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CABEZA A CABEZA

Samper y Pastrana reclaman, cada uno a su manera, el triunfo en la primera vuelta. ¿Qué puede pasar en la segunda?

27 de junio de 1994

NUNCA ANTES EN LA HISTOria de la democracia colombiana, y muy pocas veces en la historia de la democracia mundial, una elección presidencial había resultado tan reñida. Una diferencia de apenas 0,3 por ciento en favor de Ernesto Samper sobre Andrés Pastrana, representada en escasos 17.000 votos de un total de 5'700.000, mantuvo el domingo en la noche en vilo a las dos campañas y a millones de colombianos que, calculadora en mano, siguieron uno a uno los boletines de la Registraduría. ¿Qué puede significar todo esto?

Si el 'voto-finish' se hubiera producido en el marco de una gran votación, podría decirse con orgullo que el virtual empate era el resultado de dos candidatos tan buenos que los electores no habían sido capaces de escoger a uno y descartar al otro. Pero la realidad no es tan alentadora. Lo cierto es que la 'performance' de Pastrana y Samper en esta campaña no ha sido la mejor. Si no fuera por lo reñida que ha resultado, esta campaña sería la más aburrida de la Colombia contemporánea, marcada, como ha estado, más por el maquillaje, los asesores de imagen y las cuñas de televisión, que por las ideas, propuestas y programas. Esto explica quizás que tanto Pastrana como Samper hayan sacado este domingo menos votos en términos absolutos que la gran mayoría de sus respectivos antecesores azules y rojos.

En efecto, Samper, con sus 2'581.000 votos, está 300.000 votos por debajo del Gaviria de hace cuatro años, más de 1'600.000 votos por debajo del Barco de hace ocho años, 200.000 votos por debajo del derrotado López Michelsen de 1982, y 350.000 por debajo del López victorioso de 1974. Y aunque Pastrana saca más votos que Alvaro Gómez y Rodrigo Lloreda sumados hace cuatro años, obtiene 10.000 votos menos que el derrotado Gómez de 1986, y 600.000 menos que el triunfante Belisario Betancur de 1982. Son estas cifras las que deben poner a pensar tanto a los candidatos como a sus respectivos partidos. La indiferencia expresada hacia ellos por el 66 por ciento de los electores potenciales del país no se debe seguir negando.

Pero si esto desalienta, debe, en cambio, servir de consuelo el hecho de que la democracia colombiana se haya liberado de tal forma de las amarras de la maquinaria que hoy la marca de las elecciones es la incertidumbre, y no la certeza anticipada en cuanto al triunfo de uno de los candidatos. Esa incertidumbre fue grande este domingo y seguramente lo seguirá siendo en los días por venir hasta cuando el 19 de junio, y muy probablemente por estrecho margen, uno de los dos competidores de esta final de infarto se quede de una vez por todas con el premio mayor.