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AQUI PASO ALGO

MARIA ISABEL RUEDA
14 de julio de 1997

Era más que una coincidencia el hecho de que el capítulo final de la liberación de 60 soldados y 10 infantes de Marina secuestrados por las Farc se produjera en la hacienda Larandia, en el departamento del Caquetá. Larandia, 40 años antes, había sido el latifundio de Oliverio Lara, uno de los hombres más ricos y poderosos del país, y uno de los primeros secuestrados de Colombia. Lo mataron sus propios empleados el 27 de abril de 1965, pero su cadáver sólo apareció cinco años después, enterrado en su propia hacienda, en el jardín de lo que hoy es el casino de oficiales del batallón de selva Héroes de Güepí. Todavía la gente recuerda el impuesto que Lara cobraba por pasar un puente que él mandó construir en sus predios sobre el río Orteguaza. El Ejército colombiano compró 3.375 hectáreas de la hacienda en 1973 por la suma se 160 millones de pesos. Desde entonces funciona ahí el batallón Héroes de Güepí, al que todo el mundo sigue llamando Larandia. La muerte de Oliverio Lara fue la primera pero no la última de líderes empresariales, cívicos y políticos de esta región del país que muchos describen como una de las más hermosas y que otros temen por un supuesto embrujo que ejerce sobre el visitante, hasta el punto de que muchos de los que viene por un fin de semana se quedan a vivir toda la vida.El segundo gran personaje caqueteño asesinado fue el capitán Gustavo Artunduaga, a quien las Farc mataron en el jardín de su casa de 56 tiros en 1987. Artunduaga, quien fue piloto y edecán de Alfonso López Pumarejo, se había establecido en el Caquetá, en donde compró varias fincas ganaderas y adquirió carácter de leyenda. Cuando lo mataron hacía campaña como candidato cívico a la gobernación del Caquetá. En el interregno las autoridades registran el asesinato de 43 líderes liberales, tres alcaldes seguidos del municipio de Solano, un gobernador y varios concejales. Pero el último de los grandes crímenes es el del político liberal Rodrigo Turbay, quien supuestamente se les ahogó a las Farc, aunque sobre las causas de su muerte no existe, hasta el momento, un diagnóstico oficial: el médico que realizó su autopsia se fue a viajar a Cuba y nadie se explica por qué en el caso de Turbay no ha vuelto a saberse nada. Su hermana anda con un sobre de manila bajo el brazo con las fotos de su cadáver, argumentando que Turbay no se ahogó sino que lo asesinaron. Como prueba menciona las mordeduras de peces pequeños que indicarían que la versión de las Farc del ahogamiento en un río caudaloso no es cierta, pues en ese caso las mordeduras serían de peces grandes.La cocaEl auge del narcotráfico ha castigado al Caquetá casi como a ninguna otra región del país. Allí todo gira alrededor de la coca. Desplazó al peso como forma de pago y distorsionó toda la economía del departamento. Actualmente en el Caquetá no se cultiva sino coca y los recientes paros de los cocaleros le revelaron al país la dimensión del problema: nadie se imaginaba que en las selvas del Caquetá vivieran tantos colombianos no censados. Pero no son simples campesinos. Son desplazados de otras regiones del país por la violencia, la crisis cafetera, el desempleo, la aventura o las ganas de volverse ricos en poco tiempo. Por eso no es raro que ahora la guerrilla no sólo haya irrumpido agresivamente en la región sino que esté convertida en dios y en ley. Su aspiración es dominar políticamente la zona y cumplir el objetivo de poner en práctica el viejo sueño del ejercicio del poder a través de un partido político que, según los primeros datos, se llamaría Partido Bolivariano.Las DeliciasEse auge de cultivos de coca en esta región del país ya no resistía la indiferencia de las autoridades. Por eso el Ejército diseñó la llamada Operación Conquista, que tenía por objeto cerrar la válvula de los insumos para el procesamiento de la cocaína en cuatro departamentos del país: Putumayo, Caquetá, Guaviare y Vaupés que, en conjunto, suman 221.445 kilómetros cuadrados, más o menos el doble del territorio de tres países centroamericanos, Panamá, Costa Rica y El Salvador. Todas estas estadísticas sirven para entender porqué el ataque a la base militar de las Delicias sobre el río Caguán no fue un simple golpe de la guerrilla al Ejército, sino un garrotazo a una operación militar que comenzaba a tener resultados en la región. Para mencionar sólo un ejemplo, en Remolinos del Caguán la población pasó en un año de 6.000 habitantes a 60.000: el negocio se puso difícil. El dato más significativo lo da una prostituta aburrida, Luz Dary, la última de un burdel que hace unos meses contaba con 90 camas y que recibía a sus visitantes con un letrero que decía, haciendo alusión al trueque que se había impuesto en la región: "Polvo por polvo". Las Delicias era anteriormente la escuela de colonización de La Tagua, que tenía como objetivo desarrollar la zona de frontera. El descuido militar más grave de las Delicias fue el de considerar que porque allí no había habido un combate, no había que estar preparado para que lo hubiera. Con la toma de esta base militar la guerrilla se apuntó indudablemente un golpe publicitario sin precedentes desde que el M-19 impuso su estilo en el país. Pero lo que nadie se ha detenido a pensar es que, eventualmente, la guerrilla también sacó de las Delicias una derrota militar: perdió el Caguán. Al Ejército, que en el pasado había entrado pero que había vuelto a salir de esta región, se le convirtió en un imperativo recuperarla. Y ahí está a pesar de que de la base militar de las Delicias sólo quedan cenizas y una humillación militar que muy probablemente jamás lograrán olvidar los generales. El secuestro Todos los protagonistas de este episodio lo piensan, pero sólo algunos se atreven a decir en voz alta: en el secuestro de los 60 militares se dejaron pasar nueve meses que pudieron ser 15 días. Cada uno desde su orilla esperaba resolver el problema de manera distinta: el Ejército tenía la esperanza de un rescate. El gobierno aspiraba a una negociación sin mayores costos políticos. La Iglesia creía que las razones humanitarias se impondrían. Pero la guerrilla no tenía afán. A medida que pasaba el tiempo, crecía el problema, crecía la publicidad, crecía la victoria que implicaba mantener escondidos en la selva a 60 soldados y crecía la imagen de una guerrilla poderosa que podía poner en jaque a las instituciones. Para complicar las cosas, durante este gobierno no han sido idílicas las relaciones con las Fuerzas Militares. Primero vino la afrentosa caída y carcelazo del primer ministro de Defensa de este gobierno, ante la sorpresa de una cúpula militar que no tenía velas en ese entierro.Después vino un ministro de Defensa decente pero débil, que gastó la mayor parte de su tiempo ganándose la autoridad. Y que cuando se la ganó se fue para la embajada en Washington sin esperar a que se resolviera el secuestro de los soldados, lo que era una cuestión de honor ya que se había producido bajo su mandato. Luego vino la catástrofe de Guillermo Alberto González, quien encontró desde la primera reunión con los generales un clima categóricamente hostil por sus relaciones de amistad con el narcotraficante Pastor Perafán. Y ahora les nombran a Gilberto Echeverri, un ministro querido pero totalmente ingenuo y casi extraterrestre. Entre tanto el presupuesto militar se ha recortado sistemáticamente en miles de millones de pesos. Y por la decisión del presidente Ernesto Samper de sacarse el clavo con Estados Unidos, terminamos comprándoles a los rusos unos helicópteros que el Ejército no quería por considerarlos inferiores a los Black Hawk norteamericanos y a un precio inflado por extraños intermediarios y muy seguras comisiones. Este episodio de los helicópteros, que podía haberse limitado a ser un simple desacuerdo, se agrava en el escenario de un Ejército al que se le piden resultados en el combate antiguerrillero. Para completar, y a pesar de la descertificación, el Congreso de Estados Unidos acaba de aprobar la venta de más armamento para el Ejército colombiano. Lo que no parece claro es que el Presidente esté interesado en este momento ni en comprarle nada a Estados Unidos ni en comprarle nada al Ejército. En este ambiente, hablar de despejes, negociaciones, diálogos o acuerdos con la guerrilla resultaba más difícil de lo normal con un Ejército respetuoso de la autoridad del gobierno, pero claramente distanciado de él. Este fue el clima que reinó durante la búsqueda de la fórmula para liberar a los soldados. Para llegar a la solución final se requirió toda la autoridad que aún le queda a Samper, de un espíritu conciliador como el de José Noé Ríos, de un interlocutor puente como el obispo de San Vicente del Caguán, monseñor Luis Augusto Castro, y de una decisión del Ejército, ante la imposibilidad de un rescate, de aceptar pragmáticamente la fórmula del despeje. El general Bonett acepta que Ríos lo convenció sobre la necesidad de que el despeje no fuera el de un caserío sino el de un municipio como Cartagena del Chairá, que ofrecía facilidades de alojamiento, servicios y comunicación. Pero el general Bonett también reconoce que el despeje fue aceptado "para resolver de una vez por todas el problema, que ya no sólo tenía al país en vilo sino en la mira de la comunidad internacional".

La liberación
Con la cara, los generales Harold Bedoya y Manuel José Bonett lo decían todo. Todo lo tenían previsto en su sede de Larandia, mientras los medios de comunicación de Colombia y el mundo volcaban su atención en Cartagena del Chairá. Allí el acuerdo del gobierno implicaba algo sin precedentes en la historia: desterrar al Ejército de 13.000 kilómetros de territorio nacional, la semilla de otro viejo sueño de la guerrilla colombiana, las repúblicas independientes. El día señalado para la entrega de los soldados, los generales visitaron a los muertos en sus tumbas y ascendieron en forma póstuma a los caídos en el combate. Eso, que desde luego tenía un valor simbólico, produce un efecto práctico sobre sus familias: mientras los soldados de las Delicias murieron recibiendo una bonificación de 22.500 pesos mensuales, ascendidos a cabos segundos, sus familias recibirán una indemnización y una pensión de 250.000 pesos mensuales. Cuando se producía la rueda de prensa de los soldados en Cartagena del Chairá, moderada por delegados de la guerrilla, Joaquín y Fabián, en Larandia todo el mundo estaba en su oficio. Delante de cada cama camarote con el nombre de cada soldado liberado había un par de botas, un par de chanclas, un vestido de civil, una sudadera, un uniforme camuflado, un estuche de aseo, una piyama y un maletín de viaje. Este maletín tenía un gran valor simbólico: en él empacarán sus cosas para volver a sus hogares, porque todos cumplieron el servicio militar en cautiverio. En el comedor, todas las mesas estaban dispuestas para la primera comida en libertad. El soldado encargado explicó: "Todas las bandejas que ven son de acero inoxidable, estándard universal, con varios compartimentos de servicio y de fácil manejo". En un corredor, un soldado marchaba con una bandeja roja vacía entre las manos. "Soy el encargado de llevar las condecoraciones de las víctimas y estoy ensayando el giro para que las medallas no se caigan de la bandeja. Todo tiene que salir muy bien". En el dispensario, el siquiatra, teniente coronel Daniel Toledo, revisaba un diagrama con todos los pasos a seguir desde el momento en que llegaran los soldados a Larandia. A la cabeza de un grupo de 56 médicos y paramédicos, Toledo era el encargado de diagnosticar el estado de salud de los soldados, no sólo físico sino mental. Para esto último tenía preparada una serie de preguntas que empezaban con algo tan elemental como la fecha y el día. "Yo soy el mejor, decía con orgullo. No he dejado nada al azar y mi teoría es que me debo preparar para el peor escenario sicológico". Irónicamente, al primero que tuvo que atender no fue a un soldado, sino al propio general Bonnet, quien sufrió un derrame en un ojo por culpa de la tensión acumulada a lo largo del día.Aunque a medida que pasaban las horas los generales se volvían más y más inaccesibles a los medios de comunicación, a nadie se le escapó la tensión que se creó con la llegada de los ministros de Defensa, Gobierno y Relaciones Exteriores. Aunque almorzaron en la misma mesa, los generales eran partidarios de acabar rápido con lo que consideraban un show que les entorpecía la rutina planeada milímetro a milímetro para reincorporar a los soldados a sus filas. Pero para el alto gobierno la presencia de los miembros del gabinete tenía el valor de demostrarle al país y al mundo que había valido la pena pactar un despeje territorial que tendrá enormes consecuencias políticas hacia el futuro, aunque para ello se hubiera tenido que correr el riesgo de una catástrofe.
El presidente Samper estuvo a punto de hacerse presente para recibir a los soldados por consejo de sus asesores de imagen, pero a última hora desistió ante la posibilidad, sugerida por algunos, de que hubiera madres bravas que la emprendieran en su contra. Sin embargo se aseguró de enviar a sus más representativos ministros y garantizó un cubrimiento oficial, hora a hora, de Señal Colombia, que echó la casa por la ventana y tuvo las primeras imágenes, además de acceso permanente a sitios donde los noticieros de los canales comerciales no podían entrar.Samper estuvo en contacto permanente con sus enviados especiales y hasta sugirió ideas de última hora para recibir a los soldados. Una de ellas, transmitida por el Ministro de Defensa y escuchada accidentalmente por esta periodista, hasta pareció estrambótica: "Sería lindo el mensaje que transmitiera entregarle a cada soldado un arma cuando se bajen del helicóptero".
La incógnita era general. ¿En qué estado sicológico iban a llegar los soldados: odiando al Ejército por cuenta del cual casi habían entregado sus vidas u odiando a la guerrilla que los había privado de la libertad durante nueve meses?Previendo cualquier eventualidad los generales habían encargado de instruir muy bien hasta a el último cocinero del Ejército sobre el llamado síndrome de Estocolmo. Por eso todo el mundo respiró tranquilo en medio de las lágrimas de emoción que se vieron en ese instante, cuando el primer grupo de soldados descendió de un helicóptero y en pleno Cartagena del Chairá, aún territorio de sus captores, uno de ellos gritó a voz en cuello: "Viva la libertad". Que los soldados le seguían perteneciendo al Estado colombiano se hizo aún más evidente cuando el primer grupo descendió de la buseta en Larandia, al frente del consultorio del doctor Toledo. Se formaron y recitaron a todo pulmón la llamada 'Oración patria' e hicieron el juramento a la bandera. Todo esto, vestidos aún con uniformes de la guerrilla y botas pantaneras que tenías espeluznados a sus superiores. Primero los peluquearon, luego les hicieron la revisión médica inicial, comprobaron su identidad y los mandaron a afeitar y a cambiarse el uniforme "para que vuelvan a vestirse como se viste el Ejército de Colombia". Hasta que no hicieron todo el proceso, no fueron saludados en forma por su comandante en jefe, el general Bedoya.Mientras les cortaban el pelo, el general Bonett, en pie desde las cinco de la mañana, les preguntaba por las condiciones de su cautiverio y por su estado de ánimo. Por primera vez en muchos días este general, especialmente duro con los medios de comunicación por darles pantalla a los guerrilleros, respiró tranquilo y hasta se rió con los periodistas. Le había vuelto el alma al cuerpo. Paradójicamente, mientras la guerrilla, que se suponía era la ganadora con todo el episodio, se había mostrado prepotente y bastante restrictiva con los medios de comunicación, los militares, a quienes los analistas daban como grandes perdedores, tuvieron durante todo el día una actitud abierta con los medios. Por la noche, en el sitio donde el día anterior se había celebrado una misa con los familiares de los muertos de las Delicias, los vivos prendieron una rumba a palo seco hasta media noche. Horas antes, tanto los ministros enviados por el Presidente como los miembros de la Comisión Negociadora se habían ido de Larandia. No se sabe si porque creían ya cumplida su labor o porque se sintieron como mosco en leche en el ambiente militar. Lo cierto es que cuando José Noé Ríos llegó a Larandia dijo en voz baja: "Nos están tratando como una m... ni siquiera nos han saludado".Pero los generales también rumiaban su propio disgusto. Habían visto por el canal oficial cómo en los helicópteros que volaban con la insignia de la Cruz Roja los guerrilleros asomaban sus armas, violando las normas internacionales de neutralidad que vetan el porte de armas en cualquier vehículo de esa organización. Para ellos era inexplicable que esta violación tan flagrante se hubiera producido con la anuencia de los delgados de la Cruz Roja Internacional y de funcionarios del propio gobierno nacional. ¿Y ahora que?Asumir que el desenlace de esta historia no traerá consecuencias grandes para el país es pecar de ingenuos. No en vano se le prohibió al Ejército Nacional pisar territorio patrio, como puede verse por la propuesta que la guerrilla hizo ese mismo día de aceptar diálogo con el gobierno si de despejan no ya uno sino cuatro municipios del país. Una guerrilla triunfalista, más un Ejército que tiene que recuperar el territorio que le fue vedado durante varios días, sólo puede producir un recrudecimiento de la guerra. El triunfalismo de la guerrilla no es para menos. Cobró una inevitable legitimidad política con la presencia de todos los veedores internacionales, muchos de los cuales estuvieron especialmente amables (lambones, según algunos de los periodistas presentes) con los comandantes de la subversión, hasta el punto de invitarlos a sus países para que diseñen sus futuras estrategias políticas, entre las que no se descarta el diálogo. Pero también, para muchos observadores internacionales obsesionados con el tema de los derechos humanos en Colombia, una guerrilla que entrega a sus rehenes, así haya antecedido una masacre, es demostración de un buen ánimo para emprender un camino hacia la paz. Aunque las Farc han cuestionado la legitimidad de este gobierno para iniciar con él negociaciones de paz, es obvio que a Samper, que comienza a tener el sol a sus espaldas, casi que no le quedaría sino esta última oportunidad de pasar a la historia. Pero eso tiene el peligro de una posible excesiva flexibilidad para conceder mucho a cambio de quién sabe qué ni cuándo. En este escenario no sería raro que los grupos económicos, que han sido el principal sostén del Presidente, comiencen a mirar esta eventualidad con nerviosismo.
Lo único que puede dejar el episodio de las Delicias es una paz a cualquier costo.