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BANDERILLAS DE FUEGO

La violencia llega hasta los incendios criminales

29 de septiembre de 1986

Lo que faltaba por pasar en un departamento sobresaltado por todo tipo de violencia pasó en la noche del miércoles 27 de agosto. Ocurrió a 40 kilómetros de Medellín, en la región de Llanogrande, cerca a Rionegro, cuando un grupo de unas 15 personas (en su mayoría jóvenes, muchos de ellos nerviosos, bien hablados, algunos encapuchados y otros con las caras pintadas, según conoció SEMANA) llegó a la finca "Caballo Negro", donde vive, con su esposa y su hija, el abogado y rejoneador Luis Guillermo Echeverri, Luigi, el único hijo del presidente de la ANDI, Fabio Echeverri.
Eran las once de la noche y el bullicio de los recién llegados despertó a quienes estaban en la finca: la esposa del rejoneador, que tiene ocho meses y medio de embarazo, su hija de dos años y una amiga de la familia. El grupo, visiblemente armado, que llegó en dos carros, se identificó como un comando del F-2, hizo salir de la casa a sus habitantes sin atropellarlos ni insultarlos. Después, algunos de ellos recorrieron la casa, abrieron las puertas de las caballerizas para dejar libres a los caballos y empezaron a rociar con gasolina las paredes de madera. Tras prender fuego a la finca y a uno de los dos carros que estaban parqueados a la entrada ("no incendiamos el otro porque usted está embarazada y de pronto necesita salir", le dijeron a la esposa de Luigi), hicieron varios disparos, desaparecieron luego de una incursión de quince minutos y dejaron atrás las llamaradas que demorarían una hora en extinguirse y en dejar pérdidas de unos quince millones de pesos.
Al amanecer llegaron a "Caballo Negro" Fabio Echeverri y su hijo Luis Guillermo. El primero debió viajar desde Cali donde ese día comenzaba la asamblea anual de la ANDI y el segundo desde Bogotá, a donde había ido a participar en unos partidos de polo. Fue entonces esa mañana cuando el país se enteró del atentado y cuando comenzaron las especulaciones sobre los motivos para una acción de esa naturaleza.
Para algunos, los motivos del incendio parecían estar atados al temperamento de Luigi. Enérgico, abanderado de causas altruistas, radical e intransigente, al rejoneador se le considera digno hijo de su padre. "Un hombre atravesado", dicen algunos de él. Por ese temperamento aceptó ser hace un año y medio inspector de Policía del corregimiento de San Antonio, a unos quince minutos de su finca y desde ese trabajo (especie de año rural de los abogados) libró infatigables batallas contra cuatreros, delincuentes comunes y hasta personajes que perjudicaban los intereses de los campesinos. "Fue mucha la gente a la que jodió", cuenta un habitante de esa región para describir la inflexibilidad del inspector Echeverri. En todos esos enemigos podrían estar, según algunos, los autores del atentado incendiario. Otras personas no descartaban la mano de la mafia en el hecho. Quienes lo tratan reconocen en Luigi a un hombre que jamás ha transado con los mafiosos, varios de los cuales están metidos en la actividad del rejoneo. Otra hipótesis que también se mencionaba era la de que la autoría sería de un grupo guerrillero o de simples extremistas. Pero lo concreto estaba en las cenizas de la finca y en la sensación de que las modalidades de violencia, venganzas o advertencias, han llegado en Colombia a extremos insospechados.