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Esta es la foto más reciente de Augusto Ramírez Ocampo, tomada en un desayuno en el Gun Club de Bogotá, días antes de su muerte.

obituario

Augusto Ramírez Ocampo

El colombiano que más alto ha llegado en Naciones Unidas era tan notable en público como en privado.

18 de junio de 2011

La ciclovía, la circunvalar, Chingaza y la Constitución de 1991, la paz exitosa en El Salvador y la paz infructuosa de Colombia llevan todas, de una u otra forma, la firma de un colombiano notable que el martes 13 de junio, a las ocho de la noche, después de ir a su oficina y su universidad, dar una larga entrevista y ejercitarse en su caminador, se desplomó frente a su esposa, en su casa de Bogotá, fulminado por un infarto. Pero, al igual que en esas y muchas otras obras, actividades y papeles públicos, la firma de este colombiano -y la esencia de su carácter- están impresas en la vida de personas como Manuel Oviedo, que le debe lo que es.

Por su origen -su padre fue parlamentario y embajador paisa-, por la larga lista de los cargos que ocupó y por su dedicación a la paz, Augusto Ramírez Ocampo era, ciertamente, notable, y de esto es de lo que más se han acordado las reseñas ahora que murió.

A comienzos de los ochenta, como alcalde, se le ocurrió darle a Bogotá un deporte y descubrió una solución barata, realista y perdurable que entró al diccionario como la ciclovía (de paso, inauguró la Circunvalar y la represa de Chingaza). A comienzos de los noventa, a los encargados en la Asamblea Constituyente, se les perdió el texto de la Constitución y tuvieron que reconstruirlo de memoria, con lo que varios de ellos se acordaban. La contribución de Ramírez Ocampo fue clave y, cuando su esposa le preguntó por el resultado de ese ejercicio de mnemotecnia colectiva con el texto más delicado de Colombia, él le contestó: "Eso quedó bastante bien". Su mayor orgullo era haber participado en la redacción de la Carta, y su gran obsesión, que nadie se apropiara de ella. Recompuso las relaciones de Naciones Unidas con el gobierno de El Salvador en los noventa, y ayudó a hacerlo con el de Álvaro Uribe, en Colombia, en los 2000. Como representante especial del secretario general, le tocó manejar la crisis más grave luego de la firma de los acuerdos de paz de 1992 en El Salvador: el descubrimiento en Nicaragua de una caleta de armas del Frente Farabundo Martí, que casi hace saltar el proceso por los aires. Años después, Alfredo Cristiani, presidente de la pequeña nación centroamericana en esa época, le dijo a Jorge, su hermano más cercano: "Estamos en paz por Augusto". En Haití, en otra misión de la ONU, casi lo mata una muchedumbre que atacó su vehículo. De Casa Verde al Caguán, tuvo que ver con todas las negociaciones con las guerrillas colombianas. "De conservador tenía muy poquito -dice Elsa, su esposa-; era un conservador de centro, tirando a izquierda".

Pero solo la gente más cercana a Augusto Ramírez Ocampo sabe de Manuel Oviedo. Treinta años después, todavía se le salen las lágrimas cuando cuenta del día de 1981 en que lo conoció. Tenía 9 años cuando lo pusieron a hacer un discurso del que no se acuerda, en un acto de campaña de Belisario Betancur, en su colegio del barrio La Victoria, de Bogotá, al que Augusto, conservador notable, asistía. Le pidió conocer a su padre, un obrero, y cuando se encontraron, le dijo que Manuel iba a ser un gran hombre. "Pero somos muy pobres", contestó el padre. "Entonces, yo me voy a convertir en su segundo papá, si me lo permite", replicó.

"Después de Dios y mis padres, el doctor Augusto -así le dice, y Ramírez Ocampo, a su turno, lo llamaba 'doctor Manuelito'- es la persona más importante en mi casa", asevera Manuel, tres décadas después. Cuando cuenta su vida, hace la biografía de él. Como alcalde, le ayudó a hacer bachillerato; como canciller, a entrar a Derecho en la Católica. Cuando no se veían lo llamaba cada semana. Se lo llevó a El Salvador, a la Comisión Nacional de Conciliación y al Ministerio de Desarrollo de Pastrana al que, como estaba encargado de la interlocución con la sociedad civil, llegaban embajadores, sindicalistas y ONG todos los días. "Le decía al presidente: la única forma de entenderse con la gente es hablando".

Manuel hizo carrera en la ONU, donde trabaja todavía, y es parte de un grupo de jóvenes notables a los que Augusto Ramírez Ocampo ayudó a convertirse en lo que son hoy. Colombia lo recuerda, como un "Quijote por la paz", como lo llamó El Siglo. Manuel también.