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El alcalde Petro defendió hasta última hora su modelo de recolección de basuras. Dijo que “se ha consolidado de manera satisfactoria”.

BASURAS

Aseo en Bogotá: ¡Qué desastre!

El primer año de gestión de Gustavo Petro en la Alcaldía de Bogotá termina con un revés político que podría marcar el resto de su mandato. Su esquema de recolección de basuras no funcionó y tuvo que rectificar en medio del rechazo ciudadano.

21 de diciembre de 2012

“Si queremos que todo siga como está, es preciso que todo cambie”. Este célebre pasaje de la novela El Gatopardo sintetiza lo que ocurrió con la recolección de las basuras en Bogotá. Lo que hizo el alcalde Gustavo Petro con el aseo encarna la máxima del príncipe Fabrizio en la obra de Giuseppe Tomasi de Lampedusa: anunció una revolución en el servicio y al final tuvo que renegociar a las carreras con tres de los cuatro operadores actuales para que todo volviera a su estado original. El reversazo del alcalde no solo tiene el impacto político de aceptar una grave improvisación sino que retrasa a la ciudad en la idea de contar con un sistema de aseo moderno.

Por meses Petro le apostó a un esquema cien por ciento público en contravía del concepto de entes reguladores y acusó a los empresarios privados de “mafiosos” y “paramilitares”. Aunque esta revista había anticipado que por errores de planeación el alcalde terminaría por renegociar estos contratos, el Distrito no lo hizo sin antes desatar una crisis de desechos que no había experimentado la capital en dos décadas. ¿Cómo fue la crónica de este desastre anunciado? ¿Qué consecuencias tendrá para la ciudad?

El giro de 360 grados de la Alcaldía en menos de 5 días comenzó el viernes 14 de diciembre al decretar el estado de alerta amarilla para permitir el uso de volquetas en la recolección de basuras. Con esa medida la administración buscaba llenar el déficit de camiones compactadores que sufría el Acueducto. En los cálculos de Petro, las volquetas, aunque ineficientes en su carga y poco ambientales, le ayudarían a responder al desafío de prestar el servicio mientras creaba una empresa que tuviera camiones compactadores propios.

No obstante, llegó el 18 de diciembre, el ‘día D’ en que se terminaban los contratos con las empresas contratistas Aseo Capital y Lime y el plan de Petro no estuvo a la altura de las necesidades bogotanas. En esa fecha los medios de comunicación madrugaron a reportar desde distintos puntos de la ciudad cómo se desarrollaba la jornada. El alcalde llegó antes de las 7:00 de la mañana a un parqueadero en Fontibón, desde donde saldrían las volquetas de la Empresa de Acueducto de Bogotá, para animar a los 1.500 nuevos operadores del servicio. Pero para ese momento el servicio ya estaba retrasado al menos nueve horas. Las empresas Lime y Aseo Capital habían interrumpido su jornada el lunes en la noche, pues según las nuevas reglas de juego sus camiones no podrían entrar después de las 12 de la noche al relleno de Doña Juana. Ciudad Limpia ya había llegado a un acuerdo para continuar su recolección normal.

Al cabo de unas horas pasó lo previsible: las bolsas de basura apiladas quedaron registradas en los primeros planos de camarógrafos y fotógrafos que llegaron a las zonas Norte, Chapinero, Usaquén, Barrios Unidos, Teusaquillo, Santa Fe, Chapinero, Candelaria y Mártires. El alcalde mientras tanto culpaba a los operadores por, supuestamente, haber incumplido el contrato hasta el último día. Y dio la orden a los nuevos operadores de trabajar las 24 horas. Los operarios hicieron un doble esfuerzo. En primer lugar, porque las volquetas en las que tenían que recoger las basuras tienen tres metros de altura y ellos debían alzar las bolsas y canecas hasta allá, y en segundo lugar, porque por cada camión compactador se necesitan tres volquetas para recoger la misma cantidad de residuos. Las advertencias de los técnicos se hacían realidad ante la sensación colectiva de los capitalinos de retroceder 30 años en el tiempo cuando ese tipo de vehículos recorría la ciudad.

Llegó la noche y Petro se atrevió a calificar de “satisfactoria” la jornada. No obstante, las canecas y bolsas de basura que amanecieron en las calles del norte de la ciudad contradecían su afirmación. Ya la Procuraduría había comenzado un seguimiento al impacto ambiental que podría generar la nueva forma de recoger las basuras y la Defensoría había instaurado una queja disciplinaria por haber puesto en riesgo la salubridad de los bogotanos.

Atrás quedó la preocupación por separar el reciclaje de los desechos orgánicos que desde el Distrito se había anunciado como la revelación del nuevo esquema. Al fallar las rutas y los tiempos de recolección, poco importaba si las bolsas eran negras o blancas. Lo que angustiaba a los bogotanos era si tenían que pasar la navidad en medio de una ciudad apestosa. Y los ánimos ciudadanos empezaban a caldearse.

El segundo día de la crisis, a puerta cerrada, un equipo negociador del Distrito y los operarios se reunieron a evaluar un posible acuerdo. Como un mal presagio, una foto de chulos rondando las basuras amontonadas en una calle de Bogotá circulaba en las redes sociales y los medios de comunicación. Al caer la noche del miércoles, se conoció que el Distrito llegó a un acuerdo con las empresas Lime y Aseo Capital, para que estas continuaran operando el sistema de recolección, aunque en unas zonas más reducidas. En la mañana de este jueves el alcalde reconoció: “Yo diría que di un paso atrás, la operación tal como estaba permitía garantizar la eficiencia los 360 días del año, pero podía arriesgar la navidad de los bogotanos”. Y sobre los recicladores solo alcanzó a pronunciar una frase lacónica: “Hay que seguir rescatando el trabajo de los recicladores”.

Problema de prioridades

Un analista político bautizó el estilo del alcalde como “la política del administrador del palo de mangos, que sacude el árbol para ver qué cae”. El problema es que esa manera de hacer las cosas antes que sumarle simpatizantes amenaza con sacar corriendo a su base electoral. Aunque los efectos en su popularidad después de esta crisis están por verse, es probable que algunos de sus seguidores, como ha pasado con varios funcionarios de su círculo más cercano, se sientan frustrados por no ver en su líder la capacidad de llevar a cabo sus promesas.

El alcalde Petro, según la más reciente encuesta de Gallup, registró solo el 29 por ciento de favorabilidad, una cifra cercana a la tercera parte de quienes lo eligieron en octubre de 2011. Justo cuando la aceptación de los alcaldes aumenta gracias al espíritu navideño que contagia de optimismo a la opinión, el alcalde apenas logró mantener su apoyo histórico mientras el 58 por ciento de los capitalinos cree que la ciudad va por mal camino. Lo más grave es que esa encuesta aún no mide el impacto de esta crisis de desechos.

Esta delicada situación que enfrenta Petro hoy, y que lo perseguirá por más tiempo, es producto de la torpeza política, la improvisación técnica y la falta de diálogo con la ciudadanía. “El alcalde puso su capital político en la basura”, trinaron algunos de sus contradictores. El sistema de aseo no era uno de los temas prioritarios de la ciudad. Según la más reciente encuesta Bogotá Cómo Vamos, solo el 17 por ciento de los habitantes estaban insatisfechos con ese servicio. Es decir, no era un tema de constante preocupación ciudadana como la movilidad o la seguridad. Aunque la estructura del negocio y el cálculo de las tarifas ameritan profundas revisiones, los residuos eran recogidos diariamente en la capital sin mayores traumatismos.

No obstante, fueron precisamente traumatismos lo que generó la entrada en vigencia del modelo petrista. A pesar de haber admitido que había dado un paso atrás, el alcalde insistió en que su esquema había sido exitoso. “La empresa pública en el marco de la implementación del nuevo esquema de recolección de residuos sólidos, Aguas de Bogotá (...) ha venido consolidándose de manera altamente satisfactoria”, dijo.

Pero los partes de ‘normalidad’ del burgomaestre contrastaban con los residuos desperdigados en las calles y acumulados en los andenes. La desconexión con la ciudadanía, que ya se había visto en los disturbios de TransMilenio, regresó en esta crisis. La última jugada del año de Petro reforzó la idea de que es caprichoso y no escucha. A pesar de que la Contraloría, la CAR, la Personería, la Defensoría, varias superintendencias, entre otras entidades, le habían advertido posibles vacíos jurídicos, operativos y técnicos en la implementación de su nuevo esquema, el alcalde no solo siguió adelante sino que acusó a sus contradictores de favorecer intereses privados.

En el dominó político, el fiasco también podría terminar de impactar negativamente la imagen de la izquierda. En el imaginario ronda la idea de que los mandatarios de ese espectro político son ineficaces o corruptos como ocurrió con la gestión de Samuel Moreno. Y tanto bandazo de Petro en movilidad, vivienda y ahora aseo, termina por cubrir de escepticismo e incertidumbre cualquier innovación que impulse el Distrito.

Los mismos con las mismas

Lo más grave de la crisis de las basuras es que la promesa de un revolcón terminó en una situación muy similar a la que existía antes del ‘día D’. Si bien los operadores son los mismos, nuevos contratos, de los cuales se desconoce todavía mucha información, regirán el servicio de aseo. No se sabe qué va a pasar con los nuevos operarios que contrató el Distrito, tampoco de qué manera se vincularán los recicladores, como lo ha ordenado la Corte Constitucional, y no hay certeza de cuánto tiempo durará el periodo de transición hacia un esquema de contratos por zonas.

Aunque de los documentos oficiales que el Distrito ha publicado se infiere que tomará casi un año, los contratos recién firmados están vigentes hasta que se convoque a la licitación y esta podría durar más de un año.

No obstante, el corazón de la derrota del alcalde está en una minucia: los contratos de emergencia con los actuales operadores se arreglaron con la Uaesp, como era el esquema anterior rechazado por Petro, y no con la empresa Aguas de Bogotá. Eso significa que los contratistas operarán el servicio en las zonas asignadas, no arrendarán sus vehículos ni serán subcontratados por el ente oficial. Es decir, se desplomó su modelo de monopolio público. La incapacidad de responder en los días críticos lo llevó a reconocer la razón que le asiste al viejo adagio que dice que la experiencia no se improvisa. Algunos operadores llevaban más de una década prestando el servicio y contaban con el personal y los equipamientos tecnificados para atender a la demanda.

De la poca información disponible hasta el cierre de esta edición se conocía que la ciudad seguirá dividida en seis zonas, las mismas en las que los operadores venían prestando el servicio y estos serán los mismos. La única diferencia es que el Distrito, a través de Aguas de Bogotá, aspira a cubrir la mitad de la ciudad. Queda planteada la preocupación sobre si esas áreas a cubrir por la empresa pública tendrán la misma calidad de servicio que aquellas bajo recolección privada.
El alcalde al final tuvo que apelar a la declaratoria de “urgencia manifiesta”, figura que permite hacer un contrato provisional mientras se convoca la licitación y que ha sido utilizada en tres ocasiones anteriores por el retraso del diseño del esquema de contratación. Se perdió tiempo, energía y dinero que debieron utilizarse en el diseño de los pliegos para que se garantice un servicio de aseo moderno, que tenga como prioridad el aprovechamiento de los residuos y cambie la cultura ambiental de la ciudad.

Sin embargo, lo peor podría estar por venir. El alcalde había anunciado el alquiler de 171 camiones compactadores en Nueva York y la compra de otros 240 (por un valor de 65.000 millones de pesos). También había contratado servicios de asesoría, entre otros. ¿Qué va a pasar con esos contratos? ¿Qué va a hacer con esos carros? ¿Se necesitan después de haber renegociado los contratos con los operadores?

La Contraloría Distrital anunció investigaciones sobre el posible detrimento patrimonial que se pudo generar. Y detrás vienen demandas de todo orden por la posible violación al régimen de contratación, el intento de monopolizar la operación y por las posibles irregularidades en medio de la crisis.

El alcalde Petro se jugó el todo por el todo en el nuevo esquema de aseo, pero perdió la apuesta. La perdió por enfrascarse en un pulso ideológico sin considerar lo técnico; por menospreciar la necesidad de persuadir a los ciudadanos de las bondades del cambio y por la creciente incapacidad de trasladar los discursos populistas en iniciativas urbanas tangibles y operativas.

En su cuenta de Twitter respondió a un comentario: “Nuestro error está en no haber alcanzado la máxima capacidad a tiempo, tengo que reconocerlo”. Así, admitiendo un fracaso, el mandatario bogotano termina un año de gestión que ha transcurrido entre anuncios desafiantes, con promesas de transformaciones ambiciosas, pero con pocos resultados. Todavía está a tiempo de rectificar, una revocatoria no le conviene a él, pero mucho menos a la ciudad.