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¿Arteria o alcantarilla?

Aunque no hay acuerdo sobre el real estado del río es indudable que éste presenta serios problemas ambientales. Faltan los remedios.

9 de julio de 2001

Desde los que dicen que el río no está catastróficamente contaminado hasta los que opinan que las solas estadísticas de pesca asustan, la cuestión es que un balance ambiental serio del Magdalena está aún por hacerse. Y, aunque hay uno muy ambicioso en curso, los remedios siguen pendientes.

“El Magdalena es un enfermo terminal”. Francisco Gutiérrez, especialista en pesca y estudios ambientales del Ministerio del Medio Ambiente, es categórico. No así Héctor Guzmán, hidrólogo del Instituto de Hidrología, Meteorología y Estudios Ambientales (Ideam), con 30 años de experiencia en el río: “La mayoría de la gente cree que el río se ha acabado. Para mí conserva sus condiciones naturales. En la cuenca ha habido deterioro pero el río se conserva”.

Ambos hablan a título personal, no institucional. Gutiérrez dice que de las 100.000 toneladas de pescado que la cuenca podía producir en los años 70 (la cifra oficial más un 20 por ciento de autoconsumo) hoy la pesca apenas pasa de 6.000 toneladas por año. Guzmán opina que aunque hay contaminación, y en algunos sitios grave, por metales pesados, no da para decir que el río sea una alcantarilla, y el PH del agua permite el riego. Gutiérrez insiste en que el mejor reflejo de la calidad del agua es el estado de sus recursos, no muestras de agua, y que con la pesca acabándose es insostenible decir que el río está bien.

Guzmán asevera que, pese a la creencia popular de que el río se está sedimentando, éste es geológicamente joven y tiene la carga de sedimento de siempre, y aunque la deforestación de la cuenca sólo ha dejado el 15 por ciento del bosque original, no hay aumento importante en los sedimentos finos. Gutiérrez dice que de las 6.000 industrias del río, 4.000 no hacen ningún tratamiento de sus aguas residuales. Guzmán contesta que, aun en un sitio tan contaminado como la desembocadura del río Bogotá, la mayoría de lo que llega es biodegradable y el Magdalena mismo, en unas decenas de kilómetros curso abajo, se encarga de limpiarlo.

Si el dictamen sobre su magnitud es polémico, los problemas del río son casi un lugar común. El río padece una deforestación histórica; 74 por ciento de la cuenca está intensamente intervenido. De los 2,5 millones de hectáreas de bosque nativo que el Informe Currie identificó en el Magdalena Medio en 1960, hoy no queda ninguna. Casi la mitad del bosque nativo del Macizo Colombiano ha sido talado y la colonización está llegando al Páramo de las Papas, donde nace el río.

El río Magdalena recibe 3,8 millones de galones de plaguicidas por año. La minería, en particular la de oro en el sur de Bolívar y el Bajo Cauca, arroja importantes cantidades de mercurio. Se han detectado cromo, plomo y cadmio en otras zonas. La lista de residuos de la refinería de Barrancabermeja en 1998 parece una tabla periódica; 40 por ciento de las aguas del río tienen un déficit de oxígeno que las califica como regulares. Muchas ciénagas son afectadas por los derrames del oleoducto Caño Limón-Coveñas. Industrias de cerveza, papel, vidrio, comida, curtiembre, palma africana y de la construcción vierten residuos. Según cálculos de Gutiérrez, el Magdalena recibe a diario 386 toneladas de detritus humanos provenientes de las aguas sin tratamiento de un millón y medio de personas que no tienen alcantarillado.

Manatíes, cocodrilos aguja, chuchas, dantas, venados y muchos otros animales están en peligro de extinción; otros hace tiempo desaparecieron. Las tortugas hicoteas se cazan por miles para dar gusto a las costumbres culinarias de Semana Santa. La pesca (ver recuadro) ha bajado drásticamente.

Algunos de estos datos son de un estudio que el Ideam está realizando con Cormagdalena y que, una vez entregado a fines de este año, será el más completo que se haya hecho sobre el río.

La cuestión, empero, es menos los estudios que lo que se haga con ellos. Detectar los problemas del río es necesario. Pero muchos se conocen hace tiempo y poco se ha hecho para resolverlos. En términos ambientales, como en otros campos, el abandono del río es evidente. Liberio Jiménez, que coordinó la primera expedición de investigación al Macizo Colombiano en 1993, la cual hizo un detallado inventario de todos los problemas de ese lugar donde nace, además del Magdalena, el 70 por ciento del agua de Colombia, lo resumió amargamente en Neiva: “Ninguna de las recomendaciones que hicimos entonces se ha atendido”.