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¡AQUI MANDO YO!

Samudio no salió por sus declaraciones, sino que hizo sus declaraciones porque sabía que iba a salir.

5 de diciembre de 1988

El jueves 3, a la salida de la capilla del Cantón Norte, en la carrera 7a. con calle 100 de Bogotá, el ambiente estaba cargado. Hacía un bochorno de mediodía, en medio del cual resultaban aún más angustiosos los llantos y lamentos de las madres y demás parientes de los once militares asesinados por las FARC tres días antes en el Meta. Muchas voces le pedían al ministro de Defensa, general Rafael Samudio, que dijera algo. Los micrófonos y las cámaras lo rodearon y las palabras del alto militar no los decepcionaron:"El pueblo colombiano tiene que prepararse para pasar a una acción que pareciera que en el campo político no se ve (...) La subversión está pidiendo una respuesta militar y se la vamos a dar (...) Yo no sé de diálogos. En este momento sé que las Fuerzas Militares van a responder con sus armas".
Tampoco decepcionaron a muchos colombianos que, desde distintos sectores y hastiados de ver repetir semana tras semana la misma escena de ataúdes cubiertos con la bandera nacional, estaban pidiendo una ofensiva total contra los grupos guerrilleros. Si esa tarde alguien hubiera hecho una encuesta para medir la popularidad del ministro, habría comprobado seguramente que estaba en su cuota mas alta.
Por eso mismo, las declaraciones del presidente Virgilio Barco esa noche, durante la celebración de los 20 años de Coldeportes, indignaron a más de uno. Para evitar referirse a las declaraciones de su ministro, el primer mandatario le dijo a los periodistas que él andaba muy ocupado para pasarse el día oyendo radio.
Pero estaba mintiendo. Aunque era verdad que no las había oído por radio, esa tarde, como todas las tardes había recibido un detallado memorando con las noticias que las principales cadenas habían transmitido al mediodía. Obviamente, habia reparado en las palabras de Samudio y hasta había tomado la decisión de replantear su discurso del día siguiente en la celebración del día de la Policía. Así se lo hízo saber a sus colaboradores, a quienes les entregó en borrador algunos párrafos que deseaba fueran incluidos en esa intervención. .

TEMPLANDO Y MANDANDO
Al día siguiente, mientras le robaba tiempo a sus compromisos de la mañana para revisar una y otra vez el discurso que iba a pronunciar al mediodía en la Escuela de Cadetes, el Presidente lucía contento. Se frotaba las manos, convencido de que sus palabras causarían aún más impacto que las de su ministro de Defensa la víspera. En un momento dado le dijo a quienes lo acompañaban en el despacho: "Esto es templando y mandando". Usó la expresión de los toreros cuando templan la muleta para llamar al toro, para referirse a las decisiones que tendría que tomar ese día.
Decisiones que muy pocos, incluso entre los más altos funcionarios del gobierno, se esperaban, teniendo en cuenta las declaraciones de la noche anterior en Coldeportes. Barco los sorprendió a todos en la Escuela de Cadetes, cuando decidió citarse a si mismo, usando algunas frases del discurso que había pronunciado el 5 de agosto en la celebración del día del Ejército: "Debemos evitar que las opciones que se le ofrezcan al país, se limiten a una estrategia de tierra arrasada o a la rendición política del Estado. No nos dejaremos tentar por salidas simplistas. Un Estado democratico no puede renunciar a usar de manera simultánea la generosidad y la firmeza. Estas no son terapias excluyentes (...) La confrontación armada no es una solución deseable para Colombia y por ello hay que persistir en las alternativas políticas cuando existan las condiciones suficientes para ello. Es de la esencia de la democracia buscar salidas que ahorren dolor y muerte a los colombianos".
Para decirlo en forma clara, el Presidente había desautorizado a su ministro, y lo había hecho en su presencia, y recordándole lo que había dicho -también delante de él- tres meses antes. Por esa razón, los conocedores de estas cuestiones no fueron tomados por sorpresa cuando, hacia la medianoche del viernes, se anunciaron los decretos de relevos en algunos puestos claves del alto mando militar. El principal cambio era el retiro del general Samudio del Ministerio y su remplazo por el general Manuel Jaime Guerrero Paz, hasta entonces comandante de las Fuerzas Militares.
Aparte de ello, había cambios en las comandancias de la Fuerza Aérea y la Armada Nacional, y la secuela de ascensos que desencadena un retiro en la cúspide de la pirámide militar.

DE SALIDA
El análisis obvio era que Samudio, como los peces, había muerto por la boca. Que sus declaraciones habían sido consideradas por el Presidente, como violatorias de los principios constitucionales de no deliberación de los uniformados, y que por ello, el primer mandatario había resuelto relevar a Samudio. Pero esta interpretación está lejos de la verdad. SEMANA indagó con distintas fuentes del alto gobierno, y pudo reconstruir una historia en la que hay rabietas presidenciales, discusiones sobre táctica militar, aviones de guerra y hasta un avión de lujo.
Desde mediados de septiembre, los más cercanos colaboradores del Presidente se habían comenzado a acostumbrar a escucharle quejas con respecto al comportamiento táctico de los militares en el campo de batalla. Así como el robo de una avioneta incautada al Cartel de Medellín, de las instalaciones militares del aeropuerto de Bogotá, y el descubrimiento de una gigantesca pista del narcotráfico a pocos kilómetros de la principal base aérea de la FAC, la de Palanquero, habían llevado al primer mandatario a ordenar que rodaran varias cabezas en la Fuerza Aérea, así también Barco estaba empezando a cansarse de que el Ejército no le ganara una sola a la guerrilla y a considerar que era necesario encontrar responsables. Preguntando aquí y allá a diferentes generales, el Presidente terminaba en contrando siempre, en cada asalto guerrillero o emboscada con un saldo trágico para los uniformados, un denominador común: un error, una equivocación de algún mando medio.
Su queja iba siempre acompañada de una observación: los militares habían pedido aviones de guerra K-fir, y el gobierno se los había concedido; habían pedido helicópteros, y el gobierno se los había dado; habían pedido equipo de campaña, ropa y municiones, y el gobierno se los había dado; ¿no debía entonces ese mismo gobierno, exigirles que obtuvieran al menos algunas victorias en el campo de batalla?
En cuanto a los K-fir, la discusión en el alto gobierno había sido ardua. Lo que muchos planteaban dentro y fuera de la administración, era: ¿para qué servían aviones de guerra de fronteras en una guerra irregular contra los grupos guerrilleros? Pero si lo de los K-fír era díscutible, lo que no resistía el menor análísis era algo que produjo en Barco una rabieta de esas que lo han hecho famoso entre quienes alguna vez han trabajado con él. Se trataba de una adquisición que el columnista de El Tiempo, Francisco Santos, reveló el 27 de septiembre:"El lunes de la semana antepasada llegó a Colombia una avioneta Cessna Citation, avión ejecutivo de dos turbinas. Su valor: dos millones novecientos mil dólares (novecientos millones de pesos). Su destino: uso exclusivo del Ministerio de Defensa". Para el primer mandatario, esta gota rebosaba la copa: ¿cuántas botas, uniformes, municiones y raciones se podían haber comprado con ese dinero?
Y como complemento de todo esto, estaba el balance, más bien negativo, que el alto gobierno hacía de los resultados de experimentos de entregar al mando militar, el control gubernamental de algunas zonas de alto nivel de violencia. "El ejemplo más claro, aunque no el unico, es el de Urabá -dijo a SEMANA un asesor presidencial. Cuando se creó la jefatura militar para esa región, la idea era recuperar el control del orden público. Y lo que hoy vemos es que las cosas están cada vez peor.Mientras hubo control civil en Urabá, nunca fueron saboteadas el 25% de las instalaciones de empaque de las fincas bananeras, como sucedió en los días del paro. Esto nos ha llevado a pensar en desmontar la idea de la jefatura militar, y remplazarla por el nombramiento de un delegado presidencial civil".
Con todas estas ideas en su mente, el Presidente se reunió con Samudio a principios de septiembre, poco antes de que éste saliera de vacaciones al exterior. La conversación giró básicamente alrededor del tema de los relevos rutinarios que debían presentarse en diciembre. Barco habló claro y le aseguró al ministro que se cumplirían las normas al pie de la letra. Insistió en que era necesario crear huecos para darle oportunidad a quienes venían atrás. Para Samudio el mensaje era claro: sus días en el Ministerio estaban contados.
Desde entonces, su lenguaje comenzó a cambiar. De la prudencia que lo había caracterizado desde su posesión como ministro, incluso en los momentos más dramáticos de la confrontación con la guerrilla, Samudio pasó a dar declaraciones más radicales y guerreristas. La primera la dijo apenas unas horas después de su entrevista con Barco:"Hay que acabar con el mito de Casa Verde". Luego vinieron otras, pero ninguna tan contundente como la del jueves pasado, en la que su lenguaje le cerraba cualquier posibilidad a una salida a la violencia. La verdad es que Samudio no salió por lo que dijo en e Cantón Norte, sino que lo dijo por que ya sabía que iba a salir.
Y claro, se ganó muchos aplausos y mucha popularidad. Pero, como ya se sabe, esto poco le importa a Barco quien no se la pasa precisamente haciendo cálculos de imagen. Ni siquiera ahora que sacar a Samudio le podía acarrear tantas críticas. "No era lo mismo -dijo a SEMANA un alto funcionario- que retirar a Landazábal en el 84. En esa época, Betancur y la paz eran populares y Landazábal aparecía como impopular por oponérseles. Ahora, cuando se están volviendo populares las soluciones de fuerza, sacar al ministro de Defensa por proponerlas era una decisión arriesgada". Sin embargo, Barco no dudo en hacerla. Ni siquiera hizo muchas consultas. Según pudo establecer SEMANA, ni su ministro de Gobierno César Gaviria, ni el embajador en Londres y todavía consejero de Barco, Fernando Cepeda, se entéraron previamente de lo que Barco iba a decir en la Escuela de Cadetes. Para él, era una cuestión de principios y de coherencia, una coherencia que resulta cada vez más difícil de mantener en un país que, día a día , bate su propio récord de confusión.