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Cambio de guardia

Las salidas de la Ministra de Defensa y del general Mora revelaron que las dificultades entre civiles y militares para pelear la guerra son de fondo.

17 de noviembre de 2003

El martes 11 de noviembre fue la noche de despedida. El presidente Alvaro Uribe había invitado al gabinete a un brindis en honor de los recién salidos ministros de Interior y Justicia, de Medio Ambiente y Desarrollo y de Defensa. Pasadas las 7, cuando ya estaban casi todos los invitados en el Salón de Gobelinos de la Casa de Nariño, llegó Marta Lucía Ramírez. Se había rumorado que no iría, que estaba muy dolida por la forma como la sacó el Presidente, que ni siquiera la llamó personalmente a agradecerle los servicios prestados. Pero fue. Cuando ya estaban todos reunidos el Presidente salió de su despacho. La saludó casi de primera, dicen los que estaban allí. Fue un intercambio gélido de formalidades de parte y parte. Inmediatamente después ella, detrás del Presidente, se fue despidiendo de sus colegas. Y muy pronto desapareció.

Fue el único y último contacto que tuvieron Presidente y Ministra desde que el primero resolvió sacarla de su gabinete. Un final insólito para uno de sus ministros más cercanos en el momento en que ya estaba cosechando logros importantes.

El general Jorge Enrique Mora había ganado el pulso que arrancó desde el mismo día en que Ramírez se posesionó como ministra de Defensa. El origen de la pugna no era -como se ha dicho- unos cuantos contratos y tampoco un problema de "dos egos desbordados" que no cabían en el edificio del CAN, como se dice en los cocteles.

El conflicto entre Ramírez y el general Mora era más hondo. Tenían concepciones encontradas sobre la transformación que debía sufrir el sector de defensa para garantizar la seguridad de los colombianos. Mientras que el general Mora consideraba que lo que necesitaban los militares para derrotar a la subversión eran más hombres, más recursos, voluntad política y facultades de policía judicial, Ramírez consideraba que además de eso era urgente crear un Ministerio de Defensa con capacidad para dirigir y controlar la actuación de las Fuerzas Armadas, como ocurre en las democracias modernas. Y esto, que suena un poco retórico, en la práctica generó grandes fricciones.

Cuando Uribe nombró a Ramírez muchos creyeron que jugaría el papel de viceministra, encargándose de los asuntos administrativos, y que el comandante en jefe sería el Presidente. Quizá hasta el mismo Uribe lo creyó. Pero Ramírez tenía agenda propia y el carácter para sacarla adelante.

Entró pisando fuerte. "Llegó con los pantalones muy bien puestos y sin ninguna intención de hacerle sonrisitas a nadie, dice un mayor del Ejército. Los generales sintieron que perdían poder".

Lo primero que hizo fue traerse a Ketty Valbuena, con una larga experiencia en el Ministerio de Hacienda, a manejar la secretaría general, un cargo reservado hasta ese momento para un general o un almirante. Valbuena, una abogada "dura como un riel", chocó de entrada con los militares. En parte por su carácter hostil y en parte porque se metió en territorios vetados para el mundo civil.

Aunque Luis Fernando Ramírez había logrado avances administrativos en el Ministerio de Defensa, cuando llegó Marta Lucía faltaba mucho por hacer. Los procedimientos para todo, desde la subasta de los carros que no se necesitaban hasta la contratación de los funcionarios civiles, pasando por el manejo de los proveedores, eran bastante informales.

La Ministra y su equipo buscaron hacer un uso más eficiente de los recursos del sector. Cambiaron de manera radical las políticas de contratación: centralizaron en la secretaría general muchas de las compras de la Armada, el Ejército y la FAC con el fin de lograr economías de escala que bajaran los costos y abrieron los procesos de licitación al público para estimular la competencia. Este cambio de procedimientos produjo sólo en las adjudicaciones de este año un ahorro de 40.000 millones de pesos en relación con el año anterior, según datos de la entidad.

La secretaría general también contrató con terceros muchos servicios que antes se prestaban internamente como, por ejemplo, el servicio de aseo, de mantenimiento de vehículos y de máquinas, de fotocopiadora y de suministro de útiles y papelería. Esta nueva política provocó la salida de varias personas. "Eso les molestó mucho a los generales porque quitó gente de ellos", confirma otro militar.

Todos estos cambios generaron resistencia. Incluso algunos pequeños, como rematar los vehículos que no necesitaban mediante el martillo del Banco Popular y no a través de subastas internas, a las cuales tenían un acceso privilegiado oficiales y suboficiales.

Un militar de alto rango del Ejército dijo a SEMANA que ninguna de estas políticas de contratación alteró las operaciones militares. Y que, contrario a lo que se dijo en la prensa, el conflicto con la Ministra no tuvo que ver con la centralización de las compras y menos con los contratos de las raciones.

Linea de mando

Lo que más provocó roces fue que la Ministra no se limitara a dar lineamientos generales de política sino que interviniera en aspectos más operativos.

Ramírez creó, por ejemplo, la Junta de Inteligencia Conjunta, que reunía semanalmente a los jefes de inteligencia de las Fuerzas Armadas, la Policía, el DAS, la Fiscalía y la Uiaf para que produjeran análisis unificados y mejoraran la inteligencia estratégica. Coordinó acciones entre las fuerzas contra el secuestro, en favor de la protección especial de comunidades indígenas, revivió un grupo especial de lucha contra las autodefensas y fortaleció el programa de desmovilización de guerrilleros y paramilitares.

"Todo esto causó roces porque el Comando General pensaba que esto era operacional y le correspondía a ellos. Al fin y al cabo la Ministra no sabía nada de la guerra", dijo un coronel.

Los militares de mayor trayectoria suelen responder más a la escuela de pensamiento del norteamericano Samuel P. Huntington, que defendía la idea de que las fuerzas armadas fueran autónomas de la sociedad para que no perdieran los valores y el espíritu militar, imprescindibles para ser eficientes. Con esta mentalidad los militares tradicionalmente han terminado aislándose del resto de la sociedad. Por el contrario, visiones más modernas, como la que proyectó Narcis Serra como ministro de la Defensa de España después de Franco, consideran que en conflictos complejos, como el colombiano, las fuerzas militares sólo son eficaces trabajando en llave con el resto del gobierno.

Pero también hay que decir en beneficio de los generales que el estilo avasallador de Ramírez y su poco tacto político no ayudaron. "El problema no era entre el general y la Ministra sino que casaba peleas con todo el mundo", afirmó un alto oficial del Ejército. Sus problemas para escuchar otras opiniones, sus constantes declaraciones a la prensa, en las que decía frases como "aquí mando yo", o la última declaración que dio al diario El Tiempo, que volvió a abrir las heridas que había dejado el enfrentamiento con el general Teodoro Campo, molestaban a muchos. Algunas veces provocaron incluso que los militares boicotearan procesos de cambio que ya habían aceptado. La información que pedía el Ministerio a las Fuerzas Armadas empezó a demorarse. La tensión llegó a un punto que rayaba en lo ridículo. A una reunión que convocó la Ministra con los Gaula y con el vicepresidente, Francisco Santos, para discutir los avances de la política antisecuestro, por ejemplo, el director del Gaula se excusó con el argumento de que no había recibido todavía la autorización del general Mora.

El desenlace

El conflicto entre los mandos civil y militar se agudizaba a medida que se acercaba el 9 de diciembre, fecha en que por un decreto de la Ministra se le vencía al general Mora su período de comandante general. Esta fecha era clave. Para todo el mundo era claro que si el Presidente le prorrogaba a Mora por un año más su mandato, como lo permitía la ley, la Ministra renunciaría. En el Congreso, entre empresarios de Antioquia y desde el despacho del ministro del Interior Fernando Londoño, comenzó a promoverse la idea de que el general Mora, un hombre con gran ascendiente sobre la tropa y con una admirada carrera militar, era imprescindible para el éxito del Plan Patriota, una ambiciosa operación contrainsurgente programada para el próximo año.

Desde todos los flancos llegaba información a la Casa de Nariño de que la relación entre la Ministra y los militares era insostenible. El siempre jugó el papel del papá que les dice a los niños que arreglen sus problemas y dejen de pelear. Pero vino la derrota del referendo. El Presidente quedó debilitado. Y aún más cuando tuvo que salir de Londoño, que era cercano a las Fuerzas Militares.

Todo esto coincidió con una rueda de prensa de la Ministra sobre los exitosos resultados operacionales de las Fuerzas Armadas el viernes 7 de noviembre. Un periodista preguntó si el rocket que utilizaron las Farc para atentar contra Jorge Visbal, director de Fedegan, era ecuatoriano. La Ministra respondió que desafortunadamente los militares le habían dado al Presidente información errada. Al otro día el diario El Universo de Guayaquil aseguró que la ministra había dicho que Uribe se pudo haber equivocado.

El sábado, cuando el Presidente se encontraba en un consejo comunitario en Rionegro, Antioquia, le contaron del episodio. El mandatario se salió de casillas y decidió hablar con Jorge Alberto Uribe para ofrecerle el Ministerio de Defensa. El domingo en la noche José Roberto Arango y Fabio Echeverry visitaron a la Ministra para darle la noticia de su relevo. Quince minutos después todo el país se enteró por un comunicado de la Presidencia. El Presidente echó a su ministra estrella con un portazo en la cara. Por la forma como salió la funcionaria, Mora habría ganado el pulso de poder. Pero sólo por unas cuantas horas. El viernes se conoció que se había adelantado el retiro del general Mora para el 20 de noviembre. ¿Por qué salió también el general? "Ya sin ministro a bordo el Presidente aprovechó para empezar de cero", dijo una fuente de la Casa de Nariño. Oficialmente la Presidencia no dio explicaciones.

Al ministro Jorge Alberto Uribe le quedará el camino más fácil. Entra con nueva cúpula, es hombre y mayor y es de absoluta confianza del Presidente. Dicen los que lo conocen que es un hombre de derecha, de buena familia, empresario y con espíritu conciliador. Algunos militares se alegraron con el cambio y uno de ellos dijo que en los primeros días de empalme le recordó al fallecido ministro Rodrigo Lloreda, que tuvo tanta empatía con las Fuerzas Armadas. Lo primero que dijo al posesionarse el nuevo Mindefensa es que sería "el segundo soldado de la patria". Eso será bienvenido porque es claro que las peleas deben darse sólo contra los enemigos, que están afuera.

Pero su desafío es mayor. Tendrá que consolidar en la práctica la idea del presidente Uribe de que esta guerra no es un asunto sólo de los militares.