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Las noches eran muy amargas y muy solitarias porque íngrid no quería hablar. tampoco quería oír radio. yo traté de dejarla tranquila

Orden Público

Amistad perdida

La triste historia de cómo el secuestro acabó con la relación de Íngrid y Clara.

12 de abril de 2008

"Ella es como mi hermana", les dijo Íngrid Betancourt a los guerrilleros que la estaban secuestrando cuando le preguntaron quién era la mujer de cabello oscuro que estaba a su lado y que no la desamparaba ni por un segundo. Clara Rojas era una de las pocas personas que seguían apoyando a Íngrid en la campaña, a pesar de que su puntaje en las encuestas no despegaba. Era lo menos que podía hacer por una amiga con la que había estado en las buenas y en las malas desde hacía 10 años.

Habían trabajado juntas en el Ministerio de Comercio Exterior, y en innumerables viajes se dieron cuenta que tenían afinidades intelectuales y políticas. Además, que juntas hacían un buen equipo. Íngrid con su vibrante temperamento político, y Clara con su perfil técnico y cerebral. Tanta era la confianza mutua, que Clara Rojas se convirtió en el segundo renglón de Íngrid cuando ésta se lanzó a la Cámara. Juntas se inventaron el primer libro de Íngrid, sobre el proceso 8.000, y cuando ésta dio el paso al Senado, Clara estaba también allí, ayudándole con la estrategia de la campaña.

Montada sobre la ola de sus éxitos, Íngrid se lanzó como candidata a la Presidencia y, como siempre, llamó a Clara para que fuera su jefe programática, que en realidad era hacer de todo.

Por eso ese 23 de febrero de 2002, cuando emprendieron el viaje fatal de Florencia a San Vicente del Caguán, estaban juntas. "¿A dónde se la llevan? ¿Qué va a pasar con nosotros?", les preguntó Clara a los secuestradores cuando vio que se llevaban a su amiga. Entonces decidieron, al instante, secuestrarla también.

En las primeras horas del secuestro un guerrillero les hizo una advertencia premonitoria: "tienen que tranquilizarse porque lo que sigue es muy duro". Ni siquiera él podía sospechar que el secuestro sería más largo y tortuoso de lo que se esperaba. Durante dos semanas estuvieron recorriendo caminos y ríos las selvas del Caquetá, internándose cada vez más en la manigua.

Pero poco después se precipitaría una serie de hechos que pondrían a prueba esa amistad de tantos años. El primero fue el fracaso del primer intento de fuga que hicieron apenas un mes después de estar cautivas. "Duramos cuatro días perdidas. Caminamos para un lado y para el otro y no lográbamos encontrar salida. Los árboles son tan altos, en ese momento no hay sol sino que está todo nublado, uno no logra orientarse", recuerda Clara. Pensaron que iban a morir. Las tensiones empezaron a aflorar. Cada una quería tomar un camino distinto.

"Íngrid se topó con un maldito avispero y le dio un desespero que empezó a gritar. Cuando la vi en semejante desesperación, le dije: 'No hagas manoteos duros porque te van a picar más'". Sin embargo, las avispas atacaron de nuevo y picaron también a Clara. Después de este incidente, los guerrilleros aparecieron y las encañonaron. "Viejas hijueputas" ,fue el saludo que les dieron.

Una vez en el campamento, fueron encadenadas. "Yo no podía creer que un ser humano nos pudiera hacer esto", dice Clara. A la frustración por el fracaso de la fuga, al miedo y a la rabia que da el trato indigno, se le sumó el dolor de saber, a través de un periódico, la noticia de la muerte del papá de Íngrid, un mes después del secuestro. "Íngrid decidió quedarse callada y yo decidí, simplemente, acompañarla en su duelo" ,cuenta Clara. Juntas iniciaron una huelga de hambre de nueve días que era a la vez una vigilia como homenaje al padre muerto.

Pocos días después llegó un jefe guerrillero y les dijo que se prepararan para enviar un video como prueba de supervivencia. Las dos amigas, ya con pocos deseos de hablar la una con la otra, acordaron el contenido del mensaje. Pero cuando Íngrid empezó a hablar, Clara se asustó. Todo el país vio su imagen callada y tensa meses después en la televisión. "Me preocupé, porque aunque acordamos lo que ella diría, Íngrid estaba diciendo cosas muy tenaces frente a 30 guerrilleros armados". Cuando Íngrid terminó, Clara hizo un corto saludo para su familia, que finalmente nunca salió al aire en los noticieros. Para el mundo de afuera, Íngrid Betancourt estaba secuestrada, pero pocos recordaban que a su lado estaba Clara Rojas. El trato discriminatorio que se les ha dado a muchos secuestrados lacera, con justa razón, sus sentimientos.

Después de la muerte de su padre, Íngrid casi no volvió a comer y prácticamente no hablaba. Encadenadas a un árbol, en largas jornadas de silencio, la tristeza y la depresión fueron creando una brecha cada vez más difícil de cerrar. "Las noches eran muy amargas y muy solitarias porque Íngrid no quería hablar, tampoco podía prender el radio porque en medio de su duelo ella no quería oír música. Yo traté de dejarla tranquila".

Aun en medio de esta adversidad, seguían compartiendo la vida diaria. Especialmente, rezaban juntas. "Nos faltó comunicación. Hablar de lo que cada una estaba viviendo. Tampoco logramos hablar del fracaso al intentar escaparnos. Algo quedó entre nosotras después de eso. Quizá yo la culpaba por la gritería en el episodio de las avispas, quizás ella a mí porque no fui capaz de cargar las bolsas que tenía que llevar. No sé".

En esas circunstancias vivieron su primer año de cautiverio, hasta que, en diciembre de 2003, fueron reunidas con un grupo más grande de secuestrados. "Cuando nos juntaron con la demás gente, estábamos fuera de base, porque Íngrid y yo ya no éramos llave. A ellos eso los dejó aterrados" , cuenta Clara. De hecho, Íngrid se conectó de inmediato con Luis Eladio Pérez y los demás políticos, y Clara estuvo en mayor contacto con los tres norteamericanos. Este cambio de condiciones coincidió con el embarazo de Clara.

Íngrid fue la primera que se enteró de los síntomas de gravidez, y también de la confirmación del embarazo."Le conté a Íngrid del resultado de la prueba. Ella llamó a los demás para contarles, lo que me pareció tenaz. ¿Por qué los llamó tan rápido? Al otro día nadie me dijo nada". Una larga etapa de soledad estaba por empezar. Poco días después, y como si se tratara de sellar una separación, Íngrid le dijo: "Clara, no te preocupes. Tú finalmente me has salvado la vida. Es lo que yo tengo que agradecerte".

El embarazo cambió radicalmente la situación de Clara. Si bien había sido secuestrada junto a Íngrid Betancourt, por ser su amiga y su principal apoyo político, la llegada del bebé la convertía en un caso especial entre los secuestrados. "Hay mucha tensión. La gente me empezó a interrogar. Yo me sentí azorada y les pedí que me dejaran tranquila. No me sentí en la obligación de darle explicaciones a nadie". Íngrid también le preguntó cómo asumiría lo que estaba por venir. Clara le respondió: "Quizás estoy aquí en parte por ti, pero la situación de mi hijo es mía".

Sus caminos se empezaban a separar cada vez más. Para evitar controversias con los demás secuestrados, Clara fue aislada durante casi todo el embarazo. Pasaba los días en una pequeña carpa, cerca de un gallinero y de una porqueriza de marranos. "Ellos eran mi compañía". Pero asegura que estuvo mucho más tranquila. Estaba convencida de que un parto sería imposible en la selva, y segura de que tarde o temprano la Cruz Roja llegaría por ella. Una ilusión que los guerrilleros alimentaron con mentiras hasta la víspera del parto cuando el enfermero le dio la noticia más increíble de su vida. "Su hijo va a nacer aquí". Los detalles ya se conocen. Emmanuel tuvo dificultades para nacer y los guerrilleros improvisaron una cesárea que casi los mata a los dos. Las circunstancias del parto y la posterior recuperación no caben en la imaginación de nadie, por lo extremas y difíciles. Clara las vivió en soledad. La distancia con Íngrid ya estaba consumada.

Poco después de que Clara se recuperó, emprendieron una larga marcha y luego las Farc separaron a los secuestrados en varios grupos. Clara e Íngrid no han vuelto a verse desde entonces.

La amistad que las había unido durante años de campañas políticas, de sueños de poder, de compartir ideas, triunfos y fracasos, había quedado enterrada en la selva, quién sabe si para siempre.