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ELECCIONES

Apatía en el Valle ante la elección del nuevo gobernador

Con desgano los vallecaucanos irán a las urnas para elegir un nuevo gobernador. Ubeimar Delgado, de la Unidad Nacional, y Francined Cano, del MÍO, compiten con el voto en blanco y la abstención.

23 de junio de 2012

La apatía política se apoderó del Valle del Cauca. En un ambiente de escepticismo, los habitantes del departamento elegirán el próximo fin de semana a un nuevo gobernador después de que Héctor Fabio Useche fue destituido cuando llevaba tan solo tres meses en el cargo. El ganador será el séptimo mandatario regional en menos de dos años: un récord histórico de gestiones fallidas que ha sumido al Valle en una penosa interinidad.

En general las elecciones atípicas no despiertan el mismo entusiasmo que las realizadas en sincronía con el resto del país. Las encuestas hechas por algunos medios de comunicación locales y por las propias campañas arrojan un preocupante resultado: la abstención estaría por encima del 70 por ciento mientras que en las pasadas elecciones de octubre pasado llegó al 49,8 por ciento. Además, estos comicios no contarán con el impulso de las candidaturas a los concejos, la asamblea y las alcaldías que tradicionalmente acercan muchos más electores a las urnas. Y, para rematar, la fecha de la votación cae en un fin de semana largo, cuando se prevé que muchas familias saldrán de paseo.

La gravedad de la crisis administrativa no es menor. Hace un mes el Valle del Cauca se declaró en quiebra y se acogió a la Ley 550 de 1999. Su deuda con los bancos es de 160.000 millones de pesos. Así mismo tiene un pasivo pensional de 107.000 millones de pesos y enfrenta un carrusel de demandas con pretensiones por más de 700.000 millones de pesos. No obstante, la campaña ha estado marcada por la falta de respuestas a esta acuciante crisis y los candidatos no generan empatía con el electorado. "No hay proyectos, no hay programas, no hay partidos. Lo que hay es negociantes de la política", explica el politólogo de la Universidad del Valle Javier Duque. Por estas razones, todo indica que el voto de maquinaria será el que incline la balanza.

Según varias encuestas, los punteros de carrera son Ubeimar Delgado, de Unidad Nacional, y Francined Cano, del MÍO. Delgado tiene una larga carrera política. Fue alcalde de Cali, representante y senador. Es de origen conservador, pero esta vez cuenta con el apoyo de todos los partidos de la coalición oficialista. Ante la posibilidad de que los polémicos caciques Juan Carlos Martínez y Juan Carlos Abadía conquisten nuevamente la Gobernación, a través del MÍO (el PIN reencauchado), la alianza de gobierno optó por una aspiración única.

En la otra esquina está Cano, hijo del diputado homónimo. Militó hasta hace poco en La U, pero se salió de ese partido porque no recibió el apoyo a su candidatura. Durante mucho tiempo hizo política al lado de la senadora Dilian Francisca Toro, la mayor electora del departamento, que ahora apoya a Delgado. Cano, que fue candidato a la Alcaldía de Buga, compite con la camiseta del MÍO. Su candidatura es considerada un matrimonio por conveniencia, pues el MÍO no tenía candidato y Cano no tenía partido. El tercer candidato es Carlos González, un sociólogo poco conocido con arraigo en el sector sindicalista, que compite por el Polo y que cuenta con el apoyo del senador Alexánder López.

Ante la falta de un retador de los sectores de opinión, el palo de los comicios podría ser el voto en blanco. La propuesta de marcar la casilla sin foto poco a poco ha comenzado a calar entre varios dirigentes políticos, columnistas independientes, estudiantes y organizaciones sociales. En algunas encuestas de las campañas, esta opción aparece como ganadora. La tendencia, que se duplicó entre 2003 y 2011, constituye una muestra más del descontento con dos estirpes políticas: la tradicional, que gobernó al Valle por décadas, y la emergente, cuyos representantes (Abadía, Useche y Martínez) han sido sancionados y son, en buena parte, responsables de la crisis. Este fin de semana en el Valle no solo está en juego la sanidad de sus finanzas, sino la recuperación de la credibilidad en el sistema político.