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Si bien las sanciones impuestas a los alcaldes Gustavo Petro y Samuel Moreno no son comparables, su resultado sobre la capital de la República es el mismo: crisis institucional e interinidad en la administración distrital. | Foto: Daniel Reina

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Bogotá perdedora, tras salida del alcalde

Una nueva crisis institucional sufren los capitalinos en medio de la polarización ideológica y el estancamiento urbano.

14 de diciembre de 2013

Cuatro alcaldes en dos años. Este balance resume la inestabilidad política que ha sufrido la capital de la República, la cual se agudizará cuando entre en firme la sanción de la Procuraduría contra el alcalde Gustavo Petro. El fallo de Alejandro Ordóñez contra el mandatario distrital ha desencadenado una serie de repercusiones que van desde el debate jurídico sobre las funciones del Ministerio Público hasta el reacomodo electoral con miras a las elecciones de 2014. No obstante, más allá de los efectos políticos cabe preguntarse sobre las consecuencias de la destitución del burgomaestre en la ciudad.

Esta es la segunda vez en dos años y medio que una decisión del procurador Ordóñez descabeza la administración distrital. La primera fue en mayo de 2011 cuando este organismo de control elevó pliego de cargos y suspendió por tres meses al entonces alcalde Samuel Moreno por omisión e irregularidades en contratos de movilidad adjudicados a los Nule. Moreno no volvería al Palacio Liévano y terminaría en prisión. En el caso de Petro se trata de una destitución e inhabilidad de 15 años para ocupar cargos públicos a raíz de decisiones tomadas en la puesta en marcha del nuevo esquema de recolección de basuras.

Aunque no son comparables, el resultado de ambas sanciones es la interinidad en el gobierno del Distrito. De quedar en firme el fallo contra Petro, en 2014 Bogotá tendrá otros tres alcaldes más. Un primer burgomaestre sería encargado por el presidente Juan Manuel Santos mientras una terna de la Alianza Verde es presentada a la Casa de Nariño.


El primer mandatario escogerá al segundo alcalde de esa terna y convocará elecciones atípicas que se celebrarán en los dos meses siguientes. El ganador de esos comicios será el tercer alcalde en menos de un semestre y gobernará la ciudad hasta el 31 de diciembre de 2015 con el plan de desarrollo ‘Bogotá Humana’ de la administración petrista. En resumidas cuentas, la repetición de un ciclo por el que ya pasó la capital en 2011.

La interinidad a que terminará abocado el Distrito resentirá aún más el actual ritmo de ejecución que distintos organismos de vigilancia han calificado de lento. De acuerdo con informes de la Veeduría Distrital varias entidades vienen rezagadas en sus inversiones y programas. 

Un reciente reporte de Bogotá Cómo Vamos, una iniciativa ciudadana de seguimiento a la Alcaldía, hace un balance de la gestión de Petro en áreas clave como salud, educación, movilidad, seguridad y entorno macroeconómico. Si bien hay resultados tangibles en la reducción de homicidios, del desempleo y de los indicadores de pobreza, los avances, por ejemplo, en construcción de colegios y jardines, mortalidad materna y vacunación, son marginales.

Según una encuesta anual de percepción ciudadana de ese mismo observatorio cívico, la movilidad y el arreglo de vías son dos de las necesidades más sentidas de los capitalinos. Para Bogotá Cómo Vamos, a pesar de la aprobación de un paquete de obras de infraestructura de transporte como troncales de TransMilenio y cables, en esta materia “tampoco hay avances muy significativos”. 

Los bogotanos rajan al alcalde Petro y su equipo de gobierno tanto en confianza como en gestión. Aparte de la discusión ideológica que ha desatado el fallo de la Procuraduría contra el burgomaestre, la ciudadanía capitalina no reconoce en la actual administración un ejemplo de eficiencia y de resultados tangibles. Uno de los retos de los próximos alcaldes durante el primer semestre de 2014 y al electo tras los comicios atípicos será inyectarle dinamismo al aparato distrital a pesar de lo corto de sus encargos.

La crisis institucional de Bogotá no solo se limita a las carencias ejecutivas, también cobija el estado de ánimo de sus habitantes. El pesimismo urbano es tanto generalizado como permanente. En la encuesta Gallup dos de cada tres capitalinos cree que las cosas en la ciudad van empeorando. De hecho, la última vez en que el optimismo superó al pesimismo en ese sondeo fue por poco tiempo en julio de 2010. 

Esta lectura sombría contrasta con la racha de respuestas positivas a esta pregunta por nueve años entre 1999 y 2008. En la encuesta de percepción ciudadana de Bogotá Cómo Vamos de este año se llegó a un tope histórico con la tasa más alta de habitantes con nada de orgullo por la capital desde 2000, el 13 por ciento. La salida de Petro y el proceso para sustituirlo tendrán como telón de fondo una ciudadanía cansada, pesimista y sin un rumbo colectivo claro.

Otra amenaza que se vislumbra en el horizonte capitalino es la polarización. La sanción del Ministerio Público ha exacerbado las críticas a Ordóñez y sus inclinaciones ideológicas y seguramente alimentará el apoyo al alcalde. Gustavo Petro ha interpretado ese sentir con la convocatoria a marchas de respaldo la semana pasada y con discursos que invitan a la resistencia. 

Por más que las imágenes de la Plaza de Bolívar y la intensidad de los manifestantes pro-Petro indiquen lo contrario, el electorado bogotano no está partido en dos. El propio alcalde fue elegido con alrededor de un tercio de los votos mientras las otras dos terceras partes apoyaron otras tendencias.

Tampoco hay una división ideológica en la aprobación del burgomaestre ni del balance de su gestión. De hecho, en pilares de su plataforma como la lucha contra el cambio climático, brilla más el desconocimiento de la ciudadanía que una militancia mayoritaria en estas causas.

Las primeras encuestas sobre eventuales candidatos a las elecciones atípicas ratifican que los capitalinos apoyan las más variadas corrientes: galanistas, peñalosistas, mockusianos, progresistas con Navarro Wolff, polistas con Clara López y uribistas con Francisco Santos. Sin embargo, la solidaridad hacia Petro que ha generado la destitución y los llamados combativos del alcalde podrían inyectarle a la ciudad en los próximos meses un grado más alto de polarización ideológica.

Por distintas razones, incluyendo esta decisión de Ordóñez, Gustavo Petro no fue el alcalde que sanó las heridas que dejó la corrupción de la administración Moreno. En vez de ser un mandatario unificador, el alcalde, con un apoyo electoral de un tercio de los votos, optó por desplegar una agenda más radical y girar la administración hacia la izquierda. 

Sin cautivar a la mayoría de capitalinos, ese giro queda interrumpido y la ciudad enfrentará un nuevo proceso electoral para un gobierno de corto tiempo. ¿Será el próximo burgomaestre el encargado de restablecer prioridades, recuperar el optimismo y abrir el camino para algunas soluciones en movilidad y seguridad? El tiempo lo dirá y los bogotanos tendrán la opción de escoger.