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El 28 de mayo 2.500 hombres de la Policía y el Ejército se tomaron el Bronx. | Foto: Carlos Julio Martínez

RELATO

El piloto que volaba en el Bronx

El desgarrador relato a Semana.com de un aviador que perdió sus alas en las tenebrosas calles del vicio y la perdición en el centro de Bogotá.

10 de junio de 2016

Juan Esteban Roldán volaba, flotaba en una maloliente y oscura habitación de la calle del Bronx la madrugada en que la Policía se tomó ese sórdido lugar. Ese día estaba en un letargo, una condición que lo llenaba de placer, un goce distinto al que sintió la primera vez que tuvo entre sus manos el timón de un avión y la adrenalina fluía a la misma velocidad del aparato.

La euforia que le producía tomar los controles quedó atrás, ahora el consumo del bazuco lo mantenía tranquilo, pero cuando solo pensaba en fumar y “pilotear” la traba, un estruendo y los gritos a su alrededor lo sacaron su estado.

Como pudo se levantó y salió a la calle, todos corrían mientras policías y militares armados hasta los dientes y blindados con trajes especiales, cascos y escudos, se tomaban por asalto los escondites para el consumo. Eran las 4:00 a. m. del 28 de mayo cuando 2.500 hombres de la Policía y el Ejército se tomaron el Bronx.

Roldán, en medio de la traba, se percató de que era un operativo, trató de huir, pero estaba acorralado junto a centenares de zombis que iban de un lado para otro. “Mátennos, mátennos de una vez, esto es una tortura” –les gritó a los hombres de las fuerza especiales- en respuesta recibió varias balas en su cuerpo, proyectiles de goma que lo hicieron retroceder y tirarse al piso. Hasta ahí llegó la resistencia.

Había llegado el día anterior a la “Ele”, como llaman una de las cuadras del Bronx. Lo hizo incumpliendo sus promesas y reincidiendo por enésima vez. Le dieron permiso por dos horas en la Casa Bacatá, un lugar en el que acogen a los adictos y procuran rehabilitarlos. “Un amigo me regaló 20.000 pesos, eran las 4:00 de la tarde del viernes, tenía que regresar a Bacatá a las 6:00, me fui directo al Bronx, pagué una habitación de 8.000 pesos, me drogué todo el día hasta que llegó la Policía”. (Lea: El drama de la familia del ‘pequeño gigante’ del Bronx)

“Cuando vimos a los policías entrar, a esa gente con chalecos azules, pensé: hoy tocó UPJ (Unidad Permanente de Justicia), nos quitaron los cordones, todo. Luego vendrá el agua fría”, recuerda.

“Lo que vino después no era para nada parecido a lo que se había imaginado. “Tenía mucha sed, había gente herida y los que roban a las personas por la droga. Pero no nos llevaron a la UPJ, nos trasladaron de un momento a otro, de la mierda a algo muy bueno, (al Centro de Acogida Óscar Javier Molina)”, contó.

Juan Esteban Roldán tiene 49 años, se hizo piloto en el Aerocentro de Colombia ubicado en Guaymaral: habla inglés perfecto, el idioma que aprendió muy joven en Estados Unidos, donde vivió varios años. ”Probé alcohol y cigarrillo a los 14 años en fiestas familiares, el perico (cocaína) lo consumí a los 21 años cuando llegué de Estados Unidos, donde me alcoholicé totalmente y con promiscuidad sexual también. Después el pistolo (bazuco) en cigarrillo y luego a los 23 años en pipa, todavía no había hecho mi carrera de piloto, me echaban de la casa cada rato porque sacaba cosas”, recuerda Juan Esteban.

Se solventaba dictando clases de inglés, trabajó cuatro años en el Colegio Nueva Granada, uno de los más reconocidos de Bogotá en el cual su mamá se pensionó. Luego estudió aviación y se presentó en Avianca, pero no pasó los exámenes, decepcionado se fue para Villavicencio y allí fue profesor de inglés en el Centro Colombo Americano durante un año.

Rondaba el aeropuerto Vanguardia buscando oportunidades de trabajo en alguna empresa aérea y logró meterse como despachador de Aerotaca y luego como copiloto de aviones DC-3 y Douglas C-47 que se utilizan en los Llanos orientales. “Un amigo piloto me dijo que se iba a trabajar en otro avión y me conectó con el capitán Sanclemente y otras personas reconocidas en el ámbito de la aviación, les caí bien por el inglés. Traduje manuales en empresas pequeñas y por ahí me fui metiendo, haciendo la cola hasta que resultó, me chequearon como copiloto y me dieron la licencia de copiloto de DC-3”, relata.

En las garras del narcotráfico

Voló durante un año hasta cuando le ofrecieron trabajar para el narcotráfico en Barranco Minas (Guainía). Lo hizo con el Frente 16 de las FARC comandado por el ‘Negro’ Acacio. “Era el auge del Surinam, armas, cocaína. Yo me metí allá en la selva tres meses con peruanos, brasileños, haciendo cola para volar. Uno cree que va a volar de una vez, pero no, cuando llega le dan comida, trago, prostitutas, todo, pero hay que esperar que llegue el momento preciso y el avión, porque no es cualquier avión, son aviones negros. Se presenta el plan de vuelo, con la droga, los dólares, se hace la vuelta o la línea, como se llama, eso se hace en las madrugadas. Me tocaba prender la pista, ir con ellos a hacer trasladitos a Caño Jabón y Mapiripán, tenía que darme a conocer con ellos”, añade este aviador que terminó en el Bronx.

Pero otra vez el vicio fue su desgracia, empezó a consumir la droga que le regalaban en las fiestas. “En las rumbas todo mundo metía, era normal, los patrones, los ‘traquetos’, yo decía quiero un poquito –Ah, capi, ¿usted mete? Tome, tome su tubo– 95 % de pureza y me envicié, yo metía bazuco, pero allá no podía hacerlo por la guerrilla, empecé a desordenarme mentalmente, totalmente desubicado. Me puse violento, pateaba las puertas, un día me dijeron: Váyase, no queremos verlo más, lo van a matar, me dijo el patrón. Me dieron 500 dólares, me fui en el avión que yo volaba para Villavicencio. Allá tenía una novia y alquilé un cuarto, me fui para una olla, una estúpida manera de decir que perdí, me escondí, me refugié en las drogas y comencé el oscuro transitar por ese mundo sórdido. Mi familia estaba pendiente, hasta empeñé mi visa, un desorden total, luego me regresé a Estados Unidos, en el 2015 intenté volar pero no pude, recaí”.

Ya en Bogotá, sin empleo, sin darse cuenta se convirtió en habitante de calle, Juan Esteban cuidaba carros en la Clínica Fundadores y en la Universidad Nacional, recogía basura, barría locales, pero lo que ganaba era para pagar la droga. Retacaba o volanteaba en restaurantes. Iba al aeropuerto, a las empresas de aviación, al Centro de Estudios Aeronáuticos, a pedirles plata a los conocidos o a algún piloto amigo. “A los gringos les hablaba en inglés y tome hermano, me daban 20.000 pesos o 50.000 pesos, cogía Transmilenio, directo a la Ele, o me metía en la 26 a consumir porque me tocaba caminar mucho hasta el aeropuerto, hacía lo que fuera por conseguir la droga, menos robar o atracar a las personas, no tengo corazón para hacer eso”, cuenta con tristeza.

Por su adicción, Roldán también se prostituyó y aunque se considera heterosexual, ha tenido relaciones homosexuales. “Las tuve con travestis, me decían déjeme verlo, deme tanto, me pagaban y uno se vende. Pero yo dije no más, llega un punto en que uno piensa: No haga más eso porque se va a volver homosexual. Yo quisiera ser un verdadero hombre porque tengo necesidad de una mujer, quiero tener una relación, tener sexo, no quiero masturbarme más”.

Mientras pone su mirada en el cielo señala que no quiere llegar al punto en el que ha estado varias veces, es decir, oler feo, no bañarse en un mes, no comer bien, pesar 60 kilos. “Yo estuve limpio, fui a la casa de mis padres, pero recaí hace un mes, quiero darme una oportunidad, yo puedo, llevo tres días sin consumir, soy crónico”.

Sus padres ya no quieren hablar con él, están decepcionados por muchas promesas rotas, igual sus hermanos que temen que se quede en la casa porque los roba. “Cuando uno está contaminado coge lo que sea”.

Está de acuerdo con la intervención del Bronx, comenta que el desmantelamiento del terrorífico lugar estaba demorado, pero advierte que las ollas y las drogas nunca se van a acabar. “Desde que haya armas, dólares, cocaína, corrupción en el Gobierno, la Policía, los militares, predominará el poder del dinero, pero estoy de acuerdo en que acaben esos focos de maldad porque allá se escondían muchas cosas, allá la policía cobraba impuesto”.

Salir del infierno

Juan Esteban, que tiene código de habitante de calle de Idiprón, luce sobrio, está recién bañado y afeitado, quien lo ve no sospecha que detrás de su cara se esconde un adicto. Allí, en el centro de acogida Óscar Javier Molina, a pocas cuadras de San Victorino, tiene comida caliente, dormida, recreación y terapias de rehabilitación.

El piloto del Bronx cuenta que pensó matarse por el rechazo de sus padres y hermanos, reconoce que ha sido mal hijo. “Yo los amo, pero también se necesita afecto, esto es integral, el rechazo duele pero ellos tienen la razón, no los cuestiono, merezco oportunidades”.

Roldán dice que no es cristiano y muchas veces ha renegado de Dios, ahora le pide que lo ayude, que le dé voluntad para dejar las drogas y ser productivo. “Yo quiero servir con ese don que tengo de volar aviones, quiero volver a volar, lo hago bien, tengo muchas formas de ser útil. Dios es muy grande y hace su justicia, cada vez que quiero irme a consumir, pienso más bien quedarme acá, a hablar con las personas, hacerme escuchar, desahogarme porque uno lleva muchas cosas por dentro”.

El aviador , con sus ojos aguados y voz entrecortada, envía un mensaje a los padres de familia: “que no dejen los hijos tirados, que los escuchen, que hablen con ellos, agradezco a mis padres lo que hicieron por mí, que me perdonen, no tengo más palabras, tengo un taco aquí (en la garganta).