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Uribe se está quedando sin escuderos que pongan la cara por él, y está librando en cabeza propia todas las peleas

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Calma, Presidente

La ira de Uribe contra sus críticos desconcierta al país. ¿Rabia o estrategia?

10 de febrero de 2007

Después de cuatro años y medio de Álvaro Uribe en el poder, una explosiva arremetida presidencial contra un senador no puede sorprender a nadie. Ni es la primera, ni será la última, ni el tono provocador es desconocido. Menos novedoso aun es que el centro de su furia se concentre en la oposición y, más exactamente, en la izquierda. Varias veces el presidente Uribe ha cuestionado al M-19 por actos cometidos durante la etapa en que estuvo dedicado a la lucha armada, antes de firmar la paz en 1990.

Una vez más, las interpretaciones sobre la más reciente ira presidencial se dividieron en dos. Los que piensan que se le voló la piedra y los que aseguran que actuó con una estrategia fríamente calculada. De la primera teoría se echaba mano a comienzos de su primer gobierno cada vez que explotaba el temperamento del mandatario y se volvió un lugar común decir que le faltaban goticas homeopáticas, cuando se salía de casillas. La semana pasada, esa hipótesis se fortaleció por el hecho de que el origen de la pelea con el senador Gustavo Petro habían sido denuncias que este último había lanzado en una entrevista para El Tiempo contra un hermano del Presidente, Santiago, quien hace años fue acusado de paramilitarismo, pero que al final recibió un fallo inhibitorio de la justicia a su favor. La piedra de Uribe, de por sí sensible, se sale fácilmente cuando le tocan la familia. El tema hace parte de un debate anunciado por Petro sobre el crecimiento del paramilitarismo a través de las Convivir en Antioquia, durante los años en que Uribe fue gobernador.

La teoría de la indignación espontánea, sin embargo, es cada vez más difícil de creer. La totalidad de los columnistas que comentaron la bravuconada presidencial de la semana pasada la descartaron. Una irritación descontrolada suele ser flor de un día seguida por una rectificación o un ofrecimiento de disculpas. En esta oportunidad, el presidente Uribe hizo exactamente lo contrario. Después de haber lanzado la primera puya en un consejo comunitario en Pereira el sábado, el lunes les dedicó sendas horas a Caracol Radio y Radio Sucesos RCN, para repetir, casi con las mismas palabras, sus fustigaciones contra Petro, a quien llamó un "terrorista vestido de civil". De paso dijo que el ex candidato presidencial del Polo, Carlos Gaviria, es "un solapado" "que ha tenido una trayectoria de sesgo a favor de la guerrilla". Y extendió su fiereza al director del Partido Liberal, César Gaviria -"que no se preocupe por el lenguaje, que se preocupe por el fondo"- y a Antonio Navarro, a quien señaló como "instigador de la violencia contra mi hermano".

Más allá de si las motivaciones del Presidente fueron producto de una indignación o de un plan fríamente calculado, la pugnaz pelea de la semana anterior tendrá mayores consecuencias que los incidentes anteriores. La polarización entre el Presidente y el Polo Democrático Alternativo (PDA) llegó a niveles que pueden hacer difícil cualquier entendimiento en los próximos tres años y medio y augura mayores enfrentamientos futuros. El viernes pasado, el PDA inició una serie de movilizaciones "para buscar garantías y defender la democracia", y Gustavo Petro sigue creando expectativas y fortaleciendo baterías para su anunciado debate sobre las Convivir de Uribe en los años 90. El reciente intercambio de insultos y agresiones mutuas marcó, quizás en forma definitiva, un clima político tenso para el segundo cuatrienio uribista.

¿Se equivocó el Presidente? En el círculo más cercano al mandatario preferirían una dosis mayor de paz política, y el propio Presidente toma medidas para controlar las efervescencias de su genio. Encima del escritorio tiene una larga fila de frasquitos de gotas homeopáticas. En el campo político, en otras ocasiones ha dado señales contradictorias a su temperamento frentero con iniciativas dirigidas a propiciar acercamientos conciliatorios. En diciembre se reunió con César Gaviria y lo invitó a entrar al gobierno. Por la misma época, el senador gobiernista Germán Vargas Lleras exploró posibilidades de acuerdos entre el Ejecutivo y la oposición. Uribe habla con orgullo de sus buenas relaciones con el alcalde de Bogotá, Lucho Garzón, del Polo Democrático, y después de su reelección incorporó a su equipo a dos antiguos miembros del M-19: Rosemberg Pabón, el célebre 'Comandante Uno' de la toma de la Embajada de la República Dominicana -hoy director de Dansocial, la entidad que supervisa las cooperativas-, y Éver Bustamante, director de Coldeportes. Mientras vapulea al M-19 por hechos amnistiados hace más de 15 años, llama a su gobierno a dos de sus miembros. ¿Cómo se explica semejante incoherencia?

La ambigüedad tiene varias explicaciones. En el actual equipo de la Casa de Nariño no existen tantos filtros como los que había hace cuatro años. El primer círculo de colaboradores se ha adelgazado. Por distintos motivos se fueron Rudy Hommes, Fabio Echeverri, José Roberto Arango, Jaime Bermúdez y Ricardo Galán. Se rumora que José Obdulio Gaviria está pidiendo pista en una universidad de Estados Unidos. Se han ido las personas que por su trayectoria o por la confianza que les tenía Uribe le hablaban al oído con mensajes de moderación y conciliación. Hay síntomas de soledad presidencial. Aunque han ingresado otras personas capaces y con la experiencia de Fabio Valencia Cossio y Jorge Mario Eastman, estos aún no conocen a fondo la compleja personalidad del jefe. El primero de ellos había sido incluso su más feroz competidor en la política regional de Antioquia.

Al contrario de Uribe I y de los anteriores Presidentes, Uribe II se está quedando sin escuderos que pongan la cara y se desgasten por él. No hay un Fernando Londoño, por ejemplo, ni alguien que enfrente las críticas con la vehemencia con que hablaba en el Congreso Horacio Serpa en defensa de Ernesto Samper. Ni siquiera hay muchos colaboradores en condiciones de darle un 'no' al Presidente. La secretaria privada, Alicia Arango, se ha convertido en un filtro que escoge las inquietudes de los miembros del gobierno y las suaviza. En un escenario de soledad, un hombre de temperamento fuerte termina echándose encima todas las peleas, y librándolas él mismo. Además de las escaramuzas con la oposición, el presidente Uribe en los últimos días suscitó malestar entre las Fuerzas Armadas con una propuesta, formulada ante la Corte Interamericana de Derechos Humanos en San José de Costa Rica, de acabar el sistema de justicia penal militar. (Ver recuadro) Un rifirrafe con los militares resulta insólito en un gobierno que tiene como bandera la seguridad y el fortalecimiento del Ejército. ¿Conviene abrir tantos frentes simultáneos de conflicto?

La mayoría de los comentaristas ha resaltado los efectos negativos del estilo pendenciero del Presidente. Un talante que se aparta de la tradición colombiana, en la que los Presidentes no se enganchaban en conflictos con facciones de la sociedad. Al jefe del Estado le corresponde mantener una altura que le permite actuar como árbitro. Casar peleas se asocia con un descenso del pedestal que lo expone a que lo traten sin majestad. "Uribe se está exponiendo a que le falten al respeto", dijo esta semana César Gaviria. Ya el ex candidato del Polo, Carlos Gaviria, llegó a decir que el Presidente debería someterse a "un examen siquiátrico". Más que un asunto de dignidad, sin embargo, en un país con los niveles de violencia que afectan a Colombia, el lenguaje moderado se ha considerado siempre un instrumento para propiciar la reconciliación. ¿Cómo llamar a deponer las armas a los grupos ilegales si el Presidente de la República considera "terroristas vestidos de civil" a quienes lo hicieron hace 15 años?

La actitud del presidente Uribe suscita muchas preguntas, sobre las cuales se han concentrado los comentarios políticos en los últimos días. ¿Estas cóleras son más graves que folclóricas? ¿Se han abierto heridas incurables? Y la más importante: si forman parte de una estrategia, ¿cuál es y qué busca?

Episodios como la bronca con el Polo tienen repercusiones de largo alcance. Uribe corre riesgos. El de proyectar una imagen sectaria, ultraderechista e intolerante, por ejemplo. En la comunidad internacional -con excepción de la Casa Blanca de George W. Bush-, los recientes avances del Polo son vistos con simpatía y como indicador incuestionable de que la democracia colombiana se está fortaleciendo porque se ha hecho más pluralista. La actitud del Presidente cae mal en los círculos que piensan así.

¿Por qué correr el riesgo? Uribe siempre piensa primero en las encuestas que en la opinión externa o en la prensa escrita. Sus rabietas también tienen consecuencias a favor en estos sectores. Polarizar la opinión pública entre buenos y malos, patriotas y terroristas, moderados e izquierdistas, Uribe y Petro, es una apuesta ganadora. La división no es por mitades. Una encuesta contratada por CM& muestra que el 60 por ciento de los colombianos en las cinco principales ciudades considera "adecuada" la actitud del Presidente a las críticas del Polo. Al fin y al cabo, Uribe llegó al poder precisamente por su imagen de mano dura contra la guerrilla. A la opinión pública le gustan los Presidentes que mandan y les ha pasado costosas cuentas de cobro a los que percibe como blandos o débiles. Carlos Lleras Restrepo pasó a la historia como el gobernante que mandó a dormir a sus gobernados en abril de 1970 para poner orden después del caos que se generó por el apretado resultado de las elecciones presidenciales entre Misael Pastrana y Gustavo Rojas. Uribe parece estar apuntándole a ese anhelo de autoridad. Y parece gozar de tolerancia para sus peloteras: le aplican una frase de Clemenceau -polémico e influyente político francés de comienzos del siglo pasado- según la cual "la gente que tiene carácter tiene mal carácter".

Tampoco es malo para el Presidente subir al cuadrilátero de boxeo al Polo y desplazar al Partido Liberal. Crecer a Gustavo Petro a la categoría de retador, en lugar de los Gaviria -Carlos, del PDA, y César, del liberalismo- le conviene porque el senador tiene imagen de radical y chavista, lo cual lo hace vulnerable. Y hace invisibles otras opciones más fuertes. En una columna en El Tiempo, el ex senador Rafael Pardo acusó este golpe: "a los únicos que no nos convienen estos incendios -escribió- es a los liberales, pues (….) quedamos desdibujados". En la próxima elección presidencial, en 2010, el uribismo irá sin Uribe, y cualquier otra carta es menos competitiva. Debilitar a los rivales se vuelve una necesidad estratégica, y eso se logra si la opción es un izquierdista radical.

De inmediato, el pulso le sirvió al gobierno para poner sobre la mesa un tema menos incómodo que el escándalo de la para-política. Al terminar 2006, el Presidente se veía acorralado por su propio silencio y por la creciente fila de congresistas de su grupo político acusados de haber ganado elecciones con apoyo de los paras. El Uribe de ahora es más Uribe. El que colma los medios radiales y televisivos para enviar con fuerza sus mensajes y recibe en cambio críticas de los columnistas de la prensa escrita. El que logra que sus actitudes camorristas se interpreten como actitudes de alguien que es frentero y pone la cara.

Todo esto tiene riesgos muy graves. La polarización puede generar violencia, la pugnacidad se puede convertir en caldo de cultivo para mayores tensiones, y una mala relación entre el gobierno y la oposición puede tener costos institucionales. Hasta el momento, independientemente de si ha actuado por calentura o por estrategia, el bochinche no le ha causado daño al Presidente. Pero los objetivos inmediatos alcanzados pueden tener un precio que se tendría que pagar más adelante. Y comprar al debe no siempre es buen negocio.