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Bolívar, el libidinoso

En su libro ‘Bolívar, mujeriego empedernido’, Eduardo Lozano documenta lo que ha sido una leyenda desde hace dos siglos: la faceta erótica del Libertador.

1 de agosto de 2015

Simón Bolívar tenía dos pasiones: la independencia y las mujeres. El nuevo libro de Eduardo Lozano, Bolívar, mujeriego empedernido, lo describe como un auténtico depredador sexual. Y es que al parecer el Libertador no daba puntada sin dedal. Sus detractores lo tildan de mujeriego y depravado. Los historiadores reconocen algunos de sus romances, pero no profundizan en el tema para no desmitificar su figura heroica.

Pero ¿no era acaso un hombre, Bolívar? ¿No podía entonces sentirse atraído por el sinfín de mujeres que conocía en sus travesías? ¿Qué hacen los héroes con sus pasiones?

Esas son las preguntas que se hizo el autor, un biólogo apasionado por la historia, que estuvo un año y medio escudriñando cuanto libro y carta encontró para tratar la faceta oculta del Libertador: la del hombre fogoso y ferviente. “La idea surgió porque hay una gran distorsión a nivel popular de lo que fue Bolívar como amante”, apunta Lozano, “se trata de un aspecto muy humano, y no creo que haya problema en hablar de todo esto en pleno siglo XXI”. “Él no desperdiciaba ocasión de hacer una conquista”, cuenta el autor. Lozano recopiló los amores de Bolívar con minucia, reuniendo de forma cronológica aquellos enlaces que pudo verificar de manera fidedigna. Y buscó narrar las aventuras del Libertador para cautivar la atención de sus lectores sin distorsionar la historia.

A decir verdad, Bolívar casi siempre tuvo una mujer a su lado, aun en aquellos momentos en que las batallas exigían toda su atención. De los 39 capítulos del libro, 30 tienen nombre de mujer, incluyendo uno titulado “Una joven anónima llanerita”. Hay desde mujeres anónimas, hasta adineradas aristócratas, y el libro es un verdadero recorrido por los amores del Libertador, lleno de curiosas y desconocidas anécdotas.

Su temperamento erótico

La vida amorosa de Bolívar no era poca cosa, pues parece que también en ese campo era de armas tomar. En el segundo capítulo, enteramente consagrado al ‘temperamento erótico’ del Libertador, Lozano cuenta que “Bolívar poseía un gran poder de seducción y que cada conquista era para él la reafirmación de su ego”. “Obtener el favor sexual de una mujer significaba el clímax de su hombría y la confirmación de su virilidad”, dice, e insiste en que esa era su condición natural.

A fin de cuentas, a pesar de no ser particularmente alto, ni apuesto, era un seductor nato, y les escribía a sus amantes con fervor. Era un joven fogoso, de fuerte temperamento, y su manera elegante de tratar a las mujeres, junto con el hábil uso de las palabras, le hacía juego a su encanto. Todo esto se vería, luego, multiplicado por la fama. “El sexo fue para él algo cotidiano y por ello el erotismo, quizás inmoderado, fue una condición personal en su vida”.

El libro se inicia con Bolívar, siendo aún muy joven, enamorado de su profesora Manuelita White. Luego, continúa con la historia de sus nueve primas Aristiguieta, con quienes dicen que mantuvo “una estrecha relación que traspasó los límites del parentesco y de la inocente amistad juvenil”. Lozano sigue con la Güera Rodríguez, una destacada vedette de la sociedad mexicana, que conquistó a Bolívar con su “tesón, belleza, y arrolladora personalidad” estando aún casada.

Entonces llega su primer amor: la joven española María Teresa Rodríguez del Toro, de quien se enamoró locamente y a quien llamaba “amable hechizo del alma mía”. Según se afirma, esa mujer de “cautivante serenidad” fue su único verdadero amor y la única con quien sintió la urgencia de unirse por siempre. Se casaron en Madrid para luego volver juntos a Venezuela, pero la felicidad duró poco. Su amada murió de fiebre amarilla ocho meses después del matrimonio, dejando a Bolívar “solo, desolado…y descontrolado”.

Devastado, el Libertador juró no volverse a casar, aunque llegase a prometérselo a muchas.

Las aventuras del conquistador

Y entonces comenzaron sus andanzas: amantes pasajeras y fugaces amoríos, pasiones de una noche. Algunas historias fueron más largas que otras, pero siempre fiel a sus palabras, el Libertador cumplió su promesa a rajatabla y no volvió a contraer compromisos formales. Seductor por naturaleza, dedicó su vida a diversas mujeres, multiplicando las conquistas por donde quiera que fuera.

Tuvo, por ejemplo, un largo romance con Fanny du Villars, aristócrata parisina casada con un militar. Vivió también un intenso amorío con Josefina ‘Pepita’ Machado, una de las damas que lo coronó en su entrada triunfal a Caracas, el 6 de agosto de 1813. Y hasta se enredó con las hermanas Ibáñez, en Ocaña. “El romance entre Simón y Nicolasa Ibáñez fue efímero y ardiente”, apunta Lozano, quien menciona también a Bernardina, la menor de las Ibáñez, a quien Bolívar escribiría cartas así: “Para la melindrosa, y más que melindrosa, bella Bernardina”.

Asimismo, estuvieron Thérese Laisney, Marina, Anita Lenoit, Rebeca, Nicolasa Ibáñez, Lucía León, Juana Pastrana Salcedo, Isabel Soublette, Julia Corbier, Lydia y Jeanne, Asunción Jiménez, Ana Rosa Mantilla, Delfina Guardiola, Xaviera Moore, Joaquina Garaycoa, Manolita Madroño, Jeannette Hart, Francisca Zubiaga de Gamarra, María Joaquina Costas, Benedicta Nadal, María Magdalena, y muchas otras.

Es imposible documentar cuántas mujeres pasaron por los brazos del prócer, pero se sabe que cuando estuvo en Europa visitaba prostíbulos buscando satisfacer sus antojos. José Palacios, su fiel acompañante, dijo que eran muchas las mujeres de Bolívar y, sobre todo, que hubo “muchas pájaras de una noche”.

Sin embargo, si su amor por María Teresa fue puro, leal y sincero, a Manuelita Sáenz también la quiso. Lozano indica que en este caso era un amor “más concupiscente, más carnal” y narra esa relación pasional y tormentosa a través del intercambio epistolar entre los amantes, que confirma la devoción del Libertador por la quiteña. No obstante, mientras estuvieron juntos, él tuvo otras amantes.

“La fidelidad a una mujer nunca fue costumbre de Bolívar, a pesar de que en sus cartas aseguraba mantenerla”, cuenta Lozano. Esto se evidencia en una de las anécdotas del libro: un día, en Lima, mientras Manuelita organizaba su cama, encontró el arete de otra mujer al sacudir las sábanas. Tal fue su enojo que le saltó encima y lo arañó con tanta fuerza que intervino la guardia para calmarla. A Bolívar le quedaron algunas secuelas de esa pelea, y tuvo que fingir una terrible gripa para esconderse durante unos días, esperando que sanaran sus heridas.

Llama la atención que, entre tantas mujeres, solo Manuelita parece haber jugado un papel importante en la vida política del caudillo. El autor asegura que está claro que “fue un apoyo muy grande, lo acompañó durante sus luchas y lo defendió a morir tanto en Ecuador como en Perú y en Colombia”. En cuanto a las otras, parecen quedar relegadas exclusivamente a su rol de amantes.

“Aunque ha sido comparado con Casanova por su poder de seducción, difiere de este personaje en que Bolívar no se enamoraba de las mujeres que conquistaba, contrariamente al célebre veneciano”, dice Lozano. Y con estas palabras, reafirma a Bolívar como el Libertador mismo se definiría un día: un ‘mujeriego empedernido’.