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Nechí, una de las tantas poblaciones del Bajo Cauca que están totalmente inundadas. La alerta para esta zona se mantiene, así como para poblaciones en el medio y Bajo Magdalena.

INVIERNO

Bajo el agua

El país está desesperado con el invierno. Y falta lo peor. El Estado tiene que tomar más en serio los desastres que está provocando el cambio climático.

13 de noviembre de 2010

Pocas veces el clima, el tema de conversación preferido de los colombianos después de la política, ha adquirido un tono tan siniestro de preocupación colectiva. La razón es que este ha sido tal vez el año más lluvioso de las últimas tres décadas, debido al fenómeno de La Niña, que ha arreciado las lluvias de las dos temporadas invernales del año. "El país ya está suficientemente inundado", dice Carlos Iván Márquez, director general de Socorro Nacional de la Cruz Roja. Aunque ha llovido mucho desde hace seis meses, las consecuencias de los copiosos aguaceros se han sentido mucho más esta semana que pasó, debido a que el país lleva recibiendo agua desde abril y La Niña prácticamente eliminó el veranillo que se da en julio y agosto, durante el cual muchos de los ríos y ciénagas recuperan su nivel de aguas. "Este año no pudieron secarse porque no ha dejado de llover", dice Lozano.

En efecto, la semana pasada los síntomas de La Niña se sintieron con toda su fuerza. En Bogotá no paró de llover durante 72 horas seguidas y como consecuencia de ello se presentaron derrumbes en la avenida Circunvalar, una de las vías más rápidas de la capital, lo que ocasionó caos vehicular; en Honda se desbordó el río Gualí, lo que puso en peligro algunas casas de conservación nacional; en la vía Manizales-Bogotá, a la altura del kilómetro 16, hubo derrumbes que mantuvieron cerrado el paso de vehículos; lo mismo sucedió en Medellín con la vía Las Palmas, que conduce al aeropuerto y al oriente antioqueño. Nechí y La Mojana están anegados. Las regiones más afectadas son la costa pacífica y la atlántica. "En los siete primeros días de noviembre la región del Caribe ha recibido más agua de la esperada para ese mes -dice Ricardo José Lozano, director del Ideam-. En Santa Marta, por ejemplo, ya cayó el 340 por ciento del agua de noviembre; en Barranquilla, el 200 por ciento, y en Bogotá, el 100 por ciento".

La Cruz Roja dio a conocer un balance preocupante: más de 500 municipios de 28 departamentos afectados por deslizamientos, fuertes vientos e inundaciones, 117 muertos y 1,17 millones de damnificados, sin contar las pérdidas económicas por cultivos y por el colapso de las carreteras, que impiden transportar los víveres. Y lo peor es que "se espera que caiga más agua, posiblemente hasta mayo del año entrante. Por eso estamos en alerta", dice Márquez.

Detrás de todo está el fenómeno de La Niña, una variación climática que intensifica las olas invernales y se produce por una disminución de la temperatura en el océano Pacífico. Hay Niñas suaves, pero la de este año, por tener una disminución de menos de un grado centígrado, ha sido calificada de severa, y lo peor es que está llegando a su madurez, lo que quiere decir que se está desarrollando en su máxima expresión.

Pero lo más inquietante es que en la aparición de fenómenos de La Niña (lluvias) o de El Niño (sequías) más severos tiene que ver el cambio climático. "Cada día la naturaleza nos pasa la cuenta de cobro por la falta de control ambiental frente a la deforestación, la sedimentación de los ríos, la protección de las cuencas hidrográficas, el manejo de las basuras", dice Luz Amanda Pulido, directora del Sistema Nacional para la Prevención y Atención de Desastres (Sigpad). Por cuenta de ello, lo que hoy parece una temporada especial podría convertirse en una condición frecuente que afecta no solo a los mismos de siempre, sino que produce nuevos damnificados. "Este año tenemos veredas que nunca habían visto una inundación y hoy están anegadas", dice la funcionaria. Y si hoy el problema es la lluvia, en otros años bien podrá ser una sequía extrema.

La gran dificultad del país ante las temporadas invernales ha sido el asentamiento de las comunidades, puesto que muchas viven en zonas de riesgo, como las laderas de montañas inestables, las riberas de los ríos o cerca de ciénagas. "Una cosa es la amenaza, pero otra muy diferente es la vulnerabilidad, y la nuestra es alta", asegura Márquez. Y eso ha quedado en evidencia con el colapso de cientos de casas, lo que hace recordar que "se construye en verano pero el verdadero interventor es el invierno", señala. Por diferentes motivos, entre los que están la falta de gestión local y la negligencia de los habitantes, muchos de quienes están en zona de riesgo no se han reubicado en lugares más seguros y por ello se encuentran en peligro cada año. Y si antes el país no daba abasto con estos afectados, con el nuevo panorama de clima extremo estaría aún más en desventaja, porque "la fuerza de la naturaleza es mayor de lo que se ha previsto", dice Pulido.

La situación es tan compleja que los expertos están convocando a la empresa privada y a la comunidad en general para que ayuden a atender la problemática de los cientos de familias que tendrán que vivir bajo el agua durante cinco meses o más. Sin embargo, a mediano plazo, lo importante es que el país se empiece a adaptar al cambio climático desde todos los frentes, y esto implica no solo hacer construcciones más adecuadas para mitigar los estragos que el clima pueda generar, sino establecer mecanismos de control ambiental para proteger las cuencas de los ríos, mantenerlos libres de sedimento, limpiar los sistemas de desagüe, etcétera. Un gran interrogante es de dónde va a salir el dinero. El gobierno ya anunció una partida de 40.000 millones para atender las emergencias de la ola invernal. Pero se tiene que empezar a planear cómo prevenir estos desastres. "La plata tiene que salir de donde sea -enfatiza Pulido-. Si no la pagan en prevención, la tendrán que pagar en asistencia humanitaria".