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CAMPO MINADO

El atentado de la semana pasada en el Cauca, aparte de confirmar la barbarie guerrillera, permite predecir que si el proceso de paz arranca tendrá que recorrer un camino sembrado de plomo.

5 de diciembre de 1994

EL MIÉRCOLES PASADO MAS de 20.000 personas reunidas en el parque Francisco José de Caldas, de Popayán, pedían al unísono que se hiciera justicia. La manifestación se convirtió en un clamor por la paz: estudiantes, padres de familia, trabajadores y educadores armados de pañuelos blancos condenaron a gritos las atrocidades cometidas por la guerrilla el día anterior, cuando en una emboscada murieron 11 agentes de policía y dos estudiantes.
La indignación no era para menos. El martes en la mañana un convoy de cinco carros de la Policía se dirigía hacia la zona montañosa de Puracé, en el Cauca. Los vehículos acababan de encontrar en su camino un bus escolar, en el cual viajaban 40 estudiantes que iban a realizar una clase de ciencias en las minas de azufre. Poco después de que la caravana adelantara a los estudiantes se produjo un estallido. De ahí en adelante sólo se escuchó una balacera. Los subversivos atacaron con rockets, granadas de fragmentación y armas de fuego, mientras que los estudiantes pedían a gritos que no les dispararan, que eran niños. Los policías se quedaron sin municiones, lo cual les dio la oportunidad a los guerrilleros de rematar a las víctimas y llegar, incluso, según la denuncia del ministro de Defensa, Fernando Botero, a sacarle los ojos a un agente.


LAS CONSECUENCIAS
Tras conocerse la noticia, las primeras conclusiones apuntaban a que, además de las víctimas y los vehículos, en el atentado también habían saltado por los aires las posibilidades de un proceso de paz. En efecto, pocos días antes de que se venciera el plazo para que el alto comisionado para la paz, Carlos Holmes Trujillo, entregara al Presidente su informe sobre las posibilidades de una negociación con la guerrilla, las perspectivas se tornaron más negras que nunca. Fue tal la indignación que causó el ataque guerrillero que, incluso el diario El Espectador, amigo tradicional de una salida negociada al conflicto guerrillero, publicó el viernes un editorial según el cual las posibilidades de un eventual proceso de paz parecían poco alentadoras.
Pero para medir hasta qué punto el proceso de paz se podía ver afectado por el ataque de Puracé, la primera pregunta que las autoridades debían responder era quién había sido el autor de la emboscada y cuál era su motivación. Inicialmente fuentes del Ministerio de Defensa lo atribuyeron a una acción conjunta del ELN y las Farc. De resultar cierta esta versión, la única conclusión que podría sacarse era que se trataba de un acto deliberado y consciente de ambos grupos subversivos -los únicos posibles interlocutores del gobierno en un eventual diálogo- para torpedear la posibilidad de que se llegara a la mesa de negociaciones, al menos por ahora.
Sin embargo, hacia el final de la semana el panorama se aclaró un poco. Aunque ambos grupos subversivos hacen presencia en el Cauca, lo cierto es que mientras el ELN se mueve en el macizo colombiano, las Farc son las que hacen presencia en la zona del ataque. Adicionalmente, desde hace mucho tiempo ambas organizaciones no llevan a cabo acciones conjuntas. Por todo lo anterior, las autoridades concluyeron que los autores del atentado fueron los miembros del alguno de los frentes de las Farc que operan en la región.
Esta conclusión resulta más coherente con las informaciones acerca de la forma como avanzan los contactos del gobierno con la guerrilla, en los cuales el ELN parece haberse movido más que las Farc. Y en este aspecto la situación ha cambiado bastante. Hace tres años, en las rondas de conversaciones de Caracas y Tlaxcala, las Farc llevaban la voz cantante y el ELN parecía un simple observador después de años de rechazar las posibilidades de negociar. Hoy en día, las declaraciones del cura Manuel Pérez al noticiero NTC y la carta que dirigió al presidente Ernesto Samper han sido reconocidas como positivas, así como las solicitudes por parte del movimiento de explorar caminos para reabrir las puertas del diálogo. Y aunque por parte de las Farc también ha habido gestos en este sentido, el grupo parece menos claro en sus intenciones.
Esta diferencia entre las dos agrupaciones podría explicarse porque, en el caso del ELN, hay más cohesión: el cura Pérez es, sin duda, el portavoz de toda la agrupación, salvo del frente Domingo Laín, enemigo acérrimo del diálogo. En el caso de las Farc, por el contrario, la dispersión a la cual se han visto enfrentados los miembros del secretariado desde el ataque a Casa Verde les ha traído serios problemas de comunicación y coordinación.
Por todas estas razones, y dentro de la lógica siniestra de la subversión, el atentado de Puracé habría servido a las Farc como una manera de hacerse sentir cuando parecen estar rezagados en sus contactos con el gobierno. Y allí también se registra un cambio: si en el pasado los ataques previos a las negociaciones tenían como finalidad el llegar en posición de fuerza al diálogo, hoy por hoy parece que el atentado fue preparado para que el gobierno le pare bolas a las Farc.
Y justamente porque parece entender esta lógica, aparte de condenar enérgicamente la emboscada, el gobierno no estaría dispuesto a quemar las naves del proceso de paz. Aunque el Alto Comisionado guarda un explicable hermetismo en torno del documento que revelará el 17 de noviembre, SEMANA pudo establecer que tanto él como el ministro de Gobierno, Horacio Serpa, coinciden en que, aunque no son muy altas, existen algunas probabilidades de avanzar hacia un proceso de negociación con la subversión. "En estas semanas los diferentes contactos y manifestaciones, en especial aquellos del ELN, marcan algunos progresos frente al pasado en lenguaje y en señales", dijo una fuente cercana al Alto Comisionado.
Todo indica, además, que el gobierno es consciente de que los tiempos en los cuales la condición sine qua non del diálogo en la mesa era la tregua en el monte, estos son cosa del pasado. "Hacer depender el diálogo del silencio de los cañones no sólo es irreal, sino que es contraproducente. La fragilidad de la tregua hace aún más vulnerables las negociaciones", agregó la fuente gubernamental.
El gobierno puede tener razón en esto, pero le va a tocar hacer un gran esfuerzo para convencer a la opinión de que, en vez de balancearse entre la salida militar y la salida negociada en virtud de que haya o no atentados, es mejor tomar el camino del medio y asumir que, al menos en los primeros pasos de las negociaciones, va a ser necesario dialogar en medio de las balas. Y es que aunque esta posición del gobierno resulte tan fría como sensata, no hay duda de que si episodios como el de la semana pasada en el Cauca se repiten, tarde o temprano las posibilidades del proceso de paz terminarán saltando definitivamente por los aires.