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En uno de los momentos más emotivos, los colombianos presentes en la ceremonia cantaron el himno nacional. | Foto: A.F.P.

TESTIMONIO

Cese al fuego: crónica de un amanecer

María Jimena Duzán estuvo presente en la ceremonia de firma del acuerdo. Estas son sus impresiones de un momento que cambiará la historia de Colombia.

María Jimena Duzán
25 de junio de 2016

En mi larga vida de periodista –marcada por el inri de tener que cubrir una guerra sin sentido de la que resulté siendo también víctima– nunca me había sentido tan conmovida por la contundencia de un momento histórico, como el que presencié el jueves pasado en el centro de convenciones del Laguito en La Habana.

Fue una ceremonia corta y sobria que se desarrolló en medio de un clima de franqueza y sin las prevenciones que se sintieron hace nueve meses en este mismo recinto el 23 de septiembre del año pasado, cuando por primera vez se encontraron públicamente el presidente Santos y el jefe de las Farc para firmar el acuerdo de justicia transicional. En esa oportunidad, la tensión entre las partes era tan evidente que le tocó al presidente de Cuba, Raúl Castro, forzar al presidente Santos y al jefe de las Farc, Timoleón Jiménez, a un encontrón de manos que no estaba previsto en el protocolo.

En la reunión del jueves no hubo que forzar nada, porque todo fluyó. La tensión de hace unos meses se había disipado y lo que se percibía era confianza entre las partes, una sensación que nunca había experimentado en estos tres años y medio que vengo cubriendo este proceso de paz.

Al presidente Santos se le vio tan relajado que hasta se dio el lujo de salirse de su tradicional sobriedad y le regaló al jefe de las Farc el balígrafo –una bala que el Ministerio de Educación ha convertido en lápiz–, que traía consigo un mensaje subliminal sobre lo que significa para el país el final de la guerra con las Farc. Estas también trajeron un regalo con otro mensaje subliminal sobre lo que significó ese día para ellos: una tabla de madera en la que estaba pintada la figura de Marulanda, en la que se podía leer “2016 año de la Paz, 1964, Farc-ep-2016”.

Vea: El silencio de los fusiles

Al jefe de las Farc se le vio mucho más tranquilo y confiado que hace nueve meses, pese a que estaba convaleciente de una apendicitis que lo mantuvo toda la semana pasada en la clínica. El lunes, cuando se dieron las últimas puntadas del acuerdo con la canciller María Ángela Holguín en La Habana y Timochenko no pudo asistir, se temió que no iba a estar presente en la ceremonia. Sin embargo, hasta en esto hubo suerte: el jefe de las Farc pudo llegar a pronunciar un discurso que a muchos de los delegados del gobierno les sorprendió porque parecía escrito por un político y no por el jefe de la guerrilla más numerosa de América Latina. Sus críticas a la Ley de Zidres y al nuevo Código de Policía fueron incluso respondidas por varios de los representantes de los partidos políticos que venían en la comitiva presidencial con cierto humor. “Si no les gustó a las Farc el Código de Policía, es porque nos quedó bien”, dijo en algún momento el presidente de Cambio Radical, Rodrigo Lara.

Si algo he aprendido en estos años de guerra y de procesos de paz inconclusos es que, en las negociaciones de paz, las formas son claves para detectar el grado de confianza entre las partes y su compromiso frente a lo pactado. Por eso me sorprendió especialmente el refinamiento de las formas y el trato entre las dos delegaciones en esta ocasión. A diferencia de lo que ocurrió el 23 de septiembre de 2015, esta vez no hubo bandos marcados, ni miradas escrutadoras, ni pesados silencios. Ni siquiera funcionó el estricto protocolo de los cubanos. Antes de sentarse en su esquina, los comandantes de las Farc, ataviados con elegantes guayaberas de lino, se trasladaron al lugar donde estaba sentado el gobierno y saludaron a los plenipotenciarios haciendo gala de una espontaneidad que no se les conocía; cantaron el himno nacional para sorpresa de muchos y al rígido protocolo cubano poco le importó que Bernard Aronson, el delegado del presidente Obama, hubiera quedado ubicado más cerca de la delegación de las Farc que de la del gobierno. Hubo tiempo para que los celulares de lado y lado sacaran fotos y atraparan este momento histórico e incluso para que el presidente Nicolás Maduro, al final de la ceremonia, le hubiera sacado una carcajada al expresidente César Gaviria, exsecretario de la OEA y, hasta hoy, persona non grata en Venezuela.

Sin embargo, un apretón de manos me recordó el dolor que nos ha dejado esta guerra: el que se dieron Clara Rojas, la hoy representante a quien las Farc tuvieron secuestrada durante siete años en la profundidad de la selva, y Pastor Alape. Vi cómo él se dirigía hacia Clara: “Bienvenida a Cuba”, le dijo el comandante algo nervioso mientras le extendía la mano. “Bienvenido más bien a esta Colombia”, le contestó Clara Rojas, bastante conmovida. No pude dejar de pensar en todo lo que tuvo que hacer ella para venir hasta aquí y mirar a sus victimarios desprovista de odio. No debió ser fácil tampoco para Alape confrontar una mirada tan digna y tan bien puesta.

Si hubo un momento cumbre, en el que la emotividad se tomó la sala y consiguió erizar la piel hasta de los más incrédulos, llegó cuando las Farc aplaudieron al presidente Santos en la mitad de su discurso luego de que confesó que él había sido un implacable adversario de las Farc, pero que de la misma forma que pactaba la paz, iba a defender su derecho a expresarse, así nunca fuera a estar de acuerdo con ellos. 

Vea: Santos y Timochenko en frases

Al término de sus palabras, a Santos, que poco expresa lo que siente, se le vio sonriente y hasta contento. Tenía por qué estarlo: muchos presidentes intentaron protagonizar este momento histórico, pero solo él, pese a tener 20 puntos de favorabilidad en las encuestas (o por cuenta de eso) pudo lograrlo. Una persona de su círculo cercano atinó a decirme que “después de tanto palo recibido este era sin duda el día más feliz de sus años de mandato”.

El gran ausente de este momento histórico fue sin duda el vicepresidente Germán Vargas, a quien muchas voces preguntaron. No vino ni para el 23 de septiembre, ni tampoco estará en la foto que sella el fin de la guerra. La pregunta que más se hacían en el recinto una vez concluido el acto era si el proceso con ELN iba o no iba. ¿Qué va a pasar con el ELN?, le preguntaban unos y otros a Frank Pearl. Muchos temores se liberaron con el fin de la guerra. Aída Avella, sobreviviente de la masacre de la UP, reveló uno de ellos. Le pregunté si estaba contenta con el final de la guerra y me respondió que sí, pero que temía que los mataran. La mirada más incrédula fue la de Santiago Montenegro, presidente del Consejo Gremial, quien fue a La Habana pese a tener serias dudas sobre el blindaje de los acuerdos de paz y a no estar de acuerdo con los parámetros en que se pactó la justicia transicional. Y la mirada más optimista fue la de un general activo, quien me dijo que había saludado a Pablo Catatumbo y le había dicho que el final de la guerra era para él la mejor noticia porque ahora sabía que iba a ver crecer a sus hijos.

El hombre tras bambalinas del proceso de paz será sin duda Álvaro Leyva. A pesar de haber mantenido siempre un papel muy discreto, ha sido clave para destrabar el proceso cuando se atasca. Es uno de los bomberos del presidente Santos. Por último está la canciller María Ángela Holguín a quien es justo reconocerle el papel central que jugó para sortear la última crisis. A lo mejor, en este tramo se necesitaba el toque de pragmatismo femenino para darle la puntada final a la guerra.

¿Cómo se cocinó este momento?

El país no sabe que hace solo tres semanas este proceso estuvo a punto de fracasar. El día en que se firmó el acuerdo sobre el blindaje jurídico y se conoció que se había incluido un artículo que amarraba la puesta en marcha de los acuerdos a un plebiscito no acordado con la guerrilla, las Farc se levantaron de la mesa. La guerrilla consideró que eso era un mico colgado a última hora al acuerdo, porque ellos no lo habían pactado. Con su retirada, quedó en vilo el cese al fuego bilateral y las negociaciones se frenaron abruptamente.

La semana pasada, en medio de este clima adverso, la canciller Holguín, por instrucciones de Santos, viajó a La Habana el domingo 20 para reunirse con las Farc con la misión de ver cómo se lograba sacar al proceso de ese punto negro. Para preparar el terreno, dos días antes viajaron a La Habana Álvaro Leyva Durán y el senador por el Polo Iván Cepeda, dos personas que han jugado tras bambalinas un papel fundamental en este proceso. Dos temas tenían trabado el proceso: el número de zonas de concentración y el tema del plebiscito.

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La primera reunión de la canciller con las Farc tuvo lugar el lunes en La Habana pero no hubo humo blanco: aunque la guerrilla se había bajado de 65 a 55, los militares seguían insistiendo en que no podía haber más de 18 zonas. A instancias de Holguín se decidió hacer una reunión a primeras horas del martes a la que asistieron los militares miembros de la subcomisión diseñada para ponerle fin a la guerra, encabezados por el general Flórez y todos los comandantes de las Farc, Pastor Alape, Pablo Catatumbo, Carlos Antonio Losada, Ivan Márquez y Joaquín Gómez. Sin acaloramientos, estudiaron zona por zona bajo la batuta de la canciller. Al final del día lograron llegar a un acuerdo satisfactorio para ambas partes: 23 zonas de concentración y ocho puntos fijos. Por eso, el presidente Santos en su discurso hizo un reconocimiento especial a las Fuerzas Armadas y al papel que han desempeñado sobre todo en esta última fase. Mientras esto sucedía, se adelantaban reuniones para lograr un acuerdo alrededor del plebiscito, cosa que se logró finalmente el miércoles. La clave para que todo esto hubiera sido posible era más simple de lo que uno se imagina: “Se logró crear confianza entre las partes”, me confesó una persona que estuvo muy cerca de los acontecimientos de estos últimos días.

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La puntada final fue la invitación al secretario de la ONU, Ban Ki-moon, en la que también tuvo que ver María Ángela Holguín. Ella lo había llamado la semana anterior para invitarlo el jueves 23 a que estuviera presente en la ceremonia, pero le había dejado claro que solo hasta el lunes podía saber si el acuerdo se firmaba ese día. Cuando hubo humo blanco, no solo Ban Ki-moon estaba listo para asistir a la ceremonia, porque ya se había montado al bus la presidenta de Chile, Michelle Bachelet. Lo demás… ya es historia.