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Arquímedes Vitonás, alcalde indígena de Toribío (Cauca) señala a las montañas desde donde las Farc los atacaron sin piedad. Su pueblo quedó destruido. La fotografía fue publicada en la edición 1.199, abril de 2005, de la revista SEMANA. Tras el devastador asalto, el presidente Álvaro Uribe viajó allí y prometió una urgente solución a los problemas.

MEMORIA

Cauca en tiempos de Álvaro Uribe

A finales de abril del 2005, SEMANA publicó el siguiente informe sobre la situación de Toribío, Cauca. La nota se tituló "Corazón valiente" y su protagonista era Arquímedes Vitonás, el alcalde indígena que en ese momento resistía, desarmado, un devastador ataque de las Farc contra su pueblo. Por Armando Neira.

22 de julio de 2012

Aunque lo despertó, Arquímedes Vitonás Noscué le restó importancia al primer disparo que sonó a las 6 y 12 minutos de la mañana. Volvió a cerrar los ojos y alcanzó a tener un sueño fugaz y tranquilo antes de que retumbara el estruendo de un cilindro de gas que estalló contra una de las montañas que rodean a Toribío y que descuajó los árboles, dejó en cenizas la maleza y produjo un cráter de 10 metros de diámetro.

“Esta vez la cosa va en serio”, le dijo a su esposa, Leyda Mesa. Mientras él se cambiaba a las volandas, ella tomó a sus hijos -Andrés y Astrid, de 12 y 10 años, respectivamente- y los metió debajo de la cama para protegerlos. Él salió de la casa para confirmar su mal presagio. En efecto, la policía disparaba sin pausa desde sus barricadas hacia las montañas con el propósito de evitar que los numerosos insurgentes ganaran posiciones.
 
Entretanto, y en cuestión de minutos, Vitonás Noscué se vio rodeado de varios miembros de la Guardia Indígena, hombres y mujeres, que llegaron apretando entre sus puños los bastones de mando: palos de madera silvestre adornados con llamativas cintas de colores y que, según afirman ellos, son más poderosos que los fusiles y las pipetas de gas usados por la guerrilla.

"¡Es un ataque, es un ataque!", gritaban. Aclaración pertinente porque desde hace un año, cuando llegó de nuevo la Policía, son frecuentes los disparos aislados hacia este pueblo levantado en una meseta estrecha entre imponentes montañas. "No pasa un día sin un hostigamiento", dice Vitonás Noscué, alcalde de este municipio caucano y uno de los líderes de la comunidad indígena Nasa, que con 280.000 nativos es la segunda más grande de Colombia, después de los wayuu, que suman 300.000.

Porque pensó que se trataba de una escaramuza más, Vitonás Noscué había vuelto a dormir esa mañana del jueves 14 de abril. Sin embargo, pronto se dio cuenta de que estaba en curso un ataque de gran envergadura contra un pueblo de 30.000 habitantes y al que custodian 75 policías. Lo confirmó cuando escuchó a varios guerrilleros que desde la montaña y a través de megáfonos exigían a la gente que corriera porque se venía "una lluvia de plomo".

En el fragor de la batalla, los indígenas corrían hacia la escuela, la iglesia, el hospital y a los cinco albergues que ellos llaman sitios de asamblea permanente, previamente señalados en caso de que se hiciera real la tan anunciada embestida. Aunque los disparos provenían de los cuatro costados, eran más intensos por los cerros del suroccidente, justo en dirección a la estación de Policía, un verdadero búnker de concreto reforzado. En cambio, el camino hacia el oriente estaba más despejado.

Nacimiento al amanecer

Fue precisamente en esos cerros del oriente, en el corregimiento de Tacueyó, en una casa pequeña de caña brava y techos de bahareque, donde el viejo Rafael Vitonás y María Noscué habían tenido a Arquímedes, en el amanecer del 14 de octubre de 1967. Fue el quinto de seis hermanos, cuatro hombres y dos mujeres. De todos, Arquímedes trabó especial afecto con su hermano Israel, un año menor que él. A diferencia de las personas de las áreas rurales que se sienten pobres por haber nacido alejados de las comodidades de las ciudades, él evoca aquella época con la satisfacción de un privilegiado, pues tenía, y tiene, la más preciada fortuna para su comunidad, que es la tierra. En efecto, Toribío es uno de los 13 resguardos indígenas dispersos a lo largo y ancho de un territorio de 191.318 hectáreas en el norte de Cauca y en los que habitan 87.680 nativos. Si bien no hay títulos individuales porque la propiedad es colectiva, cada uno de ellos mira con orgullo las montañas y señala: "Esto es nuestro, es mío".

Los indígenas han peleado durante cinco siglos para reivindicar su propiedad sobre la tierra. No ha habido una generación que no haya sido criada en la resistencia. Cuando Vitonás Noscué era un niño que jugaba entre las plantas de guineo, arracacha, fríjol y maíz, sus padres luchaban contra los grupos armados y el abandono del Estado. En los últimos años en Toribío se concentró el mayor número de indígenas y se formó un sólido proyecto político que se diseminó por todo el departamento y en otras partes del país. "Toribío es el corazón del norte de Cauca", dice él. Aquí, por ejemplo, en 1971 se creó el influyente Consejo Regional Indígena del Cauca (CRIC).

Junto a las actividades del campo y los trabajos que pasaban por traer la leña al fogón, a Vitonás Noscué le inculcaron el amor por el conocimiento. No sólo el ancestral que le dieron los viejos caciques de la tribu, sino el del estudio. Se hizo bilingüe en español y nasayuwe en las escuelas de Toribío.

Un día de octubre de 1982, cuando celebraba sus 15 años, su clase fue interrumpida por los gritos de los profesores que llegaban a sacar los niños para protegerlos del ataque de las FARCAunque ya de niño había experimentado el pánico "bajo el zumbido de las balas", como él lo describe, ese día lo marcó para siempre porque se encontró a bocajarro con la muerte. Huía cuando vio a sus pies a un policía recién abaleado. El cadáver yacía con los ojos abiertos mientras un hilo de sangre que salía de su cabeza corría por entre la tierra. Desde esa hasta la de ahora, Toribío ha soportado 14 tomas de la guerrilla.

Tras las huellas del hermano

En 1999, también en el mes de octubre, un comando armado de las FARC llegó y se llevó a Israel, el hermano de Arquímedes. Tan pronto se enteró de la noticia, llamó a la Guardia Indígena y empezó una búsqueda frenética. "Por aquí cruzaron. Lo llevaban amarrado", le dijeron en un lugar. "Lo arrastraban entre varios, pero él se les resistía", le contaron en otra vereda. "Daba pesar, le juraron en un sitio distinto. Iba todo atado, de pies y de manos. Casi no podía caminar". Durante casi 100 días continuos recorrieron palmo a palmo cada vericueto de la montaña. No lo hallaron. Nunca más volvieron a verlo.

En aquella época, Vitonás Noscué ya se había graduado en ciencias sociales de la Universidad Pontificia Bolivariana de Medellín, gracias a un convenio de desarrollo de las comunidades indígenas, y su voz se había consolidado como una de las más autorizadas de los Nasa.

A medida que él y su comunidad se preparaban más, la guerra se agudizaba. En escena estaban ahora los paramilitares, el narcotráfico se había extendido como una plaga y la guerrilla se había fortalecido. Todos buscan el control del pueblo y los cercanos pues forman parte de una ruta que comunica Huila, Tolima y Caquetá, bastión originario de las FARC, con el océano Pacífico. Es decir, es el corredor que les permite traer armas y sacar narcóticos.

Ante semejante avalancha, los indígenas multiplicaron sus esfuerzos para defender sus territorios. Para esto se aferraron al principio ancestral: permanecer unidos. Lo que le ocurre a uno de sus miembros lo siente toda la comunidad. "Hoy por ti, mañana por mí", explica Vilma Almendra, del equipo de comunicaciones de la Asociación de Cabildos Indígenas del Norte del Cauca (ACIN). Cuenta que el viernes 15, un día después del inicio del ataque, ya se habían movilizado a Toribío 3.000 indígenas armados con sus bastones y banderas blancas. "No dudamos un segundo en salir en defensa de nuestro pueblo, de Arquímedes, de nuestra tierra", dice Almendra, con su voz decidida de adolescente.

Esa solidaridad no es una expresión apenas de buena voluntad sino que se refleja en hechos concretos en la vida cotidiana. Cada semana, por ejemplo, hay una minga, que es una reunión obligatoria de todas las familias de una vereda para hacer trabajos de beneficio colectivo. En estas charlas además se dirimen pacíficamente los problemas entre los vecinos. "Nos gusta vivir en paz. Por eso nos reunimos siempre, porque los problemas no hay que hacerlos a un lado ni dejarlos crecer", explica el alcalde. También están las tareas permanentes de la Guardia Indígena. Sus miembros se turnan para velar por el bienestar y la seguridad de la comunidad y reaccionan cuando es necesario. Eso sí, sin violencia porque la guardia está concebida para dar equilibrio, armonía, expresar sus exigencias y dar voces de aliento.

Eso lo vivió Vitonás Noscué el 24 de septiembre del 2004, cuando fue a San Vicente del Caguán a visitar a una de las comunidades Nasa que habitan fuera de Cauca. Después de 15 horas de camino, atravesando la cordillera, se reunió con ellos y les compartió sus experiencias. Les contó cómo era hacer política pues a la fecha había sido ya presidente de la Asamblea de Cauca, había ganado las elecciones por voto popular en Toribío y se había codeado con el mundo diplomático pues la Unesco le había otorgado el premio del "Maestro de la Sabiduría". Cuando se disponía a regresar fue interceptado por un comando de las FARC que lo internó en la selva.

Dignidad ante el comandante

El comandante guerrillero le reclamó: "¿Usted por qué no ha renunciado si las FARC dimos la orden a los alcaldes de renunciar?". Con el mismo tono pausado y amable de siempre, Vitonás Noscué le dio una respuesta que el insurgente no esperaba: "Por eso mismo. Porque ustedes no nos dan órdenes. Están equivocados porque ustedes no nos eligieron, fue la comunidad y a ella es a la que obedecemos". El guerrillero, aún perplejo por esa respuesta, le repostó: "Entonces usted está en problemas porque queda retenido". La réplica fue aún más sorpresiva: "No. El que está en problemas es usted porque ahora vendrá la guardia indígena a buscarme. Y van a venir armados"."¿Con armas?". "Sí, van a venir con sus bastones de mando".

Y así fue. Apenas se enteraron de su secuestro, casi 400 indígenas salieron de sus resguardos en dirección a San Vicente del Caguán para liberar a su líder. Quince días después del plagio, lo que tardaron en la caminata, el comando guerrillero se despertó rodeado de indígenas que exigían la liberación. La acción fue tan sorpresiva y determinante, que los guerrilleros, curtidos en 40 años de guerra, salieron corriendo ante ese grupo de hombres y mujeres unidos que agitaban sus palitos adornados con cintas multicolores. El caso saltó a las primeras páginas de los periódicos y conmovió a los colombianos, que ante la agresión se muestran tan fragmentados y confundidos. En cambio, los nasa no dudan: Ante la violencia, ni un paso atrás. "Todo lo hemos conquistado poniendo muchos muertos, hemos sufrido, pero jamás vamos a bajar los brazos".

Referendo al TLC

Vitonás Noscué ha desempeñado un papel fundamental en otros episodios históricos: la marcha indígena por el derecho a la vida entre los resguardos y Cali, de septiembre pasado, y luego el reciente referendo, el 6 y el 7 de marzo, para decidir sí o no al TLC. Ganó el no en una jornada electoral de dos días que tuvo una participación del 98 por ciento de la población votante. El asunto no terminó ahí, pues los indígenas enviaron una comisión a Washington para entregarles a los congresistas el resultado y explicarles sus argumentos.

¿Qué otro sector social practica a diario así la democracia? El párroco de la iglesia de Toribío, Ezio Guadalupe Roattino, responde: "A mí me maravillan todos los días". Lo afirma un sacerdote europeo, de origen ítalo-esloveno que ejerce su labor pastoral en el área junto con tres italianos más. Fueron designados por la Iglesia católica para evitar que los templos quedaran vacíos tras el asesinato, a manos de los paramilitares y los terratenientes de la zona, del padre Álvaro Ulcue Chocué, un teólogo de la liberación que, como los indígenas, siempre creyó en la defensa de la comunidad. "Sus acciones son profundamente democráticas, siempre están basadas en el consenso, y Arquímedes tiene los dones de los mejores líderes".

Ha reafirmado su vocación de dirigente desde ese jueves 14 de abril, cuando con los miembros de la Guardia Indígena empezaron una ardua tarea para resistir los efectos del ataque. De no haber sido por la evacuación pronta y ordenada de las 3.000 personas que habitan el casco urbano, el saldo habría sido catastrófico. Porque los guerrilleros desplegaron una fuerza monumental. "Miren. Nos destruyeron totalmente 22 casas y nos derrumbaron parcialmente otras 25", señala Vitonás Noscué.

Sin embargo, lo que más le duele al alcalde es la pérdida de vidas humanas. Sobre todo en acciones en las que las FARC han pasado por encima del Derecho Internacional Humanitario: la muerte del niño Yorman Troches Paví, de 10 años, quien recibió un disparo en la frente cuando se encontraba refugiado con otros pequeños en la escuela, o la de Tatiana Hernández Banguero, quien fue herida de un disparo en el brazo cuando se escondía de las balas en el hospital.

“La situación está controlada”

"¿Qué van a hacer ahora?". El alcalde responde en el parque bajo el sonido frecuente de los disparos: "Defender nuestra tierra. Sin tierra somos cadáveres, sin tierra no somos nada". El ruido de los disparos va en aumento. Hay que tocar interrumpir la entrevista. El alcalde corre a una casa donde escucha las noticias. Habla el ministro de Defensa, Jorge Alberto Uribe: "La situación está controlada", dice él desde Bogotá. El eco de sus palabras en la radio se ahoga en un nuevo traqueteo. Afuera hay varios carros con prensa, con banderas blancas. Los policías en sus trincheras apuntan a las montañas, de donde vienen más disparos.

"El ataque, que comenzó en la mañana de ese jueves, tuvo sólo una pausa con la visita relámpago del presidente Uribe, escoltado de varios helicópteros, pero luego continuó", explicó Vitonás Noscué. Como el implacable asedio continuaba, el viernes de la semana pasada, los indígenas optaron por evacuar a las mujeres y los niños. Algunas de esas caravanas han quedado en medio del fuego cruzado, como lo registró la prensa. "No creo que la guerrilla se vaya a ir pronto, pero nosotros tampoco vamos a ceder. Defendemos nuestra tierra con dignidad", sentencia.

Los insurgentes están agazapados en las montañas. Por eso le ha sido tan difícil al Ejército entrar. Por tierra podrían ser emboscados porque la vía es zigzagueante y encañonada; y por aire el riesgo es alto porque si disparan, la población civil podría caer en el fuego cruzado. "Lo que la guerrilla tiene que hacer es irse. Respetar nuestro modo de convivencia".

Su decidida defensa de su comunidad y de sus convicciones le ha valido a su pueblo un sinnúmero de premios locales e internacionales, entre ellos el Premio Nacional de Paz y el Premio Mundial Ecuatorial, entregado en Malasia. Vitonás Noscué es un hombre de hablar suave pero de carácter templado. Un amante de la filosofía latinoamericana y de pensadores como Noam Chomsky, Enrique Dusell y Manfred Max-Neef, y sobre todo un enamorado de su gente, de su tierra. Quizá por eso, a medida que el asedio se hace más largo, la comida escasea y el temor aumenta, dice que se siente más fuerte. "Esta es mi tierra, aquí me siento libre", lo dice en medio del cansancio porque desde las 6 y 12 minutos del jueves 14 no ha vuelto a dormir tranquilo. Cuenta que antes del disparo que lo despertó soñaba con las montañas, con los espíritus que le hablaban de defender la libertad y cantar a los cuatro vientos aquella estrofa del himno Paez: "Y seguiremos luchando hasta que se apague el sol".