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Armando Neira. | Foto: Juan Carlos Sierra

EN CONTEXTO

La relación Uribe-FARC

A medida que esta guerrilla se gana el rechazo de la gente, aumenta la popularidad del exmandatario.

Armando Neira (*)
30 de abril de 2015

La relación entre Álvaro Uribe Vélez y las FARC es de una ironía enorme, la de los enemigos necesarios. A medida que esta guerrilla se gana el odio de los colombianos, estos encumbran al expresidente. Es posible que no haya pasado un solo día de su existencia sin que él piense en cómo acabar a esa organización, y viceversa.

Desde el cobarde asesinato de su padre, Alberto Uribe Sierra, el 14 de junio de 1983, Uribe se ha dedicado sin tregua a perseguirlas. Durante su gestión como gobernador de Antioquia (1995-1997) se ganó la admiración nacional por su templanza para cazarlas por todos los rincones del departamento. Defendió y promovió las Convivir, unas cooperativas de seguridad privada que luego se transformaron en los temibles grupos paramilitares que en esencia pretendían el mismo fin: acabar a las FARC.

En el 2001 se metió de lleno en la búsqueda de la Presidencia. Caracterizado militante del Partido Liberal, optó por armar rancho aparte porque las bases de este simpatizaban con una salida negociada y apoyaban a Horacio Serpa. Uribe formó un movimiento independiente y lanzó su campaña con un discurso contra las FARC y un irrisorio respaldo del 2 % en las encuestas.

Las FARC, entretanto, se burlaban de Andrés Pastrana en El Caguán, asaltaban ambulancias con mujeres embarazadas, secuestraban avionetas con congresistas y sometían a una humillante peregrinación a miles de víctimas –especialmente madres– que iban a San Vicente para clamar por la liberación de sus hijos secuestrados o desaparecidos. “No más FARC, no más FARC”, decía monotemáticamente Uribe. Como pocos políticos interpretó el rechazo visceral hacia esta guerrilla y arrasó en las urnas con el 53 % de los votos. Le bastó la primera vuelta.

El día de su posesión, las FARC lo atacaron con un cohete en la propia Casa de Nariño. Numerosos morteros impactaron la cornisa de la edificación y crearon un inédito pánico entre los asistentes extranjeros. Pero fue sólo el susto. En cambio, los humildes habitantes de El Cartucho llevaron la peor parte: 27 personas muertas y 13 heridas. Tras su posesión, Uribe fue a visitar la zona que parecía un doloroso campo de batalla, durmió poco y al día siguiente madrugó a Valledupar (Cesar) y Florencia (Caquetá) para poner en marcha su red de cooperantes, uno de los ejes de la Seguridad Democrática.

Y mientras la guerrilla volaba El Nogal o intentaba matarlo con un cohete en el aeropuerto de Neiva, él autorizaba matar a ‘Raúl Reyes’ en Ecuador, se anotaba la Operación Jaque o sacaba a Rodrigo Granda de Venezuela. Era un toma y dame diario.

Llegó Santos y cambió el discurso. Además, el país lo reeligió para salvar la negociación: la gente votó por la paz. Durante todo el proceso, Uribe, en particular, y el Centro Democrático, en general, se convirtieron en los más férreos fiscalizadores de lo que se habla en La Habana -con muchas mentiras y muy pocas verdades, según el gobierno nacional-. Aunque ruidoso el discurso, era la primera vez que se veía a Uribe desintonizado. Mientras él insistía en suspender los diálogos “con esos criminales”, Obama nombraba un enviado especial de Estados Unidos, los militares activos del Ejército Nacional llegaban a la isla para empezar a diseñar el desarme, Koffi Annan hablaba de una “negociación seria, cuidadosa y rigurosa” y varios analistas ya hablaban de posconflicto. Uribe parecía de épocas pasadas. Se creía que, por fin, los guerreros llegaban a su ocaso.

La gente empezaba a soñar con el fin del conflicto. Pero las FARC asaltaron salvajemente una compañía militar que se guarecía de un aguacero en Buenos Aires, Cauca. Santos le exigió a la guerrilla no sólo una explicación, sino que pidiera perdón. Ni lo uno ni lo otro. Ahora incluso se muestran más soberbios. Dicen, por ejemplo, que sí 'Simón Trinidad' no llega a la Mesa no se firmará la paz.

Con semejante escenario se explica la caída en las encuestas, dramáticamente, del presidente Santos. Su apuesta por hablar con las FARC lo ha debilitado a extremos inquietantes. Mientras Uribe sube, vuelve a crecerse, las FARC con sus disparos vuelven a ponerlo en la línea de los líderes que las mayorías aplauden. Es una ironía enorme.

*Director de Semana.com
Twitter: @armandoneira