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Carlos Gaviria Díaz. | Foto: Archivo SEMANA

RASGOS

Un hombre que luchó contra las tinieblas

A pesar de las amenazas, seguimientos e interceptaciones ilegales, nunca abandonó su vocación. *Por Jorge Cote, periodista de SEMANA

31 de marzo de 2015

Es un milagro que Carlos Gaviria muriera de viejo, rodeado de su familia, y no asesinado por las balas de los paramilitares y grupos de extrema derecha que han sembrado el terror en el país. Desde cuando inició en la década de los 80 la defensa de los derechos humanos en Colombia hasta los últimos años de su vida, este hombre de barba y cabello blancos fue objeto de todo tipo de acciones que pusieron en riesgo su vida.

En Colombia defender los derechos humanos se convirtió en una actividad de alto riesgo que puede llevar a los activistas a la muerte, todo porque ciertos sectores del país consideran que el respeto a la vida y demás derechos fundamentales son ideas de izquierda que atentan contra los valores y tradiciones de la sociedad colombiana. Y eso lo supo Carlos Gaviria en 1987 cuando las recién creadas autodefensas formadas por Carlos Castaño iniciaron un exterminio de toda persona que congeniara con la izquierda y defendiera los derechos humanos.

Por medio de una lista, difundida principalmente en Medellín, en la que aparecían 34 de defensores de derechos humanos, políticos de izquierda, periodistas, músicos y actores como Héctor Abad Gómez, Jaime Borrero Ramírez, Alberto Aguirre y otros, Castaño les comunicaba que debían salir del país si no querían ser asesinados. Aunque Gaviria, de 48 años, nunca apareció en la lista, sí empezó a recibir “múltiples llamadas telefónicas y cartas en las que se le conminaba a salir del país lo más pronto posible”, como lo informó una edición de SEMANA de la época.

Luego de la aparición de la lista, el 25 de agosto de ese año cayeron bajo las balas de sicarios Luis Felipe Vélez Herrera, presidente de la Asociación de Institutores de Antioquia y organizador de la Jornada Nacional por la Vida que se había realizado días antes; Héctor Abad Gómez, presidente del Comité por la Defensa de los Derechos Humanos de Medellín y gran amigo de Gaviria, y Leonardo Betancur Taborda, médico y miembro del Comité.

Gaviria sabía que él era el siguiente en morir, pues para la época era vicepresidente del Comité, organización que estaba bajo la mira de los paramilitares, y decidió viajar a Argentina, donde estuvo exiliado dos años. Sus últimas palabras antes de salir del país fueron: “El mejor homenaje que hoy podemos rendir a nuestros compañeros caídos es decirles que la bandera no será arriada ni un instante, que seguimos en esta exasperante lucha contra las tinieblas”, como lo recuerda el periodista Jorge Cardona en su libro Días de Memoria.

Precisamente esa lucha contra las tinieblas y a favor de los derechos humanos es el gran legado que nos deja Carlos Gaviria. Un hombre que desde la cátedra, la Corte Constitucional, el Senado y el proselitismo político difundió el liberalismo filosófico. En el Comité por la Defensa de los Derechos Humanos de Medellín defendió el derecho a la vida de disidentes políticos que por esa época eran asesinados por los paramilitares y perseguidos por algunos sectores del Estado y buscó que esos crímenes no quedaran en la impunidad.

Pero no sólo luchó contra los grupos paramilitares que querían (o quieren) implantar a sangre y fuego un modelo de sociedad autoritario. Como magistrado de la Corte Constitucional protegió a las minorías étnicas y culturales de sectores conservadores que aunque no sea a punta de bala, quieren mantener el ordenamiento jurídico excluyente.

Se enfrentó a gigantes económicos para preservar la cultura de pueblos ancestrales, como sucedió en la sentencia T-652 del '98 en la que tutelaba el derecho a la supervivencia de los emberá-katío del alto Sinú y obligaba a los constructores de la hidroeléctrica de Urrá I a suspender el llenado del embalse hasta que no solucionaran los perjuicios que le habían causado a esa comunidad.

Defendió en la Corte la idea de que la “homosexualidad no era un lastre moral, pues el comportamiento recto o desviado de una persona nada tenía que ver con sus preferencias sexuales”. Incluso en su célebre ponencia C-221 de 1994 que despenalizó el consumo de la dosis mínima de droga, Gaviria consideró al drogadicto no un criminal sino un sujeto con derechos.

Tal era el compromiso de Gaviria con la construcción de una sociedad libertaria y democrática, en donde se respetaran los derechos humanos, que una vez terminó su período en la Corte Constitucional, ingresó al mundo de la política en el que enfrentó al uribismo, ese fenómeno que embelesó a buena parte de los colombianos y que Gaviria consideraba autoritario y despótico.

Aunque su muerte puede entristecer los corazones de sus seguidores, también hay que alegrarse porque ese defensor de los derechos humanos logró sobrevivir a la época trágica de finales de los 80 y así contribuir a la construcción de una sociedad más justa, democrática e incluyente.

*Por Jorge Cote, periodista de SEMANA