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BARCO TIENE LA PALABRA

23 de junio de 1986

Virgilio Barco se salió con la suya. No sólo ganó las elecciones presidenciales, sino que batió todos los récords de votación en la historia de Colombia. Además de aplastar a Alvaro Gómez por un margen cercano a los dos millones de votos, superó por una cantidad casi igual la votación más alta obtenida en el país anteriormente: los 3 millones 200 mil votos de Belisario Betancur en 1982.
Pero no es por esto por lo que se puede decir que Barco se salió con la suya. Si después del 9 de marzo existía la convicción de que el triunfo de las parlamentarias era del Partido Liberal, después de las presidenciales nadie puede discutir que el triunfo tenía nombre propio: Virgilio Barco.
El largo millón de votos que él le adicionó al caudal liberal de las parlamentarias despeja cualquier duda al respecto. Pocos triunfos tan personales como éste: hace 4 años, se le consideraba un cadáver político; hace dos, apenas encabezaba tímidamente el abanico de precandidatos; incluso hace tres meses, llegó a ser considerado como el único aspirante liberal que podría producir la derrota del partido. Fue ridiculizado e irrespetado.
Sin embargo, aguantó golpe tras golpe y ante las docenas de voces que clamaban por un viraje en su campaña impuso tercamente su propio estilo.
Su argumento era simple: si había llegado hasta donde había llegado siendo como era, no tenía por qué cambiar a la hora de afrontar la batalla más importante de su vida. Llegó un momento en que él era probablemente el único colombiano que creía en esta estrategia. Y cuando la situación parecía estar tocando fondo, los hechos comenzaron, gradualmente, a darle la razón.
Para sorpresa de muchos, las plazas comenzaron a llenarse y fue tomando forma el fenómeno político que el domingo pasado resultó elegido Presidente de Colombia. Barco, un hombre circunspecto e introvertido, llegó a soborear esa gloria que le está reservada a los grandes caudillos de multitudes. Sin que nadie entendiera muy bien por qué, Barco y las masas comenzaron a sintonizarse. Y esa sintonía se dejó medir en las urnas que recogieron para él mucho más de 4 y medio millones de votos.
ROMPIENDO MITOS
Con esos 4.8 millones de votos, Barco rompió los más recientes mitos electorales. El primero de ellos, que el sectarismo se había acabado. La invocación de los más primarios sentimientos liberales, como arma para movilizar al electorado, parecía haber obtenido su última victoria con el "Liberal, vota liberal" que había llevado a Julio Cesar Turbay a la Presidencia por una nariz. Cuatro años después, la campaña lopista, con eslogan como "Juéguele al colorado", "La roya es azul" y "La paz es liberal" fue derrotada por el "Sí se puede" sin connotación partidista. Veinticuatro años después de iniciado el Frente Nacional, parecía haber llegado una nueva era política, que dejaba atrás de una vez por todas las pasiones del pasado.
Esta nueva Colombia duró muy poco. Si algo caracterizó el recién terminado proceso electoral fue precisamente el resurgimiento del sectarismo. Aunque godos y liberales se acusan mutuamente de haber tirado la primera piedra, ninguno estuvo libre de pecado. Aunque los liberales se consideran las víctimas, es posible que en la práctica hayan sido más sectarios que sus opositores. Lo que pretendía ser una actitud defensiva contra el sectarismo de Alvaro Gómez y en particular del controvertido programa de T.V. del lunes 19, se convirtió en el más desproporcionado despliegue de sectarismo de los últimos años. El lector desprevenido que eche una ojeada dentro de unos años a la prensa liberal de la última semana, podrá pensar que está leyendo periódicos de 1950. A Barco, a pesar de su fama de ecuánime, se le salió el santandereano en lo que se refiere a fervor partidista. Pero probablemente, tanto el candidato como la prensa liberal, no hicieron más que reflejar el sentimiento de las masas rojas, ávidas de reconquistar el poder.
Con el nombre de Alvaro Gómez involucrado en la contienda, no se sabe realmente qué fue primero, si el huevo o la gallina. Pero lo que es innegable es que, ante el coco del hijo de Laureano, el gallo colorado sacó las espuelas. Gómez, dígase lo que se diga, no se quitó la piel de oveja. La sinceridad de esta actitud es materia de otra discusión. Los episodios de televisión, tanto en el noticiero de su hijo Mauricio, como en el famoso programa-gol de la semana pasada, pueden considerarse tendenciosos y descachados, o hasta maquiavelicos, pero no sectarios. En todo caso, cabe esperar que la índole de la pasada campaña no signifique un retroceso histórico, sino un accidente político originado en el apellido del candidato conservador.
Otro mito que desapareció el domingo pasado fue el de la televisión. Al igual que con el sectarismo, la elección de Betancur parecía haber marcado un hito en este campo. El familiar y efectista manejo de la pantalla chica por parte del candidato del Movimiento Nacional, para muchos fue definitivo en la conquista de la famosa franja que le dio la victoria frente a los criterios elitistas y académicos de López Michelsen. Todo el trajín de las manifestaciones, las giras y los sancochos con la maquinaria, parecía haber quedado desplazado por la magia de la comunicación frente a frente en la alcoba. Con base en este presupuesto se montó en gran parte la campaña de Galán. El reconocimiento unánime de que el jefe del Nuevo Liberalismo era un comunicador superdotado y de que su rival Barco era una catástrofe en este campo alimentaba las ilusiones de sus seguidores. Barco, efectivamente, resultó una catástrofe. Pero esto no le importó en lo más mínimo a los electores que no solo lo apoyaron abrumadoramente sino que, de pasada, liquidaron a Galán.
Si esto no fuera suficiente evidencia de la no incidencia de la televisión en el proceso electoral, el episodio de la semana anterior a las elecciones alrededor del programa de la campaña alvarista sobre la Concesión Barco, fue la confirmación definitiva. Las denuncias contenidas en el mismo, profesionalmente hechas pero tendenciosas, dieron la impresión de haber sacudido al país. El programa despertó políticamente a Alberto Lleras, tumbó al director de Inravisión, puso a pronunciarse al procurador, produjo amenazas de retiro del liberalismo del gobierno y desbordó ríos de tinta en los periódicos. Durante una semana no se habló sino de cuál sería el efecto electoral de la bomba alvarista.
Se especuló sobre una masiva deserción barquista de última hora o, por el contrario, de un efecto bumerang que le restaría votos a Gómez. Al final de cuentas no pasó absolutamente nada. La encuesta contratada por SEMANA, realizada varios días antes de la exhibición del programa por el Centro Nacional de Consultoría, pronosticaba casi milimétricamente el resultado obtenido el 25 de mayo. (Ver cuadro). Todo lo anterior permite afirmar que, aparte de la candidatura de Alvaro Gómez, la gran derrotada el 25 de mayo fue la televisión.
LO QUE VIENE
Pero una discusión menos filosófica y más inmediata es qué significado tiene el abrumador margen de victoria conseguido por Barco. El supermandato obtenido es un arma de doble filo. Son pocos los antecedentes históricos de barridas electorales que terminan en happy-ending. En una reciente columna, Enrique Santos Calderón citó los casos colombianos de López y Betancur. Pero internacionalmente, la evidencia es aún más contundente. Las dos más grandes victorias electorales en la historia de los Estados Unidos en dos siglos de democracia, fueron la elección de Lyndon Johnson en 1964, que habría de desembocar en la guerra de Vietnam, y la reelección de Richard Nixon en 1972, que dos años después habría de culminar en Watergate y su renuncia. El exceso de expectativas y la ausencia de disculpas muchas veces terminan en desilusión.
Aun así, Barco tiene tres grandes elementos a su favor: un Congreso mayoritario, recursos económicos y un cheque en blanco en materia de programa. A diferencia de Betancur, quien tuvo que negociar con un Parlamento de oposición, Barco arranca con un Congreso en su bolsillo e inclusive, si se tiene en cuenta que quienes lo respaldan son más sus aliados que sus amigos, no hay duda de que por lo menos en un principio, cuenta con los votos para aprobar cualquier cosa. Tal vez más importante es que Barco contará con los recursos económicos. Ahora, con la bonanza cafetera y de pronto con la petrolera, habrá plata. Y lo que ni siquiera sus más vehementes enemigos se atreven a negar es que cuando hay plata, Barco hace cosas.

En cuanto a cómo va a gastarse esta plata, lo cierto es que el nuevo Presidente tiene un cheque en blanco. Esto es el resultado de su estrategia deliberada de no concretar ninguna promesa electoral durante su campaña. Barco, consciente de que iba a ganar, prefirió exponerse a las críticas de "lugarcomunero", ambiguo y evasivo, a adquirir compromisos concretos que después se los podían cobrar. Aunque el programa liberal en folleto es un documento de centro-izquierda bastante avanzado y muy explícito, pocos lo conocen, casi nadie lo toma en serio y nadie espera que Barco lo lleve a cabo. Esto obedece a la tradición colombiana según la cual los políticos son responsables de lo que prometen en sus discursos, más no de lo que prometen los programas de sus partidos. Y Barco no ha prometido nada específico y por lo tanto tiene carta blanca.
Lo curioso de todo esto es que un candidato cuyo problema hace pocas semanas era el de no generar ninguna expectativa, se enfrenta ahora a la realidad de haber generado demasiadas. Virgilio Barco, el hombre que se hizo famoso por no saber hablar tiene ahora la palabra.
UN DIA DE DUELO
El 25 de mayo fue un día de duelo para la familia Gómez. No sólo por la muerte inesperada del cuñado del candidato, Carlos Fajardo Herrera, sino porque a esta tragedia personal se sumaba una tragedia política en una de las familias que durante más de medio siglo había jugado uno de los papeles más importantes en la historia del país.
Gómez absorbió su derrota con gran dignidad. La sabía de antemano. Sus encuestas finales le pronosticaban una derrota por un millón 200 mil votos. Y ante cifras de esta magnitud, un veterano de la política como él no podía esperar que se produjera el milagro. En lo que podría interpretarse como un rito íntimo y conyugal, decidió escuchar los resultados solamente en compañía de su esposa. Ni siquiera estaban presentes sus hijos. En la casa de uno de ellos, se encerró con Margarita Escobar López, la mujer que durante 40 años había vivido todos los altibajos de una carrera, cuyo ciclo en cierta forma se cerraba la noche del domingo pasado. De ella había dicho en el discurso de aceptación de su candidatura que "en los episodios de nuestro tiempo se han quedado engarzados pedazos de su corazón". Sin duda alguna. el desgarrón más amargo se produjo en ese recinto mientras los datos de la Registraduría confirmaban lo que ambos consideraban inevitable.
Simultáneamente, en la casa del senador Alberto Casas, los hijos del candidato y sus más cercanos asesores oían los mismos resultados. Alrededor de las 7 de la noche se comunicaron telefónicamente y Gómez los invitó a reunirse con él Para redactar la declaración de reconocimiento de su derrota. Así lo hicieron y decidieron trasladarse a Inravisión, para leerla en vivo al país entero. Al llegar allá, les sugirieron hacerlo como una sección del Noticiero Cinevisión, que en esos momentos estaba en el aire. Se negaron categóricamente. Los roces entre la campaña alvarista y ese informativo no daban para eso. Tan pronto terminó el noticiero y después de una breve presentación por un locutor oficial, Gómez apareció en la pantalla. Físicamente se veía muy bien pero reflejaba dolor en el alma. La declaración, muy elegante en contenido, fue leída con gran dignidad. Al final, los aficionados a las tragedias griegas manifestaron haber percibido un brillo en sus ojos y un nudo en su garganta.
En la dimensión parroquiana de Colombia, el momento tenía efectivamente visos de tragedia griega. La Presidencia significaba para Gómez Hurtado mucho más que para cualquier colombiano. Le había dedicado toda su vida a buscarla, convirtiéndola en su meta absoluta. Tenía para él connotaciones personales, familiares pues más que una prueba electoral inmediata con perspectivas hacia el futuro, representaba un veredicto histórico para su estirpe.
El veredicto fue contundente. Y por ser la segunda vez, doblemente contundente. Los colombianos, o por lo menos los liberales, no habían superado lo que el propio Gómez cree haber dejado atrás y para lo cual había luchado tenazmente desde la creación del Frente Nacional. El veredicto en cierta forma era injusto. Le estaban cobrando su pasado y no su presente, cuando a muchos, de ambos bandos, se les había amnistiado ese pasado. Más doloroso para él que la frialdad estadística de la derrota, fue el sabor de regreso a los viejos tiempos que tuvo la etapa final de la campana.
En su declaración, Gómez anunció que seguiría presente, opinando sobre los diferentes problemas nacionales. Seguramente lo hará. Siempre lo ha hecho. Pero la meta que hasta ahora lo había inspirado, la Presidencia de la República, ha desaparecido de su alcance.
UNION PATRIOTICA ¿VALIO LA PENA TANTO ESFUERZO?
Perdida en el maremoto de la victoria barquista, la cifra del 3.9% de los votos obtenida por Jaime Pardo Leal, candidato de la Unión Patriótica, no parece a primera vista demasiado significativa. Y, sin embargo, es lo bastante como para haber merecido todo un párrafo en la breve declaración de victoria del Presidente electo. Tras señalar que la "consolidación" (de la UP) y su participación en el proceso político son convenientes para el país", Virgilio Barco dio un adelanto de lo que será su actitud al respecto: "La democracia reconoce que en todo cuerpo social que mantenga su vitalidad existen divergencias y conflictos, pero abre canales para que se debatan y decidan, y así se preservan la concordia y la unidad de la nación". Lo cual, en labios del nuevo Presidente, es un tácito reconocimiento y homenaje a la "apertura política" de Betancur, que en más de una ocasión ha sido severamente criticada desde las filas liberales.
Los resultados de la UP marcan, en efecto, el triunfo de una doble apuesta. La de la apertura belisarista, que tras haber tenido en un principio la ambición de abarcar a todos los grupos alzados en armas quedó finalmente reducida a las FARC. Y sobre todo la de las propias FARC, la más antigua guerrilla del país, que se jugaron (con un considerable costo de sangre) su prestigio y su experiencia guerrilleros a cambio de la participación directa en la política legal.
Ya en las elecciones de marzo los candidatos parlamentarios de la UP habían logrado resultados bastante satisfactorios: ocho principales y trece suplentes. Sus casi 350 mil votos del domingo consolidan esa situación. Y demuestran de paso algo que no estaba muy claro hasta ahora: que la UP tiene existencia propia, más amplia que la de los organismos de los cuales parecía ser simple emanación electoral: las propias FARC y el Partido Comunista. Así como el "proceso de paz" sirvió en una primera fase para potenciar políticamente a las FARC a costa del PC, así estas elecciones han servido para potenciar a la UP a costa de las FARC, cuyo destino -en caso de que acaben imponiéndose las reformas prometidas y anunciadas- es el de disolverse finalmente.
Pero no sólo hay eso. También desde el punto de vista puramente numérico los resultados de la UP son notables comparados con las anteriores intentonas electorales de la izquierda colombiana. El 3.9% de la votación obtenido por el casi desconocido Pardo Leal representa una duplicación de casos anteriores: en 1974 el PC y el entonces activo MOIR, unidos en la UNO y con la candidatura de Hernando Echeverry Mejía, obtuvieron un 1.7%. En 1978 tres candidatos (Pernía por el PC, Piedrahíta por el MOIR y Socorro Ramírez por los sectores trotskistas) sumaron solamente un 1.9%. Y en 1982 la candidatura única del venerable profesor socialista Gerardo Molina llegó apenas al 1.4%.
Interrogado por SEMANA, el candidato Pardo Leal resumió lo que para él significan los resultados diciendo que "el país votó contra los enemigos de la paz y contra la regresión. La UP amplió el espacio político y se incrustó definitivamente en la vida nacional". En cuanto al futuro de las FARC, Pardo fue menos enfático: "Ellas siguen luchando para que el proceso de paz continúe sobre la base de reformas políticas y sociales, pero sin perder su autonomía y sin abandonar las armas".