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Así quedó la estación de Policía de Corinto, después de que guerrilleros de las Farc lanzaron explosivos desde una rampa, el pasado 9 de julio. Dos uniformados y dos habitantes quedaron heridos.

conflicto armado

"Aquí no contamos ovejas, sino cilindros"

¿Por qué las Farc dan un golpe tras otro en el norte del Cauca, sin que las Fuerzas Militares logren impedirlo? Andrea Peña y Luis Ángel Murcia recorrieron los cinco municipios más afectados, buscando las respuestas.

16 de julio de 2011

El sábado 9 de julio era día de mercado en Caldono. Ayda, toda de blanco, caminaba de un lado a otro en su casa, ensayando para no caerse de los tacones que llevaba puestos. A las 12:30 la esperaba su novio, Jorge Pedro, en la iglesia. Allí se darían el sí para siempre. De repente, se oyó un fuerte silbido en el aire. Era un tatuco, uno de esos cohetes artesanales que lanza la guerrilla desde la montaña pegada al pueblo. Los pocos invitados que habían llegado a la iglesia San Lorenzo salieron gritando para sus casas. El resto del pueblo corrió mirando hacia arriba para ver dónde caía el artefacto. Entonces se oyó un ruido seco y ensordecedor. El explosivo fue a dar a Siberia, un corregimiento a diez minutos de Caldono. Hirió a un joven de 17 años y a un comerciante. Después vino el silencio. La novia llegó a la iglesia, el matrimonio comenzó cuarenta minutos tarde, el sacerdote bendijo las argollas y a la salida todos gritaron de felicidad, aplaudieron a los novios y quemaron pólvora.

Así, entre el terror y la cotidianidad, entre las balas y la paranoia, se vive no solo en Caldono sino también en Toribío, Caloto, Corinto y Jambaló. Cinco municipios del norte del Cauca que, el mismo sábado en que se casaba Ayda, sufrieron ataques simultáneos, como los vienen padeciendo desde hace años.

SEMANA recorrió esta zona de montañas imponentes donde habitan 110.000 indígenas paeces, guambianos y de la comunidad nasa. Aquí, a pesar de la seguridad democrática del presidente Álvaro Uribe y del aumento del pie de fuerza de su sucesor, Juan Manuel Santos, la guerrilla no da tregua.

A Toribío se llega, desde Popayán, después de dos horas por la vía Panamericana. Es otra Colombia, llena de indígenas de jeans y chaqueta. El frío quema. A veces sale un sol canicular que de golpe opaca una nube negra cargada de agua. Se cultivan fríjol, maíz, tomate, fique y, también, coca, que se masca como parte de la cultura tradicional. Desde los cerros, las Farc lanzan sus cohetes y se oyen los disparos cuando hay combates con el Ejército. Desde 1983 hasta hoy, ha sido blanco de 13 ataques y más de seiscientos hostigamientos.

"Aquí no se vive, se sobrevive", dice resignado Édinson Gallo, en medio del polvo de los escombros de su casa, vecina de la estación de Policía, que quedó en ruinas por una chiva bomba que las Farc hicieron explotar ese sábado 9 de julio. En octubre del año pasado perdió un riñón por una granada que cayó en Toribío y su hijo, de 4 años, mantiene algunas esquirlas en el cráneo tras el ataque. Pero él dice que no se va.

Al norte, a hora y media por una carretera desolada y nublada, está Corinto. Un cilindro hirió a cuatro personas el mismo día. "Antes de dormir no contamos ovejas, sino tatucos y cilindros", dice, sarcástico, Israel Zapata, que perdió el miedo hace rato. El objetivo de las Farc es la estación de Policía, que han atacado muchas veces, sin parar mientes en que sus armas hechizas causan estragos entre la población civil.

"No volví a ponerles vidrios a las ventanas de mi finca. ¿Para qué?", se pregunta Silvia Nascón, habitante de El Palo, en Caloto, un municipio en la parte baja de la cordillera, a una hora de Corinto. Aquí, la paranoia de un ataque inminente casi se toca con los dedos, y la estación de Policía, junto a la plaza, es objeto frecuente de atentados con granadas y tatucos que se desvían a los predios vecinos.

En la única entrada a Jambaló, a casi 2.700 metros de altura en la cordillera, fusiles en mano, tres policías de los treinta que hay en el pueblo, están apostados tras costales de arena. A todo el que llega le piden papeles y le hacen preguntas. En el centro de la población, al mirar hacia arriba, es fácil adivinar de dónde vienen las balas. "A 15 minutos de aquí, en algunas veredas, uno ve a los guerrilleros con sus botas y su camuflado. Los hombres son muy pintosos, parecen extranjeros, y las mujeres son muy bonitas. Yo no entiendo qué hacen por allá", dijo a SEMANA un funcionario.

Este año, estas cinco poblaciones del norte del departamento y otras como Argelia, más al occidente, han padecido 55 hechos de violencia. Desde 2002, según la Asociación Indígena del Norte del Cauca (ACIN), cien indígenas han muerto. La pregunta que muchos se hacen es por qué la guerra no para en el Cauca.

Parte de la respuesta es histórica. Toribío, Caloto, Caldono, Jambaló y Corinto están en la vertiente occidental de la cordillera central, entre los 1.500 y los 2.700 metros de altura. Las Farc se fundaron al otro lado de la cordillera, en Riochiquito, Cauca, y su frente sexto, que hoy, bajo el mando del 'sargento Pascuas', asuela a estos municipios, inició su expansión hacia esas regiones indígenas, a comienzos de los años setenta. Desde entonces uno y otro lado de la cadena montañosa han sido refugio de toda clase de guerrillas, desde el M-19 hasta el movimiento armado indígena Quintín Lame.

La fuerza pública dice que los ataques arreciaron porque las Farc buscan aliviar la presión contra Alfonso Cano, jefe máximo de las Farc, en el páramo de Las Hermosas, muy cerca, al norte, sobre la cordillera. Este es un elemento que puede explicar el incremento en los ataques, pero si los militares no logran impedirlos es porque las Farc llevan años controlando la parte alta de estas montañas, estratégicas para ellas. Desde allí atacan y huyen. Allí descansan. Y pueden moverse con seguridad entre Tolima, Huila, Cauca y el Valle. Los guerrilleros están perfectamente adaptados a un entorno de temperaturas de congelador y alturas que llegan hasta los 4.000 metros, donde a los militares les cuesta mantenerse y el control aéreo de poco sirve.

El almirante Édgar Cely, comandante de las Fuerzas Militares, trasladó la semana pasada su puesto de mando a Popayán y ordenó el refuerzo de tropas. Llegaron una compañía de fuerzas especiales urbanas (Afeur), un Batallón de Acción Decisiva (Fucad) y los primeros 460 hombres del batallón de alta montaña que el presidente Santos anunció para Tacueyó, en Toribío, para cortar la circulación de las Farc a lo largo de la cordillera. Se aumentará el número de policías y llegarán dos Escuadrones Móviles de Carabineros.

Los indígenas no creen que con más fuerza pública se vaya a acabar el problema. "Ellos (los guerrilleros) siempre les apuntan a los policías o al Ejército, y el problema es que mientras ellos estén en el pueblo, los tatucos le llegan al pueblo", agrega Guillermo Chilo, un indígena de la comunidad nasa de Caldono, quien en uno de los hostigamientos sacó con otros indígenas, a empellones, a los guerrilleros que le disparaban a la Policía del pueblo desde un colegio cercano a la estación. "¡Que se vayan a pelear a otro lado!", dice.

Por eso tampoco toleran la idea de que se vayan a volar las casas en las montañas donde se esconde la guerrilla para disparar, como lo ordenó el presidente Santos. "Ellos creen que nosotros le ponemos tapete rojo a la guerrilla para que entre y dispare. ¡Cómo no se acuerda el Ejército que al frente de mi casa, con mi nietica de 3 años adentro, los militares también se apoltronaron con ametralladoras para dispararles a los guerrilleros hace unos días!", dice Gilberto, un viejo indígena de Jambaló.

Este es el otro problema que dificulta la acción de la fuerza pública en esta atormentada región: los gobiernos no han logrado ganarse 'los corazones y las mentes' de la población. Después de un cuarto de siglo de tomas y ataques guerrilleros, operaciones militares, masacres como la de Tacueyó, asesinatos como el del cura indígena Álvaro Ulcué Chocué y represión violenta a las tomas indígenas de tierras, entre muchos otros hechos de violencia, la población indígena ve con igual prevención a la guerrilla y a la fuerza pública.

Está por verse si el aumento del pie de fuerza y, en particular, la creación del batallón de alta montaña resuelven el problema. Pero por las raíces históricas de su presencia allí, por las condiciones del terreno y por las prevenciones de la población con las autoridades, no será nada fácil sacar a las Farc del norte del Cauca.