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AMORES DEL MAESTRO

Alejandro Obregón fue un hombre admirado por su cultura y adorado por las mujeres. Esta última faceta de su vida es contada por primera vez en un libro de próxima aparición. SEMANA adelanta algunos apartes.

26 de abril de 1993

FRANCOIS TRUFFAUT REALIZO UNA PELICULA llamada "El hombre que amó a las mujeres". Muchas personas que conocieron a Alejandro Obrcgón consideran que ese título ~podría aplicarse al maestro. Pues si algo hubo tan importante en su vida como la pintura fue la presencia femenina. Desde su madre hasta su hija, pasando por esposas, compañeras, amantes, amigas y aventuras de una noche, fueron centenares las mujeres que marcaron su vida.
Todas ellas mantienen de él un recuerdo inolvidable y cada una, a su manera, piensa que en alguna forma fue su favorita. La periodista Rosario del Castillo, conocida como Camándula, se dedicó a recoger los testimonios de estas mujeres. Con 10 de ellas reconstruyó la vida sentimental y cotidiana del maestro. El resultado de este trabajo se publicará próximamente en un libro titulado "Las mujeres de Obregón".
Con motivo del primer aniversario de la muerte del pintor, SEMANA publica apartes de cuatro de estos testimonios. Para dar una visión global de sus amores, se escogieron los relatos de su segunda esposa, Sonia Osorio; de su hija. Silvana; de Mara Martínez, uno de sus múltiples amores fugaces que se convirtió en amistad eterna, y el de la negra Gala, su muchacha del servicio y la mujer que más años pasó a su lado.

SONIA
Para muchos, Sonia Osorio fue el gran amor en la vida de Obregón. Este es el recuerdo que ella tiene de él.
LAS PRIMERAS VEces que vi a Alejandro 0bregón fue en Barranqui lla porque vivíamos en la misma cuadra. Mientras estudiaba en Londres, pasó unas vacaciones en la ciudad y tuvo amores con mi vecina. La visitaba todas las noches y yo, desde mi ventana, que daba al mismo jardín que el cuarto de ella, me ponía a oír sus eternas conversaciones en inglés.
Un día hubo un paseo en canoa por el río Magdalcna. El fue con una gringa y todas quedamos aterradas porque la agarraba, la sentaba en las piernas y la besaba. Como en ese entonces no había educación sexual, ni uno sabía nada de nada, a nosotras, pacatas y pueblerinas, aquello nos parecía mentira y yo quedé hechizada. Pero sólo lo volví a ver años después, cuando mis amigos de "La Cueva" se aparecieron con él.
Una noche que nos encontramos a la salida de cine su papá le dijo: ¿,Por qué no pintas a esta mujer tan linda?". Aunque el no era impulsivo contestó: "Bueno" y así empezó todo.
Yo posaba una hora diaria, en su estudio en Barranquilla y, en Bogotá. en los altos del Teatro Faenza. Y el retrato seguía y seguía y seguía... hasta que me propuso matrimonio: "Te invito a que nos muramos de hambre juntos en París, pero te advierto que siempre me levanto de mal genio".
Como ambos estábamos casados, nos divorciamos de nuestros respectivos matrimonios y nos casamos por poder en México y luego en París. Como allí era muy difícil vivir conseguimos una casa que tenía como 11 siglos de antiguedad, en Alba la Romaine (Ardeche).
Alejandro pintaba todo el día. No permitía que le limpiara el polvo de su estudio, ni que le tocara nada. Fumaba y botaba la ceniza en cualquier parte. Yo aprovechaba el día en que sabía que se iba a demorar y volaba a limpiar todo.
Cuando llegaba era una tragedia, que se repetía a los tres meses cuando volvía a arreglar.
Vivíamos de la plata que nos mandaban y yo hacía todos los oficios. Pero Alejandro, todo lo opuesto a un marido convencional, si me encontraba haciéndolos, me decía: " tú tienes mucho talento para estar lavando ropa, con una escoba en la mano. A mí no me importa ponerme la misma camiza 20 veces, ni que la casa esté patas arriba. Lo único que me importa es que tú bailes". Teníamos una vitrolita y le encantaba que le bailara mientras pintaba. Yo me quejaba: "Pero, no me estás mirando". Sin dejar el pincel, me contestaba: "No te miro, te siento", y yo seguía bailando.
Difícilmente existe un amante más maravilloso que él, en todo sentido. Era como de mentira. Voluptuoso, apasionado, tenía todos los ingredientes para enloquecerlo a uno. Y para mí, que venía de una especie de noche oscura aquello fue como un amanecer.
Visitábamos museos, catedrales, calles. rincones, y hasta bares, pero almacenes, nunca. Le desesperaba ir de compras. Además. no teníamos plata, y después, cuando la tuvo, la gastaba en mujeres, lo más costoso que existe en esta vida porque eran vivas y lo explotaban.
Nos la pasábamos en los cafés de Montparnasse y en la " Guitarre", un pequeño bistro, donde los clientes llegaban y cantaban. Les privaba ir conmigo porque yo tocaba tiple, cantaba, y cuando me subían a bailar encima de las mesas o en el mostrador, no nos cobraban la cuenta. Alejandro tomó toda la vida y siempre era encantador con tragos.
Como vivíamos en una provincia vinícola, tomaba vino, o "eau de vie", que es como un aguardiente, pero un día que se le acabó, lo encontré tomándose el alcohol de las inyecciones y no le hizo el menor daño.
Estuvimos tres años sin tener hijos. Entonces se acostumbró a que yo era toda para él. Pero cuando nacieron los niños y comenzaron los biberones, los vómitos, los llantos y los gritos, se horrorizó, porque interrumpían su trabajo. Cuando estuvieron grandes se fascinó con ellos, pero nunca lo vi cambiando un pañal, ni dando un tetero.
Durante los 10 años que duramos casados, lo amé hasta la locura y todo lo que había que aceptar lo acepté. A las primeras mujeres que se me atravesaron en el camino, casi las mato, pero llegó un momento en que comenzó a salir solo. Entonces mi mamá me dijo: "Sonia, Alejandro no es hombre para una sola mujer, tienes que entender eso". Drástica y muy apasionada, lo entendí tanto que, desde que nos separamos, nunca volví a sentir celos.

MARA
Mara Martínez y Obregón no compartieron una vida, sino lo que ella llama hoy una "parranda de amor". Así evoca ella un romance breve pero intenso.
YO TRABAJABA EN Avianca cuando conocí a Alejandro Obregón en 1967, porque él volaba con mucha frecuencia entre Cartagena y Barranquilla. Luego él me llamaba, salíamos, y un día le dije: "En mi casa arman unas pataletas horribles cada vez que digo que voy a salir contigo, la próxima vez me recoges en otro lado porque me llevo un regaño de salida y otro de entrada". Con su honestidad de siempre me dijo: "No, niñita, te aguantas los regaños, pero yo te recojo y te dejo en la puerta de tu casa".
Me llamaba: "¿Dónde quieres comer esta noche?". Yo le decía, por ejemplo: "En el restaurante Capilla del Mar". Me recogía en el aeropuerto, llegábamos a su casa y estaba la mesa con la vajilla, los cubiertos, las flores, la comida y la mesera del Capilla del Mar. Cada vez me montaba un restaurante distinto. Yo me moría. Adoré a Alejandro Obregón como una loca, se lo decía y se lo repetía:
"Cuando me toca viajar, no puedo ni respirar de pensar que estoy lejos de ti". Sin él, sentía que me faltaba el aire. Un día él se fue para Barranquilla a hacer la escultura del Cóndor de Telecom y a mí me mandaron tres meses para allá. Ahí empezó nuestra relación. En ese momento también le había echado el ojo a Yadira Abello, porque era lo más enamorado del mundo, pero yo lo idolatraba.
Alvaro Cepeda era uno de sus mejores amigos barranquilleros y Alejandro me molestaba mucho, se calentaba, y me decía que cuando yo hablaba tres palabras seguidas con Alvaro, me enamoraba de él. Yo le contestaba: "Es verdad pero te quiero más a ti". Alvaro se moría de la risa. Era adorable, el tipo más desabrochado del mundo, amigo de todos, no era estirado con nadie, nunca era desa gradable, decía las cosas más divertidas y echaba cuentos todo el tiempo.
Siempre tenía aguita en las narices y yo le decía: "Ay, sufrimos de lo mismo, de rinitis" . Me contestaba: "Eres una boba, lo tuyo es rinitis, yo tengo el cartílago podrido por la coca".
Después de tres meses volvimos a Cartagena. La primera persona que se dio cuenta de que estaba pasando algo entre nosotros fue Danielito Lemaitre. Ya después se enteró todo el mundo y fue el gran escándalo. En mi casa se quisieron morir, mi madre daba alaridos. No lo aceptaban porque me llevaba veintipico de años y ya tenía cuatro hijos con distintas mujeres.
Pero yo lo adoraba y me encantaba verlo pintar. Pintaba a cualquier hora del día o de la noche. Cuando no le salían los cuadros, cambiaba. Lo vi pintar, pintar, y cuando yo creía que el cuadro estaba casi acabado, de pronto lo borraba íntegro. A mí me pintó una sola vez: era una novia desnuda, con un ramo de flo res, la coronita de azahar y el velo tupido que me tapaba la cara. Después vendió el cuadro y yo lloré amargamente.
Nuestra relación terminó después de que fui a Bogotá y unos amigos de él tuvieron una discusión delante de mí. El hombre fue muy desagradable con la muchacha y cuando llegué a Cartagena le eché el cuento. El estaba en tragos, se quedó viéndome y me dijo: "Lo que pasa es que a él le está pasando con ella, lo que a mí contigo: que el amor se acabó, pero como ustedes son niñitas bien y les han echado tanta agua encima por nuestra culpa, uno no puede salir de ustedes". Fue como si me quebrara todita. Sentí que me desmoronaba y le dije: "No, Alejandrito, por la fuerza no, si no me quieres, yo me voy". Metí lo poquito que tenía en la maleta y llamé un carro. Me dijo:
"¿Tú a quién estás llamando"? "Un taxi para que me lleve a mi casa".
"Yo te llevo".
"No, yo me voy por mi cuenta".
En esas pitó el taxi en la puerta, abrí el portón y me dijo: "Pero, ¿por qué te vas así, qué pasó? ".
"Porque sí. Todo se acabó".
"Pero ¿porqué?".
"Porque acabaste conmigo, estoy en pedazos, pero te voy a decir una cosa, me voy a componer, y a rey muerto, rey puesto. No te asustes de verme dentro de dos días con otro". Me fui y no volví nunca más. Yo sabía que él estaba enamorado de Yadira.
Después me repetía: "¿Por qué te fuiste? No lo debiste hacer". Me buscó durante meses y terminamos siendo grandes amigos. La gente en Cartagena decía que cada vez que nos encontrábamos había una explosión de ternura entre los dos, y era cierto.

GALA
Ama de llaves y servidora fiel, guardó los secretos y manejó los caprichos del maestro durante 30 años.
YO EMPECE A TRAbajá con don Alejandro Obregón a la edad de 42 años. Yo tenía un pelaíto chiquito, de dos años, Rafael, que ahora tiene 30.
Entonces yo cuidaba una casa en la calle de la Factoría. Y llegó doña Tera Pizarro y me dijo: "Usted se va a quedar aquí porque va a comprar la casa un pintor muy bueno". "Entonces que me compre con la casa", le dije.
La compró y le caí bien. Yo ganaba 12 mil pesos, me aumentó tres mil pesos más, a 15 mil. Yo era mensajera, pagaba luz, agua, todo, hasta las cosas de la escritura.
Yo duré años con él solito aquí, cuando esta casa era un estudio que tenía él pa' trabajá, no pa' viví. Eso sí, no tengo queja de don Alejandro, que en paz descanse, pero buen patrón sí fue.
Después que se levantaba, desayunaba en su comedor, con pan moreno especial, café con leche, mantequilla, queso amarillo, galletas de soda y dos huevos pasados po' agua, pero no todos los días, porque a él le recetaron que comiera huevo no más a veces.
Pintaba apenas desayunaba, no se sentaba a reposá, sino que de una vez subía. Uno tenía que está pendiente cuando pedía el hielo o la cerveza y era cuando uno subía allá arriba, pero de resto, no.
Almorzaba a las dos o tres. A él le gustaba el pescado, su coctel de filete, unas sopitas bien hechas, los fríjoles, el garbanzo, bastantes verduras y, sobre tó, sus espinacas.
Por la noche le hacía su comida y se la servía como a las siete. Pero comidas pesadas no comía. Le gustaba mucho la carne de lomito, yo se lo hacía entero y él mismo cortaba lo que le iba a provocá.
Por la noche, yo a veces dejaba algo y cuando estaba en tragos, si le daba hambre, tenía de todo en su nevera, y bajaba y comía y yo lo sentía.
Leía todos esos periódicos y, como él no le hacía precio a las revistas que le mandaban, luego de leerlas, las botaba.
Allá arriba, en el tallé, no se le podía tocá ná. Un papel que él tirara en el suelo, ahí tenía que pertenecé y ahí moría. Cuando yo barría, lo levantaba y ahí mismito se lo ponía.
Cuando estaba de mal genio, yo decía: "La marea está alta", y me retiraba. A veces gritaba y un día yo le dije, "Ay, don Alejandro, no me eche carajos". Me dijo: "Es que ese carajo no es malo, Gala, perdóneme".
Cuando él llegó vino solo pero después vino la niña Freda, con su hijo Mateo que estaba chiquito y los perros jugaban con él. Ella fue una patrona muy buena conmigo, no tengo queja, pero no duró aquí muchos años porque se iba y venía. Pero los problemas de la casa uno no tiene por qué contálos a nadie. Yo soy bruta de letras pero de cabeza no, porque yo he trabajao con gente decente.
Después tenía una señora que fue tremenda conmigo: doña Estrella Nieto. No vivía aquí sino que venía. Ella tenía problemas conmigo, un día vino una hijita suya y me cogió a Rafael, que estaba chiquito, y con un banquillo, jugando allá arriba, de una vez se lo estrelló y me le partió la cabeza. Yo salí y le dije: "Usté me tiene que buscá plata pa' llevá a este pelao al hospital porque le ha partido la cabeza su hija". A don Alejandro eso no le gustó ná.
La niña Felisa Bursztyn era una amiga suya muy querida, divina persona. Ella le hizo una escultura que estaba allí colgada, pero se cayó y ni más.
Años después viví poco con doña Josefina porque yo a ella no le caí bien, me aparentaba que me quería, pero se buscó una muchacha, Cristina, su empleada de confianza.
Después que me fui, aquí han repasado como 10 empleadas y siempre me mandaban a buscá cuando ellas se iban, y yo volvía. Así que yo trabajaba cinco meses, tres meses, cuatro meses...
Yo estaba aquí cuando venía de paso la señora esa con quien estaba de últimas, Orieta. Don Alejandro y ella sacaron un poco de libros y un poco de cosas, botaron una parte y la otra me la echaron en un balde, pura basura que yo tuve que botar.
El jamás me regaló ná. Yo en mi casa no tengo ni un afiche de don Alejandro. Todos tienen, menos yo. El muchacho que pintaba aquí tiene el suyo porque cuando yo fui a su casa, se lo vi y le dije:
"Miécoles, entonces eres de buenas". Y me dice: "Es que usté no pide". Bueno, como a mí no me gusta pedí.
La verdá es que ya se acabó tó. Solo tengo que decí que pa' mí un pintor como él no resucita jamá.

SILVANA
Su única hija mujer fue siempre la niña de sus ojos. Murió en sus brazos y ella evoca esos momentos.
EL RECUERDO MAS lejano que tengo de mi papá es cuando llegaba por las noches y nos despertaba a Rodrigo y a mí, salíamos a la sala, nos mostraba a sus amigos y hablaba de sus hijos, orgullosísimo.
Nunca sentí no vivir a su lado, porque salíamos del colegio y él iba, nos recogía, llegábamos a su taller, yo hacía tareas y lo miraba pintar, por eso, cuando siento el olor a óleo y trementina recuerdo mi niñez.
Eramos muy amigos, muy compinches. Si iba de fiesta, me llevaba, yo me quedaba dormida, y luego volvíamos a la casa. Siempre fue muy cercano a mí. Cuando mi papá y mi mamá todavía estaban juntos, ella tenía la Escuela de Danza Sonia de Obregón, y al final de año hacían una presentación.
La sorpresa de la noche era la hija de Alejandro y de Sonia bailando e improvisando. Salí con un tutú, hice dos pasos, vi a mi papá en primera fila, me senté en el suelo, me chupé el dedo, me puse a mirarlo y él me aplaudía y me aplaudía, con un orgullo, y me decía: " Tienes que hacer lo que quieras, si no quieres bailar, no bailes". Tuvieron que apagar la música, bajaron el telón, y mi mamá, adentro, que me mataba.
Yo no pinto, pero de chiquita pintaba mucho, me encantaba, y mis cuadros siempre le parecían maravillosos, los enmarcaba y los colgaba. Cuando sacaba una buena calificación, que era muy esporádicamente, también hacía mucho bombo.
La relación de nosotros era transparente, muy de verdad, siempre decíamos lo que queríamos. Yo le contaba cualquier problema, chiquito o grande, y para él todo tenía solución.
De pequeña, yo no entendía su pintura y no me gustaba. Entonces una vez que fueron unas amigas a la casa, descolgué todos los cuadros y los guardé, porque me moría de la pena que vieran que mi papá no sabía pintar.
El me pintó varias veces y tengo cantidades de cuadros suyos. Trabajaba concentrado completamente en su pintura, miraba, borraba, y le fascinaba oír mi opinión. Yo era muy crítica, y cuando salían cuadros falsos siempre me mandaba para que fuera y los reconociera.
Como desde chiquita lo vi pintar, conozco su trazo, su brochazo espontáneo, la fuerza de su pincelada. Con los cuadros de mi papá yo siento como un imán.
Eso era lo que sentían por él las mujeres. El no las buscaba, sino que ellas, de todas las edades, lo buscaban mucho a él. Estaba con una y siempre había otra que lo estaba llamando. Ob viamente que a muchas él las buscó, porque siempre fue un mujeriego terrible, enamoradizo.
Cuando estaba casado con Freda, estábamos todos juntos con mi mamá, Mateo, mi hermano chiquito... Yo quería muchísimo a Freda. También a Mara, que me parecía divina. A Ilva la conocí cuando yo ya estaba mayorcita, era muy cariñosa, desde el día que la vi me gustó y era muy especial conmigo. Quise a la mayoría de sus mujeres. También en eso fuimos cómplices.
El no estaba ciego como la gente piensa, pero en sus últimos años hablaba del susto de quedarse ciego. Tuvo un tumor en el cerebro, fulminante, y una mácula en el ojo izquierdo, que le obligaba a mirar de lado para ver mejor. Además, le habían hecho un tratamiento con rayo láser que yo creo que le dañó el ojo derecho, porque tenía un punto que se le abrió y le dejó como una nubecita.
El día que se murió lo cogí, nos abrazamos, lo consentí, le dije cosas lindas. Sentí que su respiración se iba haciendo más lenta y de repente me miró con la complicidad que habíamos tenido siempre. La fuerza, la vitalidad y la entereza que he tenido hasta ahora, me las transmitió espiritualmente en esa mirada. Luego cerró los ojos, dejó de respirar, lo miré, lo toqué y dije: "Se me murió". Lo solté, le arreglé el pelo, hablé con él, y a las tres horas se lo llevaron para la funeraria.
Cuando vi el cajón casi me muero. Lo abrí y vi el muerto más divino del mundo. Para que se fuera con sus cosas, le puse una botella de champaña Don Perignon helada, sus pinceles, sus pinturas, el rosario con el que recé todo el tiempo, estampitas de la Virgen, y fotos de sus hijos.
Como él decía que pintaba como los ángeles, yo pénsaba colocarle una placa que dijera: "Pintabas como los ángeles, ahora pintas con ellos". Pero sólo puse: "Siempre", una palabra muy suya, y dejé lo que le escribió el sepulturero, en lápiz: "Maestro Alejandro Obregón".