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Pocos minutos antes de las 8 de la mañana, los simpatizantes de la causa de ‘SoHo’ llegaron a los juzgados de Paloquemao, en Bogotá. Su consigna, defender el derecho a la libertad de expresión. Gracias a la demanda, la revista ha recibido mucha publicidad en estas semanas

CRÓNICA

Al César lo que es del César

Luego de casi cinco horas de alegatos en los que se habló de derecho, filosofía, literatura, capitalismo salvaje y hasta de mecánica cuántica, el juez 32 dejó en manos de Dios el juicio por blasfemia a 'SoHo' y precluyó la investigación penal.

26 de agosto de 2006

El 22 de agosto, un martes después de puente nublado y depresivo, se llevó a cabo en los juzgados de Paloquemao la audiencia contra Daniel Samper Ospina, director de SoHo; el escritor Fernando Vallejo, autor de un texto que la organización Laicos por Colombia consideró como una calumnia e injuria, y los participantes de la representación alegórica a La última cena. Tal como ocurrió el pasado 26 de julio, cuando a última hora se canceló la audiencia porque Alberto Ramírez, juez 32 penal del circuito, tenía día de permiso, la revista SoHo organizó una marcha en defensa de la libertad de expresión. Esta vez vino menos gente. Del lado de los laicos, lo mismo. No estaba la señora analista de sistemas que en la jornada anterior acusó a SoHo de ser la responsable de la corrupción, el secuestro, el narcotráfico, la violencia de la guerrilla y el paramilitarismo y otros flagelos que azotan a Colombia por culpa de la pérdida de los valores.

Pocos minutos después de las 8 de la mañana, mientras Samper daba declaraciones para la radio, apareció una pancarta. "La defensa de una ofensa es una vergüenza". Dos mujeres con guitarra le cantaban himnos de alabanza al Señor. Poco después se bajó de un taxi un señor vestido de manera impecable con una pancarta azul de la Virgen.

Samper entró a las 8:30 a la sala, mal ventilada y abarrotada. No había asientos disponibles y estuvo de pie junto a la baranda que separa al público de las partes interesadas. Fueron cuatro horas y media seguidas de alegatos y diatribas en las que lo jurídico sirvió de pretexto para que en la sala se hablara de retórica, dialéctica, semiótica, estética, epistemología... Cuatro horas y media de reporteros y camarógrafos que entraban y salían, de policías que entraban y salían, de asistentes que seguían la audiencia con camándulas.

Pedro Nel Quezada Ortiz, fiscal 257, y Mónica Sánchez Medina, delegada de la Procuraduría, así como Juan de Jesús García, uno de los abogados defensores, expresaron básicamente lo mismo: no hay méritos para adelantar un juicio penal porque con la publicación no se constituyó el delito de injuria ni hubo daño a cosas relacionadas por el culto, entre otras porque La última cena de Leonardo da Vinci es una alegoría y no es en sí un objeto de culto; porque 'los católicos' no son individuos determinados sino un genérico. Además, los 47 demandantes son una mínima parte del 85 por ciento de colombianos que son católicos y no representan a la jerarquía de la Iglesia, que no se manifestó al respecto.

El abogado defensor, Humberto de la Calle, con sus dotes de orador del Eje Cafetero, le agregó a su alegato jurídico pinceladas de estética, teoría literaria y filología. "No hay que confundir el pecado con el delito". "Erosionar la libertad de expresión destruye las sociedades pluralistas". "La religión debe acatar a la democracia y no al revés". Cada vez que de su boca salía la palabra "católico" se escuchaban susurros sarcásticos de desaprobación por parte de algunos asistentes.

De la Calle se emocionaba: "La libertad de pensamiento no es para los que piensan como uno sino para los que piensan distinto a uno". Disertó acerca del "riesgo permitido" que asumen quienes realizan ejercicios literarios y artísticos. Agregó que en Colombia existe el derecho a la irreverencia."La libertad de burlarse de las religiones es un derecho que la humanidad adquirió arduamente tras siglos de lucha". Y luego, en tono melodramático: "¿Son mis defendidos delincuentes, señor juez? ¡No, no lo son!".

Luego de justificar las blasfemias de Vallejo ("Él utiliza la categoría literaria de la imprecación"), manifestó que aun en el terreno del lenguaje cotidiano, él no ofende a nadie cuando utiliza los términos "cabrón", que tiene muchos significados equívocos; "marica", que los jóvenes utilizan para expresar cariño y amistad, y "pirobo", que no figura en el diccionario. En cuanto a aquello de "Cristo loco", De la Calle advirtió que la locura es un rasgo propio de los genios, o sea que en realidad se trata de un elogio.

Les llegó el turno a los querellantes y primero habló Luis Corsi Otálora: "Nos acusan de fundamentalistas. Y sí, en parte lo somos porque tenemos fundamentos". Y quién dijo miedo. Acusó a De la Calle de ser masón y a los masones de casi todos los males del último milenio (entre ellos Marx, el capitalismo salvaje y Rockefeller), aunque no mencionó los vínculos de la Logia Masónica P2 con el Vaticano.

Luego filosofó acerca del milenario enfrentamiento entre materialismo y espiritualidad, de cómo la ciencia a partir de las dos primeras décadas del siglo XX se ha alejado del materialismo para acercarse más y más a los misterios de lo espiritual. Justificó los 30.000 asesinatos de la Inquisición porque habían sido menos que los 40.000 guillotinados de la Revolución Francesa. Y luego atacó al periodismo, al fundamentalismo de la democracia y la dictadura del capitalismo. Luis Corsi, quien decía hablar a nombre del respeto, calificó a Vallejo de "seudoescritor patológico" y les dio a sus escritos el apelativo de "barbaridades". Luego manifestó que él no era un mojigato y alabó la belleza de los desnudos artísticos que se encuentran en diversos lugares de Boyacá. "Sólo que esos senos artísticos son naturales y no de silicona, como los de Alejandra Azcárate". Lamentó que la humanidad haya cambiado el reino de los cielos por el reino de los rascacielos, acusó a los modelos de la foto de ser apóstoles del capitalismo salvaje (Carlos Gaviria Díaz, capitalista salvaje...) y los comparó con los mercaderes que Jesús expulsó del templo de Jerusalén."Estamos en defensa del honor de Cristo. El honor de Cristo está por encima de cualquier cosa".

El magistrado Alejandro Ordóñez Maldonado aterrizó el debate para rebatir con argumentos jurídicos una a una las conclusiones de la Fiscalía, la Procuraduría y la defensa. Reconoció que Colombia no es un Estado confesional pero que "los querellantes también tenemos derechos fundamentales". Se refirió a los peligros del fundamentalismo libertario. "La Carta no es sólo una carta de derechos. También es una Carta de deberes. Se deben respetar los derechos ajenos y no abusar de los propios". Carlos Corsi, quien de entrada le pidió al juez que no se dejara presionar por el juicio virtual de los medios, a los que atacó por defender intereses económicos, y luego enfatizó: sí hubo un ultraje a los símbolos sagrados de la religión. Después de despotricar contra el absolutismo de la ciencia, se apoyó en la "ciencia del derecho" para concluir que sus puntos de vista son una verdad incuestionable.

A la una de la tarde, el juez Alberto Ramírez tomó la palabra. No se demoró ni un minuto para dictar su sentencia: precluir la investigación. Afuera, en las cárceles atestadas, los miles que esperan meses y años para que los juzguen. Afuera, un país entero que clama justicia por crímenes atroces mientras el aparato judicial le dedica horas preciosas a un remedo de taller multidisciplinario de apreciación literaria, estética, historia de las religiones, filosofía de la ciencia... De todas maneras, el gran ganador de la jornada fue el propio Jesucristo, quien alguna vez manifestó: "Al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios".