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Juan Manuel Santos y Timochenko. | Foto: Reuters

INFORME ESPECIAL

El fin de la guerra

Qué significa el final del conflicto armado.

Alejandro Santos Rubino, director de SEMANA.
25 de junio de 2016

El jueves 23 de junio de 2016 es una fecha para no olvidar: ese día Colombia pasó la página del conflicto armado con las Farc después de medio siglo de confrontación. Una imagen que muchos colombianos creyeron que nunca llegaría, y que muchos otros no pudieron ver, o dieron su vida por intentarlo. Fue la firma de un acuerdo que silenció los fusiles de una guerra que dejó cerca de 250.000 muertos, más de 50.000 desaparecidos, y más de 7 millones de víctimas, en su inmensa mayoría civiles inocentes. De ese tamaño es la sangre y el dolor que ha dejado este capítulo de nuestra violencia política.

Desde que Tirofijo lideró a 48 campesinos armados en Marquetalia (Tolima), hace 52 años, muy pocos colombianos no han crecido bajo la sombra amenazante de las Farc y el yugo del conflicto armado. Más allá de entender las causas de esta guerra, es difícil imaginar un actor que haya marcado durante tanto tiempo la historia política económica y social del país.

Los procesos de paz con Belisario en los años ochenta, la ofensiva contra Casa Verde con Gaviria, la contraofensiva de las Farc con las tomas y los secuestros masivos de militares con Samper, el despeje del Caguán y luego el Plan Colombia con Pastrana, la elección de Uribe con el mandato de derrotarlos, las multitudinarias marchas de ‘No más violencia, no más Farc’, la barbarie paramilitar, los falsos positivos del Ejército para favorecer el ‘body count’, el terrorismo urbano del Club El Nogal o de los diputados del Valle, y los secuestros y las pescas milagrosas, entre tantos otros episodios, han dejado una cicatriz imborrable en la memoria reciente y todos han girado en torno a la existencia de las Farc. Para no hablar de sus coletazos en la confianza de los inversionistas, el miedo en los territorios, el impacto en el desarrollo y la polarización política. El acuerdo es histórico porque quedó atrás un capítulo que no nos dejaba salir del siglo XX.

Se acabó la guerra en Colombia, pero no ha terminado la negociación en La Habana. Faltan algunos temas gruesos por resolver como la reinserción de los combatientes a la vida civil, el mecanismo de elección del tribunal especial para la paz, y las curules especiales para la guerrilla y sus territorios de influencia, entre otros, antes de firmar el acuerdo final. Pero más allá del pulso que se viene en las próximas semanas, la decisión política ya está tomada, y las Farc ya están mirando cómo palpan el sentimiento de un país que les tiene miedo para hacer política y no cómo vuelven a empuñar un fusil para intimidarlo.

Más allá de los detalles técnicos y últimos forcejeos, lo cierto es que en los próximos 6 meses más de 8.000 guerrilleros de las Farc estarán concentrados en 23 zonas y 8 campamentos, habrán entregado la totalidad de las armas a la ONU, y delinearán en su décima conferencia su estrategia para conquistar el poder por la vía de la democracia. No será una tarea fácil. Cabalgarán sobre el desprestigio de la política tradicional, pero tendrán que vencer el miedo y la indignación de millones de colombianos a quienes les gustaría verlos en la cárcel y no en el Congreso.

El gobierno, por su parte, tendrá el desafío de liderar la campaña del plebiscito por el Sí y demostrar que la mayoría del país está con la paz, mientras los uribistas y demás críticos del proceso definen si se la juegan al No o a la abstención. Las apuestas ya están sobre la mesa: la oposición quiere reducir el plebiscito a la gestión del gobierno aprovechando los bajos índices de popularidad del presidente, y el gobierno buscará apelar a la ilusión que despierta la paz para sumar a su causa a muchos de sus críticos. De alguna manera se reedita la última campaña presidencial donde la paz, nuevamente, fue el centro de gravedad del debate nacional.

Los próximos seis meses serán de infarto. La paz se jugará su legitimidad en las urnas, la reforma tributaria su futuro en el Congreso, el gobierno y la oposición su oxígeno político en la opinión y las Farc su participación en política en la recta final de la negociación. De lo que ocurra en el segundo semestre dependerá cómo se configura el mapa político de cara a las elecciones presidenciales y la estabilidad económica de cara a los mercados internacionales.

Para no hablar de que habrá un nuevo actor en el mapa electoral: las Farc. Todo un desafío para una dirigencia nacional desprestigiada, una institucionalidad frágil en los territorios, y unos clanes políticos regionales clientelistas y carcomidos por la corrupción. Y tampoco es menor el desafío que se viene con la edificación de una nueva arquitectura para el posconflicto. Falta ver cómo se integra la nueva megajusticia para la paz con la actual Rama Judicial, cómo se fortalece el Estado en las regiones sin que resulte capturado por la politiquería, y de dónde va a salir la plata para hacer tantos milagros.

Pero más allá de cómo vamos a capotear los desafíos que vienen, lo cierto es que Colombia es hoy un punto de referencia para el mundo. Quedó claramente registrado con la delegación de presidentes encabezada por el secretario general de las Naciones Unidas, que fue a La Habana a la firma del acuerdo. No debe tampoco sorprender que en momentos en que el miedo se apodera del mundo por la vía del fanatismo y el terrorismo, donde las guerras civiles están expulsando a millones de personas a otros países, y donde los extremismos políticos están al acecho, Colombia se esté convirtiendo en un referente donde la reconciliación todavía es posible.

Una reconciliación que nos ha sido esquiva durante demasiados años y por cuya búsqueda han asesinado a nuestros mejores líderes. Porque la historia de Colombia ha sido una historia de intolerancia, de estigmas, y de miedo, donde las diferencias se han resuelto a plomo. De esa dialéctica de exclusión política, precisamente nacieron las Farc. Hoy, cuando estamos tan cerca de pasar esa dolorosa página con las Farc, habremos entendido que pudimos sentarnos con el enemigo y llegar a acuerdos. La pregunta que deberá responder el país en los próximos diez años, y sobre todo su clase dirigente, es si será capaz de entender qué significa la reconciliación. En ese momento se podrá hablar de un país más civilista y moderno. Por ahora, Colombia da su primer gran paso al siglo XXI.