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Alarmantes cifras de agresión contra la mujer en frontera Ecuador-Colombia

Según datos de una ONG ecuatoriana, ocho de cada diez mujeres sufren algún tipo de violencia de género en la provincia fronteriza de Sucumbíos, Ecuador.

24 de febrero de 2011

Las mujeres que viven en la frontera de Ecuador-Colombia sufren constantemente de impunidad en casos de violencia de género, un problema que se agrava entre las refugiadas colombianas que huyeron del conflicto armado y encontraron la agresión en el país vecino.
 
Según datos de la ONG ecuatoriana Federación de Mujeres de Sucumbíos (FMS), ocho de cada diez sufren algún tipo de violencia de género en la provincia fronteriza de Sucumbíos, en la que más del 20% de sus habitantes son refugiados colombianos.
 
Este es el caso de María, una refugiada nacional que denunció que recibía maltratos de su marido, pero que aguantaba porque "desconocía" que podía denunciarlo, así como que había organizaciones que podían ayudarla.
 
María, que tiene un niño pequeño, recuerda con dolor en los ojos que su primera paliza la recibió tras una visita a la Cancillería. En ese momento, ella pensó que sería un caso aislado.

Xavier Creach, jefe de la Suboficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) explicó que la impunidad contra este delito en Sucumbíos se debe a que la violencia doméstica, sicológica y sexual "está muy generalizada", lo que hace que haya "tantas denuncias" que las autoridades no dan a basto.

Además, Creach destacó que existe miedo a denunciar, pero no sólo por parte de las víctimas, sino también de los fiscales y médicos forenses.

"El sistema judicial está bajo bastante presión y el nivel de amenazas hace que pase a olvidarse de los casos y los archive", aseguró el representante del ACNUR.

Creach también argumentó que en Sucumbíos la violencia contra la mujer "es bastante aceptada" y "hay sectores que se olvidan que es un delito", es decir, es "tan común, que no parece grave".

En este sentido, Amparo Peñaherrera, del programa de coordinación de atención a víctimas de violencia intrafamiliar y de género de la Federación, dijo que las mujeres creen "que es normal lo que les pasa", lo que les lleva a la "naturalización" de la violencia.

Además, añadió que la impunidad también deriva del desconocimiento de las mujeres sobre sus derechos.

Sucumbíos es una provincia que nació alrededor de la explotación petrolera, que atrajo primero a hombres, mientras que las primeras mujeres que llegaron se dedicaron al trabajo sexual, lo que creó desde el inicio una dinámica de menosprecio, según expertos de ACNUR.

Creach señaló también que cuando una familia refugiada llega a un país nuevo, la mujer es normalmente la primera "en encontrar una fuente de ingresos", eso hace que el hombre sienta que ha perdido el papel de liderazgo y "aumente la violencia" hacia su esposa.

En el caso de las colombianas refugiadas es más difícil de "sobrellevar esta situación" porque el autor de la violencia ya no es un "actor armado" del conflicto, sino "la persona con la que conviven" y con la que huyeron de su tierra, explicó Peñaherrera.

Por eso, resaltó que la Federación trata de dar a las colombianas un espacio de acogida "cálido y seguro" en el que, junto a otras mujeres, "puedan ir buscando la luz en medio de la oscuridad".

Según Peñaherrera, muchas de ellas tienen miedo a "quedarse solas", como también declaró María, pues normalmente no disponen de independencia económica, lo que les lleva a pensar que "no tienen una vivienda segura" ni "un acceso escolar para sus hijos".

Por eso, la Federación instaló en su sede en Nueva Loja una tienda de ropa usada, una lavandería y una panadería, donde trabajan las víctimas de la violencia.

Además, cuenta con una guardería y una ludoteca, en donde madres e hijos comparten, aprenden y juegan juntos.

Después de una paliza "muy fea" que le propinó su marido, María fue a un centro de salud, donde la médica le aconsejó que acudiera al ACNUR.

Esta organización la remitió a la Federación, que la alojó en su albergue durante dos meses junto con su hijo.

"Nosotras les dejamos quedarse aquí hasta que encuentran una solvencia por ellas mismas", dijo Peñaherrera.

Ahora María lleva una vida tranquila en Nueva Loja, capital de Sucumbíos, donde vende empanadas, mientras que su voz refleja la esperanza y la fuerza para luchar por un futuro mejor.

EFE