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CANDADO Y DOBLE LLAVE

Resignados a su cárcel electrónica, el 'Osito' y los Ochoa se acomodan a su nueva vida.

26 de septiembre de 1994

EL FANTASMA DE LA CATEdral parece cosa del pasado. Las amplias habitaciones equipadas con enormes televisores, neveras, proyectores de películas, camas de agua y baños con tina, hoy tan sólo son un mal recuerdo, como lo fueron en su momento, la construcción de chalés, el campo de fútbol con iluminación y drenaje profesional. El estruendoso fracaso de La Cateral fue la base para que el gobierno revisara el tema de máxima seguridad. Dos años después, los resultados por fin se comenzaron a palpar y el mejor ejemplo de ello es el complejo carcelario de Itaguí al que se le hacen los últimos retoques antes de su entrega final.

Ubicada en una de las zonas más violentas de la capital antioqueña, la cárcel de máxima seguridad de Itaguí es hoy una fortaleza electrónica. Los 5.000 millones de pesos que ha invertido la Dirección Nacional de Prisiones en su equipamiento así lo demuestran. Todo lo que se mueve dentro y fuera de la cárcel es registrado por un circuito cerrado de televisión dotado con medio centenar de cámaras fijas y móviles. Las primeras son utilizadas para supervisar los pasillos, las zonas de recreación y comedores de cada uno de los pabellones. Con las móviles se vigila el perímetro externo de la cárcel y cuenta con lentes especiales para realizar acercamientos de objetos a más de 500 metros de distancia.

Del candado y la doble llave, se dio pasó a enormes puertas de hierro que son operadas electrónicamente. Para abrir alguna de ellas, las demás tienen que estar cerradas herméticamente o si no de inmediato un sistema de seguridad las bloquea. Las requisas a los visitantes al ingreso del penal ya no se hacen al tanteo ni al 'ojímetro'. Con sofisticados equipos de rayos equis, que también están conectados al centro de operaciones, se realiza esta labor. Los informes del día que efectúan los guardianes ya no se presentan en formas continuas sino en videocasetes. De esta manera si la dirección de la cárcel necesita el reporte de un determinado episodio, simplemente observa en uno de los monitores en los que aparecen las imágenes con la hora, el día y el mes.

La seguridad electrónica está complementada con garitas ubicadas en los puntos más estratégicos del complejo carcelario. Dotados con teléfonos y sofisticadas alarmas, los guardianes cumplen su trabajo apoyados con monitores que captan las áreas de control que tienen a su cargo. La seguridad externa de la cárcel se complementó con un sistema de concertinas -alambrado con detectores electrónicos- que se extendió en tres corredores de seguridad. Cada uno de ellos está vigilado por un cuerpo especial del Ejército, la Policía y la guardia penitenciaria.


LOS DETENIDOS

La cárcel de máxima seguridad de Itaguí tiene capacidad para albergar a 180 reclusos. En la actualidad tan sólo 20 de sus celdas están ocupadas. En el pabellón número uno se encuentran varios de los miembros de la organización del cartel de Medellín. Las celdas pequeñas y dotadas cada una de ellas con su baño, son individuales. El pabellón cuenta con una zona de recreación y taller de carpintería, donde los internos elaboran muebles de baño, sillas de comedor. También se adecuó una zona para biblioteca y varios de los reclusos adelantan hoy su bachillerato a distancia.

Desde la muerte de Pablo Escobar, las cosas no sólo han cambiado en el país sino también en el interior del penal de Itaguí. Los problemas desaparecieron y la totalidad de los reclusos trabajan o estudian. Solo uno de ellos está impedido para ejercer las labores cotidianas. Se trata de Roberto Escobar, quien el 18 de diciembre pasado sufrió un grave accidente cuando una carta-bomba explotó en sus manos. Después de varios meses de permanecer en la clínica, regresó ciego y con serios problemas de audición a Itaguí.

Desde entonces, uno de los reclusos fue asignado como su lazarillo. A pesar de sus dolencias, Roberto Escobar sigue siendo el líder del grupo y por intermedio de él se canalizan todas las sugerencias que se tienen a la dirección del penal.

No lejos de allí, en el pabellón tres, están recluidos los hermanos Ochoa Vásquez quienes comparten su cautiverio con otros cuatro reclusos. En uno de los pisos se encuentra el taller de talabartería donde trabajan la mayor parte del día. Jorge Luis Ochoa es el gerente de una microempresa dedicada a la elaboración de arreos -monturas, herrajes, cinchas, zamarrros y estribos-. Semanalmente entregan la producción a los almacenes en Medellín con los que tienen la contrata. Su trabajo en el taller lo combinan con reuniones, casi a diario, con el pool de abogados que manejan sus asuntos.

Itaguí es la otra cara de la moneda. Este complejo carcelario no sólo está a la altura de las cárceles de máxima seguridad en el mundo, sino que en su interior se respira otro ambiente. Sus inquilinos pasaron, como lo dijo uno de los directivos del penal, de las balas a los libros y al trabajo.