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Los patrulleros de la Policía Cristian Yate y Víctor González permanecieron durante 21 días en manos de las Farc.

CONFLICTO

Así torturaron a los policías secuestrados

Los dos uniformados revelan lo que les ocurrió en poder de la guerrilla.

23 de febrero de 2013

En el último mes los patrulleros de la Policía Víctor González y Cristian Yate pasaron de anónimos servidores públicos, con dos y cuatro años de servicio en la institución respectivamente, a convertirse en protagonistas de los titulares noticiosos. La razón es simple. El pasado 25 de enero fueron secuestrados por integrantes del frente sexto de las Farc cerca al municipio de Pradera, Valle del Cauca. Esa acción se transformó durante días en uno de los temas principales entre el gobierno y los delegados de las Farc que adelanta los diálogos de paz en La Habana, Cuba, y copó buena parte de la agenda informativa. Después de 21 días en cautiverio, los dos uniformados fueron liberados y entregados a una comisión liderada por la exsenadora Piedad Córdoba y delegados del Comité Internacional de la Cruz Roja.


El martes de la semana pasada cuando el tema del secuestro se daba por superado, el ministro de Defensa, Juan Carlos Pinzón, afirmó que los dos jóvenes policías habían sido torturados durante su cautiverio. Desde La Habana, Iván Márquez negó las afirmaciones del ministro por medio de un comunicado. El comandante de las Fuerzas Militares, general Alejandro Navas, respondió a las Farc ratificando que los policías habían sido torturados. La exsenadora Córdoba refutó esos señalamientos. En medio de ese intercambio de comunicados y acusaciones quedaron los dos patrulleros, que ya estaban en compañía de sus familias. SEMANA habló con ellos y este es el testimonio de los 21 días en poder de la guerrilla.

“El día que nos secuestraron nosotros prácticamente no habíamos dormido, amanecimos trabajando”, recuerda el patrullero Yate, de 21 años de edad y del Líbano, Tolima. “Llevábamos varios días en la zona visitando ingenios y fincas investigando denuncias de extorsión en la zona”, afirma. González de 22 años de edad, nacido en Anserma, Caldas, dice: “Íbamos de una finca a otra por una vía muy sola. Eran las 11:30 de la mañana. Andábamos a pie y de la nada nos salieron como 15 hombres de civil con fusiles. Ahí nos suben a una camioneta y comienzan a golpearnos. A mi compañero lo golpean con un fusil en el estómago y nos atan las manos a la espalda y comenzamos a alejarnos. Ahí todavía no sabían que éramos policías.”, cuenta González.  

“Nos acostaron en el piso en la parte de atrás. Los guerrilleros iban junto a nosotros y en la parte de atrás de la camioneta. En el carro comienzan a darnos golpes y golpes y ahí es cuando decimos que somos policías. Ahí comenzaron a darnos más duro para que les dijéramos qué hacíamos en la zona. Como a los 15 minutos de estar secuestrados la camioneta blanca de estacas paró y subieron a un señor que estaba muy asustado y llorando. Ahí no sabíamos de quién se trataba, después fue que supimos que era un ingeniero de la zona. Se sentía que íbamos por una trocha porque la camioneta a veces se estancaba y brincaba mucho”, afirma González.

“Cuando el carro paró, como a las dos horas de camino, nos bajaron. Ahí ya no estaba el ingeniero y no vimos qué pasó con él porque íbamos con la cara contra el piso. Pasamos un alambrado y uno dijo: ‘Cortémosles una oreja a ver si hablan’. Cuando dicen eso nosotros nos asustamos bastante. Pero lo único que hacen es rompernos la ropa que traíamos. Mientras a mi me quitan la ropa a mi compañero le comienzan a dar golpes en la cara y el estómago. No sé bien cuánto duró eso. Ahí nos dan una ropa y nos hacen un nudo que ellos llaman el chaleco. Es una cuerda que va el cuello, pasa por los hombros y hasta las manos. Ellos quedan con una punta de tal forma que si usted jala se ahorca. Ahí empezamos a caminar como hasta las 11 de la noche. Llegamos a una casa de madera desocupada. Nos amarran a un árbol afuera y nos ponen dos guardias.”, dice Yate.

“A las cinco de la mañana arrancamos a caminar otra vez por trocha y ríos. Llegamos a otra casa de madera como a la una de la mañana. Ahí nos meten a una pieza. A la media hora de estar ahí vienen por mi compañero y se lo llevan. Eso me asustó mucho”, recuerda González. 

“Me sientan y me comienzan a preguntar cosas porque creen que tengo algún tipo de información. Ahí cogen una bolsa naranja, la untan de aceite y me la ponen en la cabeza. Yo me empiezo a quedar sin aire y ahí le dan a uno golpes en el estómago”, dice Yate quien prefiere no ahondar más sobre ese episodio. 

“Yo lo escuchaba quejarse y después de como media hora vuelven a traer a mi compañero a la pieza. Yo le veía la cabeza y el pelo como brillante”, afirma González en su relato. “Ahí me desamarran a mí y me llevan y me aplican lo mismo. Yo veo cuando le ponen aceite de cocina a la bolsa y me la ponen. Ahí me pegan para que me quede sin respiración. El aceite, cuando intento respirar, se me pega a la cara y uno no puede respirar. Cuando me ahogo me la quitan y comienzan a preguntar y como no hay nada más que les pueda decir vuelven y me la ponen. Eso duró como 40 minutos. Uno siente de verdad que se está muriendo. Yo creí que me moría”, relata González, quien recuerda que eso ocurrió en la mañana del tercer día del secuestro. 

“Esa misma noche cuando ya estábamos los dos de nuevo en la pieza empezamos a oír a uno de ellos decirle a otro: ‘Dígale a su tío que traiga la motosierra, que estos no quisieron hablar’. Cuando le dicen que el tío no está, dicen: ‘Entonces vamos a cortarles las orejas, a dárselas a los perros’. Ahí pensamos: ‘Ya no hay nada que hacer, nos van a matar’. Toda esa noche fue así y todo el tiempo nos alumbraban a la cara con linternas.”, continúa contando González. 

“Al otro día nos sacaron, y llegó un grupo de guerrilleros bien uniformados. Después de caminar una hora y media nos montaron a un carro y nos llevaron a otra casa. Afuera hicieron unos cambuches y nos metieron siempre amarrados. Ahí sin salir permanecimos durante cuatro días. Después salimos, volvimos a caminar hacia otra zona. Era otra casa y afuera armaron otros cambuches y pasamos otros cuatro días. En ese último lugar los oímos un día corriendo como a un radio o un televisor y oímos al doctor Humberto de la Calle haciendo un llamado muy fuerte para que nos soltaran. Eso nos dio mucha moral porque sabíamos que estaban pendiente de nosotros”, afirma González. 

De acuerdo con el relato de los patrulleros, tras escuchar ese anuncio los días empezaron a ser rutinarios. Cambiaban de sitio cada dos días y dormían en cambuches o casas de madera deshabitadas. “Un día nos despertaron muy temprano y comenzamos a caminar de día. Eso se nos hizo raro porque las caminadas siempre eran de noche. Ahí empezamos a ver que algo raro estaba pasando. Caminamos de cinco de la mañana a cuatro de la tarde. Apareció uno que se veía que tenía mando sobre ellos. Nos habló 20 minutos sobre cosas de ideología de guerrilla y se fue. Al rato llegó otro y medio bravo nos dijo: ‘El gobierno está diciendo mentiras’. Eso está lleno de medios. Los íbamos a liberar, pero ya no. Quedamos muy aburridos y nos metieron al cambuche. Al otro día a las cuatro de la mañana nos sacan, nos montan a un carro. A los 20 minutos llegamos a un sitio. Nos dieron una ropa. Como a las 12 del día empezamos a caminar y como a los 20 minutos llegamos a donde estaba la comisión de la Cruz Roja y los carros. Eso fue una alegría muy grande. Ese fue el fin de esa pesadilla”, termina de contar González. 

“Nos asfixiaban con bolsas untadas de aceite”: Policías liberados
 
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