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Carrera de relevos

Tanto el Gobierno como la guerrilla hacen ajustes a sus políticas de diálogo para iniciar una nueva etapa del proceso de paz.

17 de febrero de 1992

LOS NOMBRAMIENTOS DE HORACIO SERPA Uribe y Gilberto Echeverry Mejía como cabezas de los organismos dedicados a conseguir la paz con la subversión se presentaron en un momento en que nadie daba un centavo por el proceso de negociaciones con la Coordinadora Nacional Guerrillera. Sin embargo lo que ese par de nombramientos dejan en claro es que hay una persona que sí sigue creyendo firmemente en este mecanismo: el presidente César Gaviria. Y mientras el primer mandatario insista en el diálogo, en Colombia habrá diálogo con los alzados en armas.
Pocos años habían terminado con menos perspectivas en materia de paz con la guerrilla que 1991. Lo que a comienzos de año pintó como una puerta abierta para la reconciliación, terminó como una nueva y sangrienta frustración. Durante los últimos 12 meses el país vivió un período dominado por la expectativa de arreglo con la CNG a través de los diálogos promovidos por el Gobierno y celebrados casi en su totalidad en Caracas. Pero la diferencia entre este proceso de conversaciones y los que se habían registrado en otras épocas fue que en esta oportunidad las charlas se registraron en medio de las balas. Los guerrilleros de la Coordinadora se negaron a llevar a cabo un cese al fuego unilateral como prueba de su buena voluntad de paz, y el Gobierno no aceptó pactar una tregua bilateral similar a la que se celebró durante el Gobierno de Belisario Betancur. La tesis de los negociadores oficiales, con Jesús Antonio Bejarano a la cabeza, era la de que ese tipo de acuerdos sobre cese de hostilidades era inverificable y sólo contribuía a crear las condiciones para amarrar a la fuerza pública y permitir el fortalecimiento y la multiplicación de los frentes guerrilleros. Por eso, las tres etapas de conversaciones del año pasado se dedicaron fundamentalmente a la definición de una agenda de negociación y a definir zonas específicas de ubicación de las unidades guerrilleras, con el fin de que el cese de hostilidades se llevara a cabo en áreas delimitadas, donde el Gobierno pudiera comprometerse a no realizar operativos militares y donde fuera factible verificar el cumplimiento de la palabra comprometida por los insurgentes.
Sin embargo, al terminar el año era poco lo que se había logrado concretar en esa materia. En diciembre, cuando se suspendieron las conversaciones por última vez, Gobierno y guerrilleros firmaron un documento vago y extenso, donde lo más concreto era la voluntad de la CNG (no el compromiso) de reducir el espectro de sus objetivos militares. Pero tal vez más impresionante que la falta de acuerdo en sí fue el hecho de que 1991, que fue el gran año del diálogo con la guerrilla, estuvo acompañado de un incremento notorio de la actividad de las Farc y el ELN, los compañeros de mesa del Gobierno (ver recuadro). Y cuando estaban a punto de levantarse de la mesa de conversaciones, el Gobierno descubrió que la CNG estaba planeando realizar una ofensiva de tal magnitud, que algunos funcionarios alcanzaron a manifestar la certeza de que antes de que terminara el año el Gobierno habría de declarar rotas formalmente las conversaciones de paz.
No ocurrió así. No se sabe bien si la esperada ofensiva no se presentó gracias a que el Gobierno hizo públicas sus predicciones, o si la información no era del todo confiable y la CNG no estaba en ese plan. Pudieron haber incidido las declaraciones reiteradas de Humberto de la Calle, ministro de Gobierno, acerca de la imposibilidad de continuar los diálogos de paz en caso de que la ofensiva se produjera. Hay quienes sostienen que la masacre de una unidad judicial en Usme (Cundinamarca) provocó tal repudio en la opinión pública que las Farc echaron reversa en sus planes. Puede que haya un poco de todo. Lo concreto es que, desde el punto de vista de los cálculos del Gobierno, la temporada navideña mejoró algo el clima, aunque las hostilidades guerrilleras no desaparecieron del todo.
Pero el que un año entero de conversaciones no haya arrojado resultados positivos, no significa que no se hayan hecho esfuerzos por lograrlos. El consejero Bejarano se echó al hombro las negociaciones y se convirtió en un hueso duro de roer para los guerrilleros, ya duchos en este tipo de diálogos durante tres gobiernos consecutivos. Con el tiempo, Bejarano adquirió una bien ganada fama de "duro" y dejó siempre la impresión de que el país podía estar seguro de que bajo su dirección era casi imposible esperar concesiones gratuitas para los alzados en armas, a cuyas palabras el ex consejero siempre les dio mucho menos valor que a sus actos.
Ese proceso duro y difícil representó un desgaste evidente para el Gobierno y, por lo tanto, para el funcionario encargado de adelantar directamente las conversaciones con los alzados en armas. De alguna manera, el nombre de Bejarano estaba ligado al sentimiento nacional de frustración al término de un nuevo y agotador esfuerzo en la búsqueda de la paz negociada con la guerrilla. Por esta razón, el presidente Gaviria empezó a pensar en la posibilidad de reemplazarlo. La salida de consejero para la paz se debe a lo que se puede calificar como fatiga de metal. Quienes han formado parte de las comisiones de negociación con las Farc coinciden al manifestar que los guerrilleros utilizan invariablemente una táctica con sus negociadores, que consiste en aplaudir su nombramiento en primera instancia para empezar, lentamente, a desacreditarlo a lo largo de las conversaciones. Esta actitud, sumada al costo político que produce el largo proceso de negociaciones en medio de las arremetidas de la guerrilla, explica en buena medida el retiro de Bejarano de la Consejería para la Paz. El propio ex funcionario, en su carta de renuncia, mencionó ese desgaste y la pérdida paulatina de imaginación para buscar nuevas salidas como las razones de su retiro.
Para el Presidente era entonces urgente realizar un cambio con varios ingredientes. Uno de ellos era el de poner una cara nueva en ese cargo, con el objetivo de presentar ante la opinión pública y ante la propia contraparte de las conversaciones una nueva imagen en la siguiente parte de este proceso. Pero además el primer mandatario quiso hacer un cambio en cuanto al tipo de persona que se debería hacer cargo de esa función negociadora. El perfil de las personas que habían ocupado ese cargo era el de jóvenes académicos del corte de los politólogos que han estado en este y el anterior Gobierno alrededor de los presidentes. Para Gaviria, la época hacía necesaria la presencia de un político más que la de un académico en esa función negociadora. La razón, además de las características propias de las discusiones de paz como acto político, era la de contar con un ingrediente que va a estar muy presente en las próximas rondas de negociaciones: el Congreso. Es presumible que la participación de las distintas fuerzas políticas parlamentarias vaya a ser muy intensa, y para eso se requiere que el negociador tenga acceso al Congreso y respeto entre las distintas bancadas. Fue entonces cuando se empezó a mencionar el nombre de Horacio Serpa Uribe.
El ex presidente de la Constituyente tiene, a juicio del Presidente, todos los requisitos que se necesitan para negociar con la guerrilla en los actuales momentos. Por un lado tiene experiencia en el manejo de los asuntos guerrilleros, en su calidad de político santandereano que ha tenido que hacer política toda la vida en la zona de Barrancabermeja, fortín tradicional de las Farc y el ELN. Es considerado por el presidente Gaviria, además, un hombre leal y de confianza, quien se dedicará a hacer su trabajo sin una finalidad distinta que la de lograr la desmovilización de los guerrilleros. Y, sobre todo, Horacio Serpa tiene prestigio público, que es el activo más valioso durante este proceso de negociación. "En los diálogos con la guerrilla -dijo un alto funcionario a SEMANA- una de las cosas que más se pierde es la imagen. Por eso es necesario que el negociador tenga prestigio para gastar".
Esa frase recoge un pensamiento fundamental del presidente Gaviria, y es el de que para alcanzar la paz con la Coordinadora Guerrillera es necesario dialogar, y dialogar mucho. Para el primer mandatario este es un proceso largo, incluso más que lo que le queda de mandato. Personas que han participado en el diseño de la política de paz de esta administración sostienen que el análisis gubernamental contempla el proceso de diálogo como la fórmula para crear al interior de la guerrilla liderazgos políticos creados alrededor de la solución negociada al conflicto armado. "Sin negociaciones -dijo la fuente- no se pueden esperar posturas negociadoras en la guerrilla ".
El nombramiento de Serpa sorprendió a las Farc en la mitad de una cumbre de varios días en la cual se estaba discutiendo la postura que se debería adoptar en la nueva etapa de negociación. Los guerrilleros tuvieron que echar marcha atrás en sus posturas, pues buena parte de sus discusiones giraban alrededor de la crítica a posiciones del consejero Bejarano, que divergían de las que el propio Serpa había manifestado sobre el mismo tema a lo largo del proceso reciente. En esa cumbre (que al cierre de esta edición no había concluido) se había tomado ya la decisión de renovar el equipo negociador. Todo parece indicar que será retirado Alfonso Cano como negociador en Caracas y las Farc enviarán a Iván Márquez e Iván Ríos como los nuevos representantes de ese grupo. Este cambio implica que, paradójicamente, mientras el Gobierno saca a un "duro" para poner a uno más blando, la guerrilla hace exactamente lo contrario y mete a dos de los representantes de su línea más radical. En esa misma reunión se daba por descontado que con Serpa el sistema de negociación sería diferente y que mecanismos como el del grupo empresarial nombrado por el Presidente se convertirían en instancias donde también se podría adelantar el diálogo con la guerrilla.
El nombramiento de Gilberto Echeverry Correa como asesor del presidente Gaviria en los asuntos relacionados con la reinserción de los guerrilleros constituye también un cambio sustancial en el manejo de la política de paz. El balance del primer año en esa materia indicaba que no podían estar sobre los mismos hombros la responsabilidad de negociar con la guerrilla y la de dirigir todos los planes y programas de rehabilitación, que son los que están encaminados a eliminar lo que se ha llamado las causas objetivas de la violencia. Por otra parte, se llegó a la conclusión de que el perfil de estos planes debería ser más alto para aumentar su envergadura y para atraer más la atención del país hacia esta parte de la inversión social del Gobierno. Al mismo tiempo, el éxito de este tipo de planes debe convertirse en una atracción para la decisión de los guerrilleros de desmovilizarse. Para lograr esto, lo que hacía falta era un gerente de alto vuelo, y Echeverry cumple con esta característica. Además, como gobernador de Antioquia logró avances importantes en el diagnóstico y diseño de soluciones para la erradicación de la violencia en su departamento.
Los movimientos en la estructura de la Consejería para la Paz indican que César Gaviria no sólo está convencido de la validez del diálogo, sino que ha decidido hacerlo con personas que considera del más alto nivel. El proceso de negociación con la guerrilla, que está demostrando ser muy parecido a una fatigante carrera de relevos, arranca este año con una fuerte y renovada posta que, a juzgar por lo que se ha visto en el pasado, no tiene por qué ser necesariamente la última.-