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Boleta de libertad

El proceso de los irlandeses se perfilaba como la prueba reina de los vínculos entre las Farc y el IRA pero terminó en un chorro de babas. No se pudo probar su culpabilidad pero pocos creen en su inocencia.

2 de mayo de 2004

En pocos días, Martín McCauley, James William Monaghan y Niall Connolly podrán tomarse una cerveza en un pub de Irlanda y recordar a Colombia como el país donde pasaron tres años de amarga prisión. Levemente amarga es también la sensación que ha dejado el fallo del juez Jairo Acosta que este lunes los condenó por falsedad en documento y los exoneró del delito de entrenamiento para actividades ilícitas. Lo que parecía al principio un impecable trabajo de inteligencia militar que demostraría los nexos entre las Farc y el IRA, se reveló luego como un proceso sin consistencia, fruto de una cadena de falencias en la aplicación y la valoración de las pruebas. Eso es lo que dice el fallo del juez Acosta. Los tres irlandeses fueron capturados por el Ejército en el aeropuerto El Dorado en agosto de 2001, cuando regresaban de San Vicente del Caguán, en ese entonces, en el corazón de la zona de distensión creada para desarrollar los diálogos entre gobierno y guerrilla. De inmediato fueron trasladados en un camión militar a las instalaciones de la Brigada XIII, en Bogotá. Craso error, no sólo porque el oficial a cargo se atribuyó funciones judiciales que no le correspondían, sino porque de ahí en adelante muchas de las pruebas quedaron cobijadas por un manto de duda. Nunca se pudo demostrar, por ejemplo, si los residuos de explosivos que técnicos de la embajada de Estados Unidos encontraron en algunas prendas de los irlandeses viajaron con ellos desde el Caguán o se les adhirieron en la guarnición militar. Con el agravante de que posteriormente el DAS aplicó otras pruebas más precisas que dieron negativo sobre la presencia de estos explosivos. Sumado a ello, cuatro informantes acusaron a los extranjeros de tener nexos con las Farc y uno de ellos dijo haberlos visto entrenando a los guerrilleros. Los testimonios resultaron tan inconsistentes que el juez no sólo les restó credibilidad sino que ordenó que a dos de los testigos se les investigue por falsedad en su declaración. Una situación que se repite con demasiada frecuencia en los procesos judiciales. Lo que nunca dijo el juez es que los irlandeses sean unos turistas despistados que fueron a dar al Caguán por casualidad, como lo interpretó el vicefiscal Andrés Ramírez ante los medios de comunicación. Que no son ángeles quedó demostrado con su condena por falsedad de documento y su expulsión del país. Como también hay claridad en que todos ellos son activos militantes políticos católicos de Irlanda y que por lo menos dos de ellos estuvieron en el pasado vinculados a la actividad terrorista. Pero por más suspicacias que despierte su filiación política o su pasado, a ellos se les acusaba de entrenar a las Farc en técnicas para cometer actos de terrorismo, y eso no se pudo probar. ¿Qué hacían entonces los tres irlandeses con pasaportes falsos y cercanos al IRA en la zona de distensión de las Farc? Esa es la pregunta que sigue rondando en la cabeza de todos y que todavía no tiene respuesta. Los defensores de los tres extranjeros insisten en que McCauley, Monaghan y Connolly buscaban un intercambio político sobre el proceso de paz con las Farc. Pero esa es una actividad que hicieron decenas de extranjeros -incluido el presidente de la Bolsa de Nueva York- sin tener que falsificar su pasaporte. La sensación agria que les queda a los colombianos es que los tres irlandeses esconden algo y que las autoridades no tuvieron la capacidad de descubrir qué era. Por eso quedaron libres.