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Para los expertos, Édgar Negret fue uno de los escultores fundamentales de Latinoamérica. Su obra marcó el arte moderno colombiano.

OBITUARIO

Adiós a dos maestros: Édgar Negret y Bernardo Hoyos

El mundo de la cultura está de luto. La semana pasada murieron, con pocas horas de diferencia, dos personajes emblemáticos: Édgar Negret, uno de los más grandes escultores del siglo XX, y Bernardo Hoyos, periodista y difusor.

13 de octubre de 2012

Hay personajes difíciles de reemplazar. El viernes pasado el mundo de la cultura amaneció con dos tristes noticias: la muerte de Édgar Negret y la de Bernardo Hoyos. Ambos se destacaron por su vida dedicada a la cultura y por la pasión con la que se entregaron a sus respectivos oficios. Negret falleció después de una larga enfermedad y Hoyos murió el jueves en la noche a causa de un paro respiratorio.

El final de la modernidad

Aunque llevaba ya varios años alejado de la vida pública, el maestro Édgar Negret seguía siendo una de las figuras más queridas y respetadas del arte colombiano. Una penosa enfermedad lo obligó a recluirse en su casa donde, sin embargo, era visitado con cierta regularidad por sus discípulos y amigos, que no eran pocos.

Justamente una de sus efímeras apariciones en público fue a principios de este año, cuando varios medios publicaron artículos sobre la supuesta situación de abandono en la que se encontraba. Según versiones de personas cercanas, Negret vivía en condiciones deplorables y su obra estaba siendo reproducida sin autorización por sus ayudantes. "No le falta nada, está claro. Los registros médicos hablan de un Negret que en los últimos dos años ha sido hospitalizado en la Reina Sofía por infecciones pulmonares, sondas gástricas, intolerancia a los carbohidratos", escribió en Arcadia Alejandra de Vengoechea, una de las pocas periodistas que tuvo acceso a la casa del maestro.

Más allá de sus difíciles últimos años y de la polémica reciente, Negret fue una figura que marcó el arte del siglo XX en Colombia. Nació en 1920 en Popayán y desde muy pequeño tuvo una sensibilidad especial. "De niño, una de mis máximas aspiraciones era ser santo. En la finca entraba en terrenos místicos, casi de éxtasis. Vivía al borde de que algo, muy al margen de lo real, aconteciera", contó en una entrevista. Uno de los momentos que más lo marcó durante su juventud fue el encuentro con el escultor Jorge de Oteiza. El artista vasco hizo un largo viaje por Latinoamérica y pasó por Popayán. Ahí conoció a Negret y lo inició en el mundo del arte.

En sus primeros años su obra fue figurativa. Debutó en solitario en el Palacio de Bellas Artes de la capital del Valle. Antes de viajar a Nueva York por primera vez, en 1949, empezó a trabajar la escultura en yeso. Pero en Estados Unidos encontró el material que mejor le permitió expresarse: el aluminio. "Cuando Negret empezó su peregrinaje de quince años —que inició y terminó en Nueva York y lo llevó a España y Francia—, fue en busca de sus pares, otros artistas con quienes compartir sus inquietudes. A pesar de su corta edad y de haberse formado en una provincia tan alejada del movimiento artístico mundial con sus vanguardias y su frenesí creativo, Negret ya tenía un amplio bagaje con el que se podía subir fácilmente al tren de la modernidad y hacer valiosos aportes que no se podían desligar de sus orígenes", le dijo a SEMANA el artista Carlos Salas, muy cercano al maestro.

Durante sus largos años en el extranjero, Negret forjó un estilo muy particular que le valió la admiración del medio artístico. Trabajó en una época en la que dominaba el expresionismo abstracto, es decir un arte muy visceral y lleno de fuerza, pero él fue uno de los primeros que propuso una obra más intelectual, donde el color, la geometría y el pensamiento eran fundamentales. En 1961 fue incluido en la exposición Geometrics and Hard-Edge. New Classicism, que organizó el Museo de Arte Moderno de Nueva York; en 1963 participó en el XV Salón Nacional de Artistas de Colombia y ganó el primer premio en Escultura, con Vigilante celeste; en 1967 volvió a obtener el primer premio en el XIX Salón Nacional, con Cabo Kennedy; y en 1975 obtuvo la beca de la Guggenheim Foundation, entre otros grandes reconocimientos.

Después de un largo peregrinaje decidió regresar a Colombia -a reencontrarse con sus orígenes- y se instaló en Bogotá. Para entonces ya era un artista con un mundo interior definido. "La obra de Negret tuvo varias influencias. La primera fue la tecnología. Cuando llegó a Nueva York quedó impresionado con las máquinas -como el metro- y eso marcó su trabajo posterior. También sentía una gran fascinación por las culturas prehispánicas y las comunidades indígenas de los Estados Unidos. Y finalmente le encantaba el universo, los astros. Su trabajo se puede entender como una fusión de la modernidad con lo místico", le dijo a esta revista el crítico de arte Eduardo Serrano, curador de una de sus últimas retrospectivas, en 2005, en el Museo Nacional.

Por cincuenta años Negret fue un protagonista central del arte colombiano, al lado de Obregón y Botero. Algunos se atreven a decir que no solo fue uno de los grandes escultores de Colombia, sino uno de los más importantes en Latinoamérica. Con su muerte se va uno de los máximos representantes de la modernidad. "Su trabajo se interrumpió hace años. No llegó al siglo XXI, se instaló en el siglo XX y ese es su lugar, del que fue uno de sus protagonistas", dice Salas.

Ver de otra manera

Bernardo Hoyos era un lector incansable: siempre que le preguntaban sobre su rutina decía que se quedaba hasta la media noche recorriendo con lupa las páginas de libros, revistas y periódicos. Esa inagotable curiosidad fue justamente lo que lo salvó de vivir en la penumbra desde que hace 50 años un médico le diagnosticó una extraña infección. Bernardo estaba de viaje en Yugoslavia con unas amigas cuando un día se levantó con lo que parecía una moneda negra en el ojo izquierdo. Los antibióticos que el doctor le formuló no sirvieron y con el tiempo el mundo se le hizo cada vez más borroso.

Aunque acostumbrarse a la oscuridad fue duro, eso solo intensificó su deseo de seguir aprendiendo y llenando su biblioteca de nuevos ejemplares. De hecho, en una entrevista que concedió a la revista Fucsia el año pasado, aseguró que se sentía muy afortunado: "La vida, más que dificultades, me ha dado oportunidades". Su trayectoria no deja lugar a dudas: en 78 años fue desde locutor de la BBC y editor de la revista International Management en Londres, hasta presentador del programa de televisión Cine Arte y director de la emisora de la Universidad Jorge Tadeo Lozano (HJUT) durante 13 años. Todo lo hizo de forma empírica, porque antes que literatura, periodismo o música, Bernardo escogió estudiar derecho.

Nacido en Santa Rosa de Osos, creció en un hogar lleno de música. De niño escuchaba con fervor la BBC sin saber que algún día estaría al otro lado del dial. Su papá, el notario del pueblo, lo animó a matricularse en la facultad de Jurisprudencia de la Universidad Bolivariana de Medellín Allí, con escasos 20 años, tuvo su primer contacto serio con la radio como el realizador de un programa de jazz que escribía y presentaba con su voz profunda.

Poco después dejó la capital antioqueña para hacer una maestría en derecho comparado en Dallas. Allí aprendió inglés y leyó todo lo que tuvo a su alcance. Su siguiente destino fue Londres, su ciudad adoptiva, tanto así que él mismo bromeaba con que había nacido en "Santa Rosa de Oxford". Entre idas y venidas, finalmente se quedó en Inglaterra nueve años como colaborador del Servicio Latinoamericano de la BBC.

Su pasión siempre fue la radio, pero más que eso, era un amante de la cultura. "Él disfrutaba del arte, la gastronomía, la arquitectura... Le quitaba la trascendencia a la cultura y la volvía parte natural de la vida", dice José Fernando Isaza, antiguo rector de la Tadeo y amigo cercano de Hoyos.

Su mayor fascinación era la Edad Media y todo en su vida, desde su gusto estético hasta su concepción del amor, era medieval. No en vano consideraba que su esposa, Constanza Montes, era una dama a quien él servía, como un caballero a su reina. También adoraba la música de esa época, pero veneró como ninguno a Bach. Tanto lo estimaba que bautizó a su hijo Juan Sebastián. Cuando quería cambiar de actividad se entregaba a la lectura. Desde hace más de medio siglo, cuando le recomendaron leer En busca del tiempo perdido, nadie pudo desbancar a Marcel Proust del primer puesto entre sus autores favoritos, y lo leyó en español, inglés, francés e italiano.

"Cuando lo conocí en 1984 me acuerdo que usaba unas gafas tremendamente gruesas -cuenta Rogelio Delgado, subdirector de HJUT-. Era una persona casi ciega, pero ávida de leer". No solo devoraba ensayos, biografías y hasta publicaciones de moda, sino que le encantaba aventurarse en largas caminatas por la universidad e incluso dedicaba horas a ver películas con sus amigos. Hoyos siempre vio lo que quiso y nunca dejó que su condición le impidiera disfrutar de los grandes placeres de la cultura.