal vez en ningún colegio de Colombia sc repiten más años que en La Esperanza. Pero si para los alumnos del colegio la cosa no es fácil, para los profesores tampoco es muy sencilla. Las maestras deben llevar un discreto uniforme, igual al de las estudiantes. Durante el mes de enero, cuando los alumnos aún están en vacaciones, los profesores se dedican a preparar las materias y a revisar la metodología, que consiste esencialmente en poco aprendizaje de memoria y enseñanza con algunos soportes audiovisuales, rudimentarios si se los compara con los de otros planteles.
Aunque el Colegio de La Esperanza no tenga los atractivos ni los medios de otros colegios de Cartagena, lo cierto es que la gran mayoría de padres aspira a ver a sus hijos graduarse de ba chilleres de ese plantel. Y el fenómeno no para en Cartagena. Año tras año, cientos de solicitudes de admisión llegan de la Costa Atlántica y de todo el país. No obstante, después de las entre vistas personales y las pruebas académicas, sólo unos pocos privilegiados se unen a los 1.200 estudiantes de La Esperanza.

CUATRO GENERACIONES AL MANDO
Pero, sin duda alguna, la verdadera clave del éxito del Colegio de La Esperanza radica en la que es, probablemente, la dinastía de educadores más respetada del país. Se trata de la familia De Irisarri, que no sólo fundó sino que ha permanecido por 123 años al mando del plantel. Es esta familia de origen vasco la que ha dado al colegio su sentido de la moral, la disciplina y el trabajo que lo ha caracterizado a lo largo de su historia.
Fundado en 1870 por el general Joaquin F. Vélez y por Abel Mariano de Irisarri, La Esperanza quedó muy pronto bajo la dirección de este último. Se trataba de un colegio masculino creado para educar a las élites conservadoras, que muy pronto contó entre sus estudiantes a destacados personajes de la vida nacional y a futuros presidentes de la que luego sería la Re pública de Panamá. A los pocos años de la fundación del colegio, sin embargo, murió don Abel Mariano de Irisarri. Por esa causa, y por las guerras civiles que se vivieron durante el final del siglo pasado, las puertas del colegio se cerraron.
Pero don Antonio José de Irisarri, hijo del fundador, había heredado la vocación de su padre. Así, fundó en Panamá -donde residía la familia desde su destierro- un colegio, y, a su regreso a Colombia, reabrió las puertas de La Esperanza, que dirigió hasta 1932. Durante esos años el colegio volvió a conocer sus épocas de gloria.
La familia fue -y ha sido siempre- de carácter firme y decidido, y eso le ha reportado más de un contratiempo. Especialmente a don Antonio José, quien, a pesar de su fe cristiana, mantuvo relaciones muy tirantes con el obispo de Cartagena. Fue incluso excomulgado por prestar las sillas del plantel para una reunión de masones que se preparaba en esos días.
En 1932, tras la muerte de don Antonio José, asumió la rectoría del colegio don Antonio María dc Irisarri, quien se dedicó a poner el colegio a tono con las nuevas técnicas pedagógicas que aprendió en la Universidad de Missouri. Siguiendo los mismos principios, Jorge de Irisarri, hijo de don Antonio María, dirige desde hace más de 10 años el colegio.
Ha sido Jorge, el último de los De Irisarri, el encargado de poner al Colegio de La Esperanza entre los primeros del país. Y si la vida de los alumnos de La Esperanza es dura, la del director no es propiamente fácil. Para él, el día comienza a las seis y media de la mañana sigue con su clase de francés, con las labores administrativas, y la supervisión de los exámenes y del recreo. El director aprovecha, cuando no suenan los timbres y los teléfonos, para estudiar los exámenes de orientación profesional que practica cada año a los que se graduan, y que, segón él determinan que lleguen a ser excelentes profesionales "No hay alumno fracasado, sino carrera mal escogida", dice. Y quizás no esté del todo errado. Después de todo, en medio de una ruidosa casona en el centro, donde los salones carecen de cerramientos, y con la interferencia los ecos provenientes de la clase que se dicta a pocos metros, el Colegio de La Esperanza ha logrado desafiar las comodidades, los recursos y el esnobismo de los mejores planteles capitalinos.