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'Apretadito': Análisis de SEMANA

La guerra fría entre Bush y Chávez deja a Uribe en un sándwich incómodo y peligroso.

10 de marzo de 2007

Parecería que el tiempo se hubiera congelado en América Latina. La competencia de giras por el continente entre los presidentes George W. Bush, de Estados Unidos, y Hugo Chávez, de Venezuela, trae a la memoria las tensiones, las leyendas y los discursos de la Guerra Fría. Dos mandatarios poderosos, con modelos económicos distintos y visiones políticas incompatibles, en un pulso por ganar mayor influencia en la región. Colombia, en el corazón de la geografía, se convierte otra vez en un tablero clave para el gran ajedrez geopolítico. Bush es el aliado cercano y Chávez el vecino irremediable. Y, en medio de ambos, la batalla ideológica tiene complicadas consecuencias para la agenda de gobierno del presidente Álvaro Uribe.

El viaje de Bush a América Latina recuerda el de John F. Kennedy en 1961. Ambos fueron diseñados para ganar aliados en la causa de frenar la creciente ola socialista. Los dos cruzaron la frontera sur con propuestas de desarrollo social y lucha contra la pobreza y escogieron a Colombia como centro de su estrategia. Kennedy, con la Alianza para el Progreso, que tuvo uno de sus principales programas en Bogotá, y Bush con el Plan Colombia.

Pero 45 años no pasan en vano y también hay profundas diferencias. Kennedy llegó a América Latina con una imagen de juventud y renovación y con ideas para transformar las relaciones continentales. Bush carga en su maleta la pesada percepción de que quiere recuperar el tiempo perdido después de que sus intenciones de acercarse a América Latina fueron arrasadas por la guerra contra el terrorismo lanzada después del 11 de septiembre de 2001.

La debacle de la gestión internacional de Bush, la insatisfacción por los resultados del neoliberalismo y su desdén hacia el hemisferio han generado un fuerte sentimiento antiestadounidense. En cada una de sus escalas el actual mandatario va dejando protestas y gritos contra el imperialismo que se consideraban más propios de los turbulentos debates ideológicos de los años 60, como los ocurridos en Brasil.

Hay otras diferencias. Hugo Chávez no es Fidel Castro. Se considera su sucesor, lo convirtió en su padrino y ha sido su mejor amigo en las penurias de la crisis de salud. Pero si Castro, en una isla pequeña, pobre y saqueada por la dictadura de Fulgencio Batista, tuvo que pegarse de la Unión Soviética para sobrevivir, Chávez tiene en cambio una poderosa chequera petrolera para repartir. Y su capacidad de financiar proyectos le ha permitido aumentar su influencia en países con necesidades energéticas: Argentina, Ecuador y Bolivia, sus más leales compañeros en la aventura antiyanqui, se han beneficiado de esta original diplomacia venezolana. La semana pasada, en vísperas de los respectivos viajes de Bush y Chávez, la mayoría de los análisis concluyeron que el Presidente venezolano tiene más dinero disponible para ofrecerles a los países latinoamericanos, que su colega norteamericano.

Más allá de los fondos y de los objetivos concretos en la agenda de Estados Unidos con cada uno de los países incluidos en la gira, el objetivo estratégico global de Bush es frenar a Chávez. Una misión que no se cuestiona en Washington, pero que puede ser tardía e insuficiente. Jorge Castañeda, ex canciller de México y reconocido latinoamericanista, escribió en The Washington Post que "el equilibrio de fuerzas en la región cambió" a favor de la izquierda antiBush. Reconoce que se necesita contener la influencia chavista, pero concluye que "George W. Bush es la persona menos apropiada en la tierra para ejecutar esta misión". El desprestigio de Bush en el 'patio trasero' no parece reversible, en especial cuando su situación política interna -imagen negativa, Congreso en manos de la oposición- le restringe las posibilidades de moverse en la dirección que quieren los latinoamericanos. En materia social, Bush está improvisando un discurso nuevo, sin recursos en cuantía significativa que lo respalde. En el tema comercial, el Congreso es reacio a aprobar TLC ya negociados por su gobierno. En el campo de la migración, la opinión pública interna demanda medidas extremas como la construcción de un muro en la frontera con México cuyo proyecto despierta ira e intenso dolor en el continente.

Chávez también tiene limitaciones. La chequera no es infinita y el dinero, aunque clave, no lo es todo. El socialismo del siglo XXI es un concepto confuso que no quieren ensayar ni siquiera gobiernos de izquierda como los de Lula da Silva en Brasil, Tabaré Vásquez en Uruguay y Michelle Bachelet en Chile. Las extravagantes formas de la diplomacia chavista y sus ofensas verbales al imperio y a Bush no son atractivas porque la mayoría de los países quieren tener buenas relaciones con Washington, así existan diferencias en varios temas. La radicalización de Chávez en los últimos meses le abrió a la Casa Blanca un espacio para acercarse al continente. Bush pudo incluir a Brasil y Uruguay, gobernados por presidentes socialistas, en su tour de países amigos.

El intenso pulso genera para América Latina un momento decisivo, con riesgos y peligros. Una nueva guerra fría enfrenta a Estados Unidos con una tendencia populista de izquierda, con dos rostros simbólicos y protagonistas: Bush y Chávez. Que son, también, las dos principales contrapartes de la diplomacia colombiana. Esta guerra fría no es ajena a Colombia. Por el contrario, la afecta de manera directa y cercana, y no simplemente por el hecho de formar parte de la convulsionada región. Por distintas razones, pero con igual intensidad, Bush y Chávez tienen su mirada en el país y en su presidente, Álvaro Uribe.

Los principales desafíos son para la política exterior. Por definición, una guerra fría obliga a escoger entre uno y otro. Bush y Chávez respaldan modelos y principios irreconciliables. El primero de ellos actúa además con la manida creencia de que "quien no está conmigo está contra mí" -en especial, después de los ataques de Al Qaeda contra Nueva York y Washington- y tiene comprometido a Uribe con la cuantiosa ayuda de 600 millones de dólares anuales que viene desembolsando desde cuando se inició el Plan Colombia, siete años atrás. Uribe, por esta razón, ha acompañado a Washington en sus batallas más difíciles y costosas: apoyó la fracasada guerra de Irak y en la reciente elección para el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas votó por Guatemala en contra de Venezuela.

Al mismo tiempo, nadie quiere, ni puede, tener malas relaciones con un vecino. Venezuela es trascendental para Colombia. En la frontera de 2.200 kilómetros viven siete millones de personas. El comercio, de más de 3.000 millones de dólares, es el segundo más voluminoso, después del estadounidense. Hay problemas comunes de seguridad: la presencia de guerrilleros y paramilitares en la región fronteriza y sus traspasos ilegales de un país a otro. El narcotráfico es otro desafío descomunal: hay crecientes versiones de que las drogas ilegales colombianas están utilizando cada vez más rutas a través de Venezuela, y que grandes capos se desplazan hacia allí con alguna frecuencia. Semejante agenda tiene un potencial peligro conflictivo. Y está en manos de dos presidentes, Uribe y Chávez, que son el agua y el aceite en cuanto a sus concepciones y proyectos políticos.

Los últimos encuentros entre los mandatarios de Colombia y Venezuela han sido amistosos. La previsible desconfianza mutua no ha salido a flote. Pero existe. La guerrilla colombiana, cuya destrucción es la columna vertebral del gobierno Uribe, admira a Chávez. Tal vez, incluso, más que al propio Fidel Castro porque lo ven más vigente y vital. Y Estados Unidos, enemigo de Chávez, es el gran aliado de Uribe. Sin embargo, los mandatarios han adoptado la actitud de 'hacerse pasito' y evitar incidentes. Chávez está ayudando en el proceso de conversaciones entre el gobierno colombiano y el ELN. En Colombia se acepta que la carrera armamentista del vecino tiene como hipótesis de guerra la defensa ante una supuesta amenaza de invasión de Estados Unidos. La semana pasada, cuando se conoció un video que mostraba una supuesta participación del embajador venezolano en Colombia, Pavel Rondón, en asuntos internos, el presidente Uribe evitó que se creciera el incidente y su gobierno se declaró satisfecho con las explicaciones del diplomático.

En otras palabras, el presidente Uribe ha buscado mantener la alianza cercana con Estados Unidos separada de las relaciones con el país vecino. Que las relaciones entre Bogotá y Caracas no pasen por Washington. Permitir que la frontera colombo-venezolana se convierta en el muro de Berlín de la nueva guerra fría que se está intensificando en el continente entre el bushismo y el chavismo sería muy riesgoso. Vecinos como Ecuador, o países cercanos como Bolivia, que es miembro de la Comunidad Andina -ambos gobernados por presidentes que siguen la receta chavista- se podrían sumar a una manguala contra Colombia si lo que impera es una línea divisoria entre dos ideologías.

¿Se pueden mantener, a la vez, buenas relaciones con la Casa Blanca y con los vecinos? Ese es el desafío. Toda una cuadratura de un círculo que sólo se podría lograr con una mentalidad pragmática y sin que las relaciones diplomáticas estén fijadas exclusivamente por la preferencia de Uribe por el modelo de Bush. ¿Lo entiende este último? ¿Acepta Estados Unidos que los intereses de Colombia en su relación con Venezuela son directos y cruciales?

Los retos van más lejos y no se limitan a los territorios andinos. El reciente viaje de Bush demuestra que Estados Unidos quiere acercarse a otros países, incluso donde gobierna la izquierda, que no están totalmente alineados con Chávez. Y a México, donde a pesar del contagio de la tendencia populista, el PAN logró mantenerse en el poder después de la estrecha y controvertida victoria de Felipe Calderón sobre el izquierdista Andrés Manuel López Obrador. Según Jorge Castañeda, el nuevo Presidente -de la misma línea de George Bush y Álvaro Uribe- es el candidato natural para acercar a Estados Unidos con América Latina. "Mejor opción que Uribe, que comparte una frontera con Venezuela", afirma. ¿Está condenada Colombia a perder su carácter del mejor aliado de Washington? ¿Le conviene?

Los fuertes vientos de la nueva realidad latinoamericana afectan a Colombia no sólo en sus relaciones exteriores. También en la política interna. La competencia bipartidista entre liberales y conservadores se acabó hace rato y después de unos años de confusa transición se están abriendo paso dos grandes tendencias, a la derecha y a la izquierda. El uribismo vs. el Polo Democrático, y otras fuerzas como el Partido Liberal, que no sabe para qué lado mirar o que le apuesta a construir una tercera opción de centro. Un panorama así necesariamente queda inmerso en las corrientes continentales. La polarización interna puede encontrar extensiones naturales en las dos Américas que se están consolidando en torno a Washington y a Caracas.

Esta situación ya ha producido incidentes y malos entendidos. A políticos como Piedad Córdoba y Gustavo Petro, respectivamente del Partido Liberal y del Polo -ambos abiertos admiradores de la revolución bolivariana-, les han echado en cara su chavismo. Una preferencia legítima, pero que a sus enemigos les permite sugerir dimensiones non sanctas por el hecho de que a Chávez lo han acusado de ayudar financieramente a candidatos en otros países. Esas suspicacias suelen ser exageradas, porque hay un trecho enorme entre los deseos y las posibilidades de un gobernante para influir en los asuntos internos de otro país. Pero despiertan tensiones. El embrollo en que se vio envuelto esta semana el embajador Pavel Rondón, aunque pasajero y sobredimensionado, es una muestra de este fenómeno que se podría repetir en el futuro. La sensibilidad por la intervención extranjera en la política nacional también tiene una versión en la otra orilla: el Polo cuestiona a Uribe por su cercanía con Washington, y el senador Jorge Robledo lo demandó ante la comisión de acusaciones por traición a la patria, a raíz de la firma del TLC.

Esta semana hubo otra muestra de que la política nacional está buscando escenarios internacionales. Gustavo Petro, senador del Polo Democrático, estuvo en Washington y visitó varias instancias. Al secretario general de la OEA, José Miguel Insulza, le planteó una posible aplicación de la Carta Democrática a Colombia, como remedio para evitar la influencia paramilitar en las elecciones. Una propuesta absurda, porque ese instrumento rara vez concita un consenso político para utilizarse y porque su vocación es evitar golpes contra la democracia. En otras oficinas presentó su visión del país y encontró audiencias atentas: el crecimiento del Polo en Colombia con frecuencia es interpretado en el exterior como una señal -periódicamente asociada al fortalecimiento de la democracia pluralista- de que aquí también está brotando una izquierda afín a la corriente latinoamericana.

El reciente cruce de los aviones presidenciales de Estados Unidos y Venezuela por el sur del continente es apenas un round de un pulso que será largo y complejo. Todos los países estarán pendientes de lo que digan y hagan Bush y Chávez en los próximos meses, y de cuál cumple de mejor manera sus promesas. Pero, ninguno, como Colombia, se juega tanto en este mano a mano.