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Cazucá de luto

En los últimos cinco años han sido asesinados en el sector más pobre de Soacha 210 jóvenes. Marta Ruiz, periodista de SEMANA, relata los detalles de esta masacre silenciosa.

12 de junio de 2005

"Estamos atrapados", dice Mercedes Vargas. Está tendida entre almohadas con una pierna enyesada. En el cuarto hay poco espacio. Tres camas grandes impecablemente tendidas, un armario y dos mesas en las que se amontonan cobijas de colores guardadas entre plásticos, para resguardarlas de los aguaceros que se cuelan por el techo de zinc oxidado. El rancho es de ladrillo y en lugar de ventana tiene una claraboya pequeña. Apenas si puede verse el rostro de la mujer en la penumbra. Afuera están dos de sus hijos. El uno es un adolescente tan escuálido que tiene los pantalones a punto de caérsele. El otro, un niño de ojos negros que escucha con atención desde un rincón lo que dice su mamá, una empleada del aseo que se quebró la pierna al bajarse del bus.

"Estamos atrapados", repite, y me agarra la mano como suplicando ayuda. Dos días atrás, Javier, su hijo de 16 años, fue baleado a unas cuantas cuadras de la casa. Eran las 7 de la noche cuando una piedrita golpeó el techo. Javier sabía que esa era la señal de Michael Aranda, de 14 años, para salir a buscar un 'parche' en el barrio El Oasis, en el corazón de Altos de Cazucá. Como en la fábula infantil, Mercedes le dijo "no salgas". Pero, como en la fábula, el muchacho no hizo caso. Sobre lo que ocurrió después hay varias versiones. La Policía cree que esa noche Michael, Javier y su amigo Omar Hernández evitaron que una banda atracara a un vecino del barrio. Poco después otros cinco jóvenes, armados con machetes y pistolas, los sacaron a la fuerza de una tienda ante los ojos de todos. Los arrastraron unas cuadras más allá, para cruzar la frontera invisible que separa a Soacha de Bogotá.

Los vecinos sabían que ese era el recorrido hacia el patíbulo y por eso corrieron a esconderse, acogiéndose a la ley del silencio. Avisados por otros muchachos, los papás de Michael y Omar comenzaron a recorrer las calles intentando que alguien les contara quién y hacia dónde se habían llevado a sus hijos. Pero el barrio se había quedado desierto. La información que esperaban les llegó muy tarde. Acababan de darles un tiro de gracia en la cancha de Caracolí, un barrio de Ciudad Bolívar, aledaño a Cazucá.

Michael y Omar murieron. Javier, con un tiro en el tórax, se salvó de milagro, pero se debatió durante semanas entre la vida y la muerte en el Hospital El Tunal. Dos días después de los crímenes, Mercedes no sabía si considerarse afortunada porque su hijo sobrevivió, o desgraciada porque ahora si quiere proteger a Javier y a sus hermanos tiene que irse del barrio.

En una trampa. Así se sienten muchos de los jóvenes que viven en Altos de Cazucá. Una densa zona de Soacha, donde más de 30 barrios han crecido desde hace 20 años en la ilegalidad. Y donde la vida de los jóvenes es áspera, como las calles de sus lomas. Una zona que bien puede compararse con algunas favelas brasileñas, o con los barrios marginales donde hoy crecen las 'maras' salvadoreñas.

John Casas* es un joven de 17 años, estudiante del colegio Gabriel García Márquez, en el barrio Julio Rincón, la zona más urbanizada de Cazucá. Sentado en un pupitre de su colegio, me mira a los ojos con desparpajo. Tiene la piel cuarteada por el sol, pues apenas sale de clase se va a trabajar como estibador a Corabastos. Habla descarnadamente sobre su barrio: "Hay peleas de pandillas. A veces le dan a uno de los jefes en la cabeza, pero el segundo ahí mismo sube y la cosa sigue igual". A diferencia de jóvenes de su edad, no tiene grandes esperanzas. "De mis amigos han matado a tres. Eran excelentes y juiciosos. Estaban en un baile cuando llegaron con una lista. Y este barrio es tan chévere que los que matan se van frescos, caminando", dice. ?

Algo raro está sucediendo

En los últimos cinco años la violencia contra los muchachos no ha cesado. Según un informe de Medicina Legal presentado a principios de este año "algo raro está sucediendo" en Soacha, y particularmente en esta zona. Durante los dos últimos años la tasa de homicidios ha aumentado, y las víctimas son jóvenes. Desde 1999 hasta 2003 Medicina Legal certifica que en Altos de Cazucá fueron asesinados 102 jóvenes entre los 10 y 24 años. Según el informe "eran jóvenes nacidos en Bogotá o Soacha, entre 1980 y 1987, debidamente documentados con tarjeta de identidad, desempleados o estudiantes, solteros, que fueron víctima de homicidio en o cerca de su barrio de residencia un viernes, sábado o domingo, en la vía pública, a una hora que las autoridades no pueden especificar y con arma de fuego". Un grupo de ONG que viene haciendo un seguimiento sistemático de estos homicidios tiene registros forenses de los últimos cinco años.

Altos de Cazucá no es la única barriada capitalina donde hay violencia contra los jóvenes, pero allí la violencia es como una bruma que todo lo cubre. Excepto por los patrullajes que hace la Policía, allí no hay Estado. Por eso es tan difícil saber a ciencia cierta quién y por qué están matando a los jóvenes.

Para muchos observadores se trata de grupos de limpieza social financiados por habitantes de la zona para "aleccionar" a los ladronzuelos y drogadictos. Es el caso del barrio La Capilla, un deprimido sector donde bailar break dance puede ser considerado sospechoso. Especialmente después de que en 2003 fue asesinado 'Charanga' uno de los bailarines, quien, según versiones de sus amigos, fue sonsacado por otro compañero para robar en una casa. Tuvieron la mala suerte de que era una 'olla' donde vendían drogas y armas. El 'error' les costó la vida. 'Charanga' apareció con cuatro tiros en la cabeza. En Cazucá los muchachos que delinquen o que consumen droga no tienen segunda oportunidad. Pero casi todos, inevitablemente, lo hacen. "Cada año hacíamos un paseo a Melgar con los estudiantes del colegio. Cada muchacho necesitaba 40.000 pesos para el viaje. Tuvimos que suspenderlos porque cada vez que anunciábamos uno, se disparaban los atracos en el barrio", dice un profesor de la zona. Si bien muchos jóvenes comienzan en las calles de sus barrios la carrera de ladrones, también es cierto que hay intolerancia y estigmatización. Cualquier joven 'parchado' en una esquina se convierte en sospechoso.

Que la "limpieza social" es cotidiana lo sugiere la captura del presidente de la junta de acción comunal del barrio Villa Sandra, a quien se le acusa de la muerte de un joven, y de estar involucrado en estas actividades. Sin embargo la limpieza social no explica todas las muertes. Los análisis de Medicina Legal y de las ONG arrojaron que muy pocas de las víctimas eran consumidores de droga (apenas 15 por ciento) y casi ninguno tenía antecedentes penales. Tampoco suele haber un móvil claro de estas muertes. Omar Hernández, por ejemplo, uno de los muchachos que murió en la cancha del barrio Caracolí era considerado un líder y un joven ejemplar en su barrio. Era el personero del colegio, trabajaba en sus ratos libres vendiendo chance y ahorraba todo el dinero que podía. "Quería ser oficial de la Policía", dice su madre, aferrada al retrato del muchacho.

Autoridades locales consideran que otra de las causas de las muertes es la guerra entre pandillas. La Policía y la Fiscalía han logrado desarticular a bandas como los 'Aguapanelos', 'Las Gaviotas', 'Los Tres Reyes' y 'Los Chuquis', entre otros grupos que controlan la 'ollas' donde se vende la droga o extorsionan a los comerciantes. Son delincuentes de poca monta, pero siembran el terror entre la gente. En Cazucá no se puede hablar de pandillas poderosas como lo fueron en su momento las bandas de las comunas de Medellín o de Aguablanca en Cali.

Por eso la tesis más creíble es que en Altos de Cazucá se combinan todos estos fenómenos. "Son bandas que actúan al amparo de los paramilitares", dice un fiscal de Soacha que tiene a su cargo la investigación de estos crímenes y quien admite que las muertes de los últimos años superan los 200 jóvenes. "Hemos esclarecido unos 15. Son casos muy difíciles porque no siempre se encuentran las pruebas", explica. La Policía denuncia que también hay por lo menos 30 bandas de narcotráfico (como la pandilla 'Lucumí'), venta de armas y desguazaderos de carros. Todo este engranaje se le atribuye al bloque Capital, un grupo de las AUC ligado inicialmente a Miguel Arroyave y sobre el cual no se sabe a ciencia cierta quién gobierna hoy. Aunque algunos consideran a este Bloque como algo fantasmagórico, sus huellas están en paredes, los panfletos y las muertes a lo largo de los 32 barrios y 63.000 habitantes de Cazucá. El coronel Juan Carlos Polanía, jefe de la Policía de Soacha mantiene sobre su escritorio una copia de la alerta temprana que hace tres años emitió la Defensoría del Pueblo instando a la protección de los jóvenes. Sobre la presencia paramilitar admite que "Altos de Cazucá es para ellos un sitio de reclutamiento y un sitio de refugio y descanso" .

Un grupo de defensores de derechos humanos que ha estudiado estos crímenes considera que en esta zona se está viviendo un fenómeno nuevo. Ya no se trata de una presencia paramilitar convencional, sino que las AUC actúan a través de sicarios locales, de bandas de los mismos barrios. Su llegada se produce con una "oferta de seguridad privada", a los comerciantes y habitantes de los barrios, por la cual a cambio de sus 'servicios' exigen algún pago. Y luego tejen una amplia red de bandas, muy al estilo de las mafias del Chicago de Al Capone, que cobran extorsiones pequeñas y monopolizan el crimen. Además convierten a estos barrios en zonas de retaguardia.

Durante los dos últimos años las autoridades han golpeado al Bloque Capital, con las capturas de dos asesinos tremendos que mataban bajo sus órdenes: José Oliver Rodríguez, conocido como 'Muelas' y Jaime Andrés Marulanda, alias 'Chiquitín'. Otro responsable de decenas de estas muertes, Luis Enrique Rojas, alias 'Gary', fue capturado el año pasado (ver recuadro). Además, entre diciembre de 2002 y enero de 2003 la Fiscalía y la Policía detuvieron a 19 personas, supuestamente vinculadas al paramilitarismo. Este año van más de 15 paramilitares capturados. Lo paradójico es que a pesar de estas capturas, las muertes siguen. Es más, aumentaron. Medicina Legal asegura que en 1999, el 12 por ciento de los asesinados en Altos de Cazucá eran jóvenes, y para 2003 habían llegado a ser el 31 por ciento.

¿Prisioneros de la loma?

El barrio Luis Carlos Galán está en la mitad de la montaña de Altos de Cazucá. Las calles son un lodazal en invierno, y de polvo y tierra en verano. Un viento seco y arenoso golpea el cerro. La gente camina enfundada en gruesos sacos de lana y, con frecuencia, en botas pantaneras. Los muros verdes del colegio se destacan desde lo lejos. María Elsa Salamanca es la rectora de esta institución. Permanece allí a pesar de que hace ya varios meses le llegó un panfleto en el que le daban tres días para que se fuera y no volviera. Pero sigue ahí porque según dice, estar en Altos de Cazucá es lo mejor que le ha pasado en la vida. "Los jóvenes acá no son violentos. Lo que pasa es que no tienen oportunidades. Llegan a los 13 y 14 años y es normal que busquen los amigos, la calle". Las cifras de su colegio respaldan su percepción. Mientras hay cinco grupos en grado quinto, sólo hay dos de grado sexto. De esa dimensión es la deserción escolar. Algunos se van a trabajar porque son el sostén de sus familias. Otros emigran del barrio por amenazas. Y como la mayoría de las familias son desplazadas, desarraigadas y tienen miedo, vuelven a desplazarse una y otra vez. Son errantes sin fin.

En Altos de Cazucá la presencia del Estado se reduce a unos cuantos programas aislados como Familias en Acción (que apenas comienza), los colegios y la Policía. Batuta es quizás el programa para niños y jóvenes con mayor impacto pues llega a más de 1.000 de ellos. Yordy Córdoba, por ejemplo, a sus 12 años ya tiene decidido que su vida es la música. "Mi papá toca música norteña. Pero a mí no me gusta, porque es muy estruendosa. Me gusta la clásica", dice. La música es su redención. Su maestro está seguro que quien crece con el arte no empuñará nunca un arma. Pero a medida que los niños crecen, la oferta cultural y educativa, las oportunidades se reducen.

En Altos de Cazucá hay más de 50 organizaciones, entre fundaciones e iglesias. La mayoría tiene programas orientados a la niñez, bien sean planes padrino o comedores comunitarios. Pero apenas los niños superan los 10 años salen de los planes padrino y quedan en un limbo. Muchos no vuelven a estudiar. Los que lo hacen, sólo llegan hasta noveno grado, que es la oferta de educación pública en la zona. Los trabajos más usuales son el de coteros en las plazas de mercado o ayudante de buseta. "Un 60 por ciento de los estudiantes tienen que trabajar para llevar dinero a sus casas", dice el sicólogo Enrique Sánchez del colegio García Márquez. Por ese camino llegan a la calle. Donde serán una veces víctimas y otras victimarios. Una vez allí difícilmente habrá una reinserción a la sociedad. Los embarazos precoces, el alcoholismo y la depresión los acompañan "Los muchachos están prisioneros en esta loma", dice Sánchez.

Por eso no es de extrañar que la oferta de las bandas sea atractiva. Ni que los pequeños robos estén a la orden del día. Pero pocos que cometan un delito menor tienen oportunidad de rectificar. La muerte los sorprende primero.

¿Emergencia juvenil?

A principios de los años 90 la imagen de los jóvenes de las comunas de Medellín recorrió al mundo. Sicarios al servicio del narcotráfico, milicianos, pandilleros. Todos armados matando, y muriendo. El país entendió con la imagen de la generación del 'no nacimos pa' semilla' y del 'no futuro' que el narcotráfico había penetrado la médula de la ciudad. En su momento la Presidencia de la República consideró a la situación de la juventud en esos barrios una emergencia social y de seguridad, y creó una consejería especial para el tema en manos de María Emma Mejía. Se hicieron casas juveniles, programas educativos y culturales. La juventud y su crisis se volvió un tema importante de cara a las secuelas que había dejado en la ciudad el cartel de Medellín. Quizá la Consejería no tuvo la capacidad de superar el problema, pero lo hizo visible, y fue sin duda un primer paso. "Si las comunas de Medellín nos permitieron ver el impacto del narcotráfico en los jóvenes, creo que hoy Altos de Cazucá está mostrando la magnitud de la crisis del desplazamiento", dice Mejía.

De igual manera ocurrió en Cali, donde la violencia juvenil en Aguablanca llegó al niveles críticos. Con el tiempo se canalizaron esfuerzos institucionales para desarmar las pandillas.

Cazucá, en cambio, parece tener pocos dolientes en el Estado. Con el sofisma de que se trata de barrios ilegales, se está dejando a la deriva a la población tal vez más vulnerable del país. Jóvenes que vienen huyendo con sus familias de las secuelas de la guerra, que están rodeados de abuso y violencia, y vagan por las calles sin ninguna oportunidad.

La respuesta de las instituciones, hasta ahora, parece ser sólo policial. En noviembre pasado el presidente Álvaro Uribe prometió la construcción de tres bases militares y puestos de Policía en estos convulsionados cerros. Hasta ahora se ha comenzado la construcción de un CAI en Santo Domingo, el barrio que sirve de frontera a Bogotá y Soacha. Los policías son de Bogotá, el carro en que se movilizan, de Soacha. Este año se ha declarado desierta dos veces la licitación para comprar 11 motos que servirán a los policías para patrullar en Altos de Cazucá. La situación es tan compleja que la Policía está estudiando la posibilidad de que sea Bogotá la que asuma la seguridad de toda la zona. Esta idea coincide con lo que las organizaciones sociales le han propuesto al gobierno. "Queremos que Altos de Cazucá y Ciudad Bolívar se declaren como una zona especial de seguridad", dice el líder comunal Gustavo Barreto.

Medicina Legal va más allá. En su informe se pregunta si es necesaria la creación de un cuerpo de Policía especializado en protección juvenil, pues la emergencia de seguridad que viven los muchachos aunque sigue siendo absurdamente invisible, es tal vez la más preocupante del país hoy .

Sin embargo por sofisticada que sea la respuesta policial, ésta difícilmente podrá frenar lo que ocurre en esos oprimidos cerros de sur. Donde las frases del 'no futuro' y 'no nacimos pa´semilla' parecen estarse reeditando. Con tristeza, uno de los muchachos habla de su futuro y dice simplemente: "La vida es para los otros".