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BARCO TIENDE LA MANO

Con el viaje a La Uribe, el gobierno da un paso atrás y todo el mundo queda contento

30 de noviembre de 1987

El mal sabor que le dejó al país el asesinato de Pardo Leal parece haber desbloqueado, por fin, el estado de congelamiento indefinido en que se encontraba el proceso de paz. Una cosa quedó clara: o el gobierno demostraba voluntad política para una salida negociada al problema de la guerrilla o el país se despeñaba aceleradamente hacia una guerra. Obviamente no podía haber muestra de voluntad alguna que no comenzara con un repudio a la campaña de exterminio a la Unión Patriótica, que en la última semana produjo dos nuevas muertes.
El gobierno tenía la palabra porque la UP había ya planteado su posición. En una carta enviada el 16 de octubre al presidente Barco exigía: nombramiento de ministro de Defensa civil, disolución de los grupos paramilitares y castigo a sus financiadores, traslado de la Policía Judicial a la Procuraduría, levantamiento del estado de sitio y diálogo inmediato con la Coordinadora guerrillera Simón Bolívar.
De todos estos puntos, el único que probablemente era aplicable rápidamente era el del traspaso de la Policía Judicial, porque se trataba de una propuesta que se venía estudiando. Los demás o tropezaban con dificultades o de aplicación o de aceptación política.
Remover al general Samudio de su cargo equivalía a aceptar su participación en la "guerra sucia". Comprometerse a disolver los grupos paramilitares,suponía que el gobierno aceptaba que ejercía algún control sobre ellos. Levantar el estado de sitio, precisamente en momento en que los asesinatos se vienen dando a diestra y siniestra, era, ni más ni menos, que entregar el país a los violentos. Por último, entablar el diálogo con la Coordinadora Simón Bolívar, que para muchos está planteando la generalización de la guerra, era quemar pólvora en gallinazos.
Y el gobierno tomó la palabra. Pero tenía que buscar al mejor interlocutor para hacer la señal sin que ésta tuviera demasiado costo político. La UP y la Coordinadora Guerrillera como tal estaban descartadas. Las únicas que quedaban eran las FARC. Reabrir la negociación con ellos, significaba matar dos pájaros de un tiro. Por un lado, se demostraba un espíritu de paz sin hacer demasiadas concesiones concretas y, de otro lado, debilitaba la Coordinadora.
El camino para retomar el diálogo ahora estaba menos empedrado. Con la salida de Arias Carrizosa, del Ministerio de Justicia, la línea dura dentro del gabinete había vuelto a quedar en minoría. Y Carlos Ossa, consejero presidencial para la paz, había recuperado el terreno político que venía perdiendo. Hecho que había comenzado con el fortalecimiento de las relaciones entre el Consejero y el Presidente a raíz del viaje a Corea.
La primera seña de esta nueva actitud gubernamental la había dado el ministro de Gobierno, César Gaviria, en reportaje concedido al diario El Tiempo, el domingo 24 de octubre: "Estoy seguro que el diálogo con las FARC se puede continuar"... "El gobierno no puede cambiar su política de paz porque los grupos guerrilleros hacen una reunión y producen un comunicado". Estas declaraciones contrastaban con las que había dado meses atrás en el sentido de que "no habría diálogo si no se daba la desmovilización y el desarme".
En este punto en particular, el de la desmovilización y el desarme, (que se había convertido desde la firma de los acuerdos de La Uribe en un factor de empantanamiento), es donde el gobierno deja claro que esta dispuesto a entenderse con los guerrilleros.
En la carta elaborada por Carlos Ossa y sus asesores y entregada al Secretariado de las FARC, se hace una aclaración al respecto: "Lo que ustedes y otros grupos armados han interpretado como un 'ultimátum' y como una 'declaratoria de guerra total y un cierre definitivo al diálogo' es simplemente la reiteración de las fases previstas en los acuerdos de La Uribe, cese al fuego como paso previo a la desmovilización y reincorporación (que por supuesto implican el desarme, el cual incluso etimológicamente es diferente a la entrega-de armas) y estas fases como requisito de la paz, pues mal podría conseguirse una paz duradera bajo la persistencia de organizaciones armadas".
Pero no sólo aclaraciones etimológicas y semánticas se trajeron a colación en este documento. También las hay políticas. La propuesta de verificación, solicitada reiteradamente por las FARC, y a la cual el gobierno desde un principio se había negado, fue replanteada: "El gobierno estaría dispuesto a pensar en comisiones para verificar el normal desarrollo de la desmovilización dentro de los plazos y garantías que llegaren a acordarse" dice el documento. Este planteamiento deja muy en claro que no se crearán comisiones de verificación para constatar quién disparó la primera bala (objetivo de la verificación en el gobierno de Betancur), sino para la desmovilización.
Con estas nuevas propuestas bajo el brazo, llegaron el 28 de octubre Carlos Ossa, Jesús Antonio Bejarano, Rafael Pardo y Ricardo Santamaría, al campamento de "La Caucha", en La Uribe para entrevistarse con Jacobo Arenas, Manuel Marulanda "Tirofijo" y Alfonso Cano, la plana mayor de las FARC. (Irónicamente el escenario fue el mismo en donde hace un mes se fundó la Coordinadora Guerrillera Simón Bolívar). A diferencia de encuentros anteriores, esta vez, el saludo fue tan frío como el clima en el páramo de La Uribe. No era para menos. Desde hacía más de seis meses que Ossa no había vuelto a descolgar el teléfono rojo, pese a que el propio Jaime Pardo Leal venía realizando una labor de lobby entre el gobierno y el Secretariado de las FARC Por eso el lunes 25 de octubre, cuando Ossa a las 4 y 30 de la tarde llamó a Arenas a comunicarle que lo visitaría el miércoles siguiente, no hubo ninguna muestra de efusividad, aunque la respuesta afirmativa no se hizo esperar.
Y el día llégó. Después de los saludos de rigor y de hablar sobre el frío, y el paisaje comenzó la reunión, después de almorzar carne de borugo (animal salvaje de la región), plátanos del Guayabero, y jugo de tomate de árbol. De manteles pasaron al dormitorio-oficina de Jacobo Arenas. Los primeros párrafos del documento, leído por Carlos Ossa y seguido por todos en las fotocopias que habían sido repartidas, fueron recibidos por el Secretariado como un baldado de agua fría. En ellos, el gobierno hacía alusión a la justificación que había hecho Jacobo Arenas de la matanza de soldados en el Caquetá, por lo que se creó un clima de tensión que imposibilitaba cualquier negociación. De ahí para adelante y hasta que finalizó la lectura el ceño fruncido no desapareció del rostro de Arenas, Marulanda y Cano. Vinieron después las explicaciones a muchos de los puntos planteados que hicieran los asesores de Ossa, en los que se insistía en la necesidad de interpretar y precisar los acuerdos al punto de hacer un diccionario común y limitar el espacio del diálogo, con el fin de retomar el espíritu que le dio fuerza a los acuerdos de La Uribe y cuyo propósito no es otro que el de parar una guerra que lleva más de 30 años.
Jacobo Arenas, Manuel Marulan da y Alfonso Cano tomaron la palabra y expresaron que les parecía la carta demasiado dura y que a pesar de existir un nuevo clima político no se daban todavía garantías para su reincorporación a la vida civil. El secretario político de las FARC recordó que con motivo del asesinato de Jaime Pardo Leal, las FARC habían hecho un llamamiento a la cordura por la que no se presentaron hechos graves. Estuvieron de acuerdo en que el diálogo y el cese al fuego deben tener un objetivo preciso y que no se hable de plazos si no más bien de garantías sociales, económicas y sobre todo de respeto a la vida.
Las FARC aceptaron que el tema de las reformas políticas no se podía entender como punto de obstáculo para hablar con los grupos armados, ya que éstos dependen del legislativa y no del ejecutivo, y que, aun cuanda el gobierno tiene interés en que se aprueben, no debe condicionarse la desmovilización a las reformas. Ya a estas alturas el clima político era bien diferente al atmosférico. Tanto que, hubo concenso en suspender la reunión para oír la transmision por radio del partido América-Peñarol. El más triste con el marcador fue Ossa, hincha furibundo del equipo caleño y el más pragmático Jacobo Arenas, que sostuvo que todo estaba arreglado para hacer un tercer juego.
Al otro día la discusión continuó pero hubo un paréntesis en el que Jacobo Arenas consultó su vademécum (libro en el que se encuentran las enfermedades y los remedios para curarlas) para combatir el dolor de estómago que aquejaba a Ossa y que sus asesores achacaron al medio centenar de tinto que habían consumido el día anterior. En esta nueva sesión no se establecieron fechas para próximas reuniones sino que se acordó continuar con el espíritu de la que se había llevado a cabo. Del frío apretón de manos del día anterior se pasó al abrazo de despedida.
Carlos Ossa se curó de su dolor de estómago pero su dolor de cabeza sigue porque para el problema de la paz no ha surgido todavía la droga milagrosa. En los diferentes sectores políticos la reunión fue saludada con beneplácito. Algunos conservadores le metieron un poco de política al asunto para mostrarlo como una recogida de velas, pero en principio estuvieron de acuerdo.
Que hubo una recogida de velas no había duda, pero esto era más saludable que criticable, porque en cuestiones de paz y guerra un paso adelante siempre es más grave que un paso atrás.