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Asesinos por naturaleza

El submundo criminal de Colombia tiene una dimensión aterradora y poco conocida: en el país los asesinatos en serie son mucho más numerosos de lo que se cree.

12 de agosto de 2006

Una ola de muertes selectivas tiene en vilo a las autoridades colombianas. Esta vez la comunidad homosexual está poniendo los muertos. En el último año, ocho hombres han aparecido asesinados en Bogotá, por asfixia mecánica, que es como llaman en este caso las autoridades a quienes mueren estrangulados. Uno de los casos más comentados fue el de Félix Rodríguez, dueño de la Pantera Roja, una famosa discoteca gay de la ciudad, ahorcado hace dos meses en su apartamento de la calle 45 con carrera 13. Pocas semanas después apareció otro cadáver con las mismas señales y un perfil que encaja en el de las demás víctimas: hombres homosexuales entre los 35 y los 45 años, con buen nivel educativo y económico. El modus operandi también coincide. El homicida usa un cable para estrangular a su víctima hasta que agote la última reserva de oxígeno, pero antes lo golpea brutalmente en su cara y sus genitales.

Los criminólogos todavía no están seguros, pero las coincidencias llevan a considerar que se puede tratar de un asesino en serie. "Hay que estudiarlo, los encargados de los perfiles criminales están haciendo el trabajo. No se puede asegurar, pero tampoco se puede descartar", dice Máximo Duque, director de Medicina Legal. Es extraño que un asesino en serie cometa el crimen en la casa de la víctima. Entrar a un lugar donde pueden dejar rastro supone un riesgo muy alto. Pero con los asesinos en serie nunca se sabe. Su sicología intrigante y la necesidad de sentirse todopoderosos los puede llevar a cometer los crímenes más desconcertantes. Finalmente son megalómanos que juegan a ser pequeños dioses o artistas de la muerte (ver recuadro).

La frialdad con la que Luis Alfredo Garavito relató hace algunas semanas cómo asesinó a centenares de niños, espantó al país. Es difícil creer que con voz pausada y serena haya podido contar detalladamente tanta atrocidad. Pero Garavito no es el único que ha dejado su rastro de sangre en Colombia.

Actualmente, en la cárcel de San Isidro en Popayán, Manuel Octavio Bermúdez, el 'Asesino de los cañaduzales', cumple una condena por el asesinato de 32 menores a quienes violaba y golpeaba antes de matarlos. Los brutales crímenes fueron cometidos entre 1999 y 2003 en Valle del Cauca. El tolimense Pedro Alonso López, conocido como el 'Monstruo de los Andes', está entre los tres asesinos en serie que más vidas han cobrado en el mundo. Asesinó a 300 niñas en los años 70 en Colombia, Perú y Ecuador, y pagó una condena de 13 años en una cárcel ecuatoriana. Cinco años después de que quedó libre volvieron a aparecer menores asesinadas en las mismas condiciones, pero sigue libre. Daniel Camargo recorrió Colombia y Ecuador en las décadas de losl 70 y 80 violando y matando a 71 mujeres entre los 19 y los 23 años para vengar la infidelidad de su esposa (ver perfiles). Muchos otros, según creen las autoridades, han dejado su obra de sangre y muerte sin ser detectados jamás.

A Garavito lo capturaron, pero siete años después de su último crimen, está a las puertas de la libertad. La posibilidad de que en poco tiempo le entreguen la boleta de salida despertó la indignación de la gente y develó los problemas de una justicia ineficiente y un Código Penal laxo que admite rebajas de pena, incluso, para delincuentes atroces como él. En Colombia la condena máxima es de 40 años y como no está contemplada la acumulación de penas, da lo mismo matar uno que los 190 que se le atribuyen. De no ser así, Garavito tendría una condena de 1.853 años de prisión, como mínimo.

Entre 1992 y 1999 estuvo suelto, violando y asesinando decenas de niños, sin que las autoridades lo detuvieran. Cuando los investigadores empezaron a atar cabos y a seguirle el rastro, ya había pasado un lustro de crímenes. Un año y medio después, finalmente dieron con el autor. La misma ineficiencia demostró la justicia con Pedro Alonso López, que terminó siendo encarcelado por las autoridades ecuatorianas, aunque haya dejado también aquí un centenar de muertos.

Seguir el rastro de un asesino en serie no es fácil porque, precisamente, uno de sus objetivos es cometer crímenes perfectos. Pero la mayoría de las veces pasan años sin que los investigadores relacionen unos homicidios con otros y se pongan tras la pista de una misma persona. Los mismos obstáculos tenían los oficiales del FBI antes de que el agente y sicólogo Robert Ressler creara el 'Proyecto de Investigación de la Personalidad Criminal'. Este trabajo dio vida al National Center for the analysis of violent crimes, una organización que posee una inmensa base de datos de los homicidios cometidos en Estados Unidos. Ese instrumento le permite a la Policía encontrar similitudes entre distintos crímenes, para buscar un agresor común.

En Colombia, desde mayo pasado está funcionando la única Unidad especializada de comportamiento criminal de América Latina. Las deficiencias en el método de investigación llevaron a las autoridades a crear un grupo de especialistas e investigadores del CTI, la Policía, el DAS y Medicina Legal para que realizaran los perfiles de distintos crímenes con base en la información recogida por la Policía judicial.

Pero todo eso será insuficiente si no se abre el debate sobre la necesidad de que el Código Penal se endurezca y se limiten las reducciones de penas para atrocidades como las cometidas a plena conciencia por los sicópatas. Los hospitales siquiátricos no son la solución porque 'los monstruos humanos' -como se les ha llamado- sufren de un trastorno de la personalidad, no mental. Por eso, una vez quedan en libertad, continúan con su obra sangrienta. Las diferentes escuelas siquiátricas ya lo han dicho: estos seres enfermizos no tienen cura. Son asesinos por naturaleza.