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BIEN PARADOS

Con el manejo que Pastrana le dio al paro estatal a los sindicalistas les quedó claro que en materia de exigencias las cosas cambiaron.

16 de noviembre de 1998

El jueves de la semana pasada los editoriales de El Tiempo y El Espectador coincidieron en un tema: el buen discurso del presidente Andrés Pastrana en el que se refirió al paro estatal. Ambos periódicos liberales, que han mantenido una posición crítica frente al gobierno, reconocieron abiertamente que la respuesta del Presidente a los sindicatos había sido enérgica y oportuna. El editorialista de El Tiempo señaló que Pastrana había dicho cosas duras y que "hay momentos en que los gobernantes deben decirlas, para fijar una posición en la que, como él lo manifiesta, no ofrece lo que no se puede dar". Hizo un llamado a los sindicalistas para pedirles prudencia y "no torear el toro". Y finalizó diciendo que "se dialogue, se hable, pero que el gobierno mantenga sus principios y cada quién sepa dónde está". Por su parte el editorialista de El Espectador dijo que "el Presidente utilizó la ocasión para responder a quienes venían solicitando una mayor presencia del mandatario". Y agregó: "Mano dura. Un recurso útil para mostrar autoridad de parte de un Presidente al que se le ha señalado que no la ha ejercido". Los editorialistas de paso le dieron a Pastrana un segundo aire en una semana agitada en la que los sindicalistas radicalizaron su posición frente al gobierno y rechazaron la alocución del Presidente en la que Pastrana dijo que no accedería a las pretensiones de los trabajadores y mucho menos negociaría bajo presión. Era la respuesta al tira y afloje de los voceros de los sindicatos que durante varios días habían anunciado que estaban dispuestos a sentarse a una mesa de negociaciones con un pliego de peticiones bajo su brazo que contenía 180 puntos y que en su momento los ministros del Interior, Néstor Humberto Martínez, y el de Trabajo, Hernando Yepes Arcila, habían señalado que más que peticiones se trataba de un programa de gobierno. Los voceros de los sindicatos amenazaron con que si no había negociación los trabajadores del Estado harían una 'toma' de Bogotá. El gobierno intentó buscar una salida al conflicto pero comprendió que los líderes sindicales no tenían ninguna intención de llegar a un acuerdo. El martes en la noche, cuando las dos partes se sentaron en la mesa de conciliación y el gobierno entendió que no se iba a llegar a ninguna parte, Pastrana y sus asesores tomaron la decisión de hacer un enérgico pronunciamiento y anunciarle a la opinión pública que el gobierno no estaba dispuesto a dejarse presionar bajo ningún punto de vista. La carta que se jugó el Presidente la noche del martes en su alocución televisiva dio sus frutos. Los gremios respaldaron al primer mandatario y le pidieron a los servidores estatales que reconsideraran su actitud de huelga. Mensaje que tuvo oídos sordos en los sindicatos, los que el miércoles en la tarde realizaron la toma de Bogotá y cerca de 200.000 trabajadores de diferentes partes del país marcharon por las calles de la capital en medio de un monumental aguacero. Pero más allá de la marcha simbólica fue poco o nada lo que lograron los huelguistas estatales. En cambio el presidente Pastrana salió fortalecido al encontrar un total respaldo en la opinión pública, los gremios y los medios de comunicación. Así parecieron entenderlo los sindicalistas, quienes el jueves en la mañana volvieron a la mesa de diálogo del gobierno. Esta vez su pliego de peticiones se reducía a ocho puntos. Con la sartén por el mango el gobierno le movió el piso a los sindicatos y dejó en claro que no estaba dispuesto a firmar actas de compromisos que no se pudieran cumplir. El gobierno también aprovechó este segundo aire para denunciar que detrás del paro estaba la guerrilla y que la actuación oportuna por parte de la fuerza pública impidió que los huelguistas se tomaran las vías de acceso en las fronteras con Ecuador y Venezuela. Pero quizás el golpe más certero que propinó la fuerza pública a los sindicalistas se produjo en Barrancabermeja, donde los huelguistas tenían planeado tomarse las instalaciones de la refinería de Ecopetrol. Sin embargo el Ejército logró militarizarla dos horas antes de la toma por parte de los huelguistas. El único reproche que recibió el presidente Pastrana fue que echara mano una vez más del 'espejo retrovisor' para explicar el porqué de esta crisis. En su discurso el Presidente señaló que los excesos en las negociaciones adelantadas en la administración Samper con los sindicatos, "sin mandato distinto al de la supervivencia en el poder", condujeron a pactar condiciones inaceptables que no consultaban el menor interés de la Nación. Para los analistas la chequera de culpar a la administración anterior por todo lo malo que acontece está a punto de agotarse. Para Pastrana y sus asesores este paro iba a definir el perfil del gobierno en los próximos cuatro años. Así como Ronald Reagan consolidó su imagen de gobierno fuerte frenando una huelga de operadores aéreos y Margaret Thatcher una de mineros, el Presidente quería diferenciarse del anterior gobierno poniéndole un tatequieto a los sindicalistas. La jugada le resultó.