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El fin del megacapo

La muerte de alias Gavilán, el segundo al mando del Clan del Golfo, es el golpe más importante en la historia reciente contra el narcotráfico y el crimen organizado.

3 de septiembre de 2017

A las seis de la tarde del jueves 31 de agosto una lluvia de balas rompió el silencio en la selva de Urabá. El cruce de disparos se prolongó por casi diez intensos minutos. Era el final de una de las operaciones más grandes y estratégicas emprendidas por la fuerza pública en la historia reciente.

El objetivo era capturar al hombre más buscado y peligroso del país: Roberto Vargas, alias Gavilán, el jefe militar y segundo al mando de la banda criminal conocida como el Clan del Golfo.

En los últimos 4 años este hombre logró sortear más de 20 operaciones que las autoridades lanzaron para arrestarlo. Por eso estaba confiado en que la suerte lo seguiría acompañando. Sin embargo, esta vez se equivocó. El final de su carrera delincuencial comenzó en la noche del miércoles pasado cuando más de 100 comandos de la Policía, el Ejército y la Armada descendieron por sogas desde una docena de helicópteros Black Hawk. Estaban en la mitad de la manigua a más de 10 kilómetros del lugar en donde los hombres de inteligencia sabían que iba a estar Gavilán.

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Marcharon durante la madrugada para evitar ser detectados. El jueves los comandos se ubicaron estratégicamente cerca de un sitio conocido como La 40, un inhóspito lugar entre Riosucio (Chocó) y Turbo (Antioquia). Dirigía y supervisaba el operativo el general Jorge Luis Vargas, director de la Dijín y cabeza de la operación Agamenón 2, el plan del gobierno para atacar al Clan del Golfo y sus jefes.

Gracias a los informantes de la propia organización y al trabajo que agentes encubiertos desarrollaron por meses en la región, las autoridades sabían que Gavilán, después de ver el partido de la Selección Colombia contra Venezuela, tenía planeado pasar la noche en una cabaña en la ciénaga de Tumaradó. Allí llegó en lancha acompañado por una docena de escoltas fuertemente armados. Entonces la Infantería de Marina bloqueó las entradas fluviales para evitar que llegaran refuerzos del Golfo. Al caer la noche Vargas dio la orden para que los comandos de Policía y Ejército avanzaran hasta la cabaña. Cuando estaban a pocos metros, Gavilán y sus hombres los vieron y abrieron fuego. Y en el intercambio de disparos cayeron el capo y varios de sus secuaces.

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¿Quién era?

Su nombre salió por primera vez a la luz pública en enero de 2011 cuando ordenó asesinar a dos estudiantes de la Universidad de los Andes cerca de San Bernardo del Viento, Córdoba. Lo hizo simplemente porque estaban cerca de un punto donde iba a embarcar toneladas de droga.

Gavilán llevaba más de 20 años en el mundo del hampa en donde escaló a sangre y fuego. Cuando tenía 16 años de edad hizo parte de las filas del EPL en su natal Urabá. Al desmovilizarse esa guerrilla entró en 1995 a formar parte de las nacientes AUC de Carlos Castaño. Gracias a su perfil sanguinario y extremadamente violento, militó en varios bloques paramilitares en donde se encargó de perpetrar atroces crímenes que generaron desplazamientos masivos. En 2005 se desmovilizó como parte del bloque Sinú. Un año más tarde, de la mano de Daniel Rendón, alias Don Mario, entró a la naciente banda criminal de los Urabeños. En 2012, tras la muerte de alias Giovanny, hermano del jefe de esa banda Dairo Úsuga, alias Otoniel, Gavilán se convirtió en jefe militar del grupo.

En enero de ese año ordenó un paro armado que inmovilizó tres departamentos en la costa Atlántica como retaliación por la muerte de Giovanny. Repitió esa estrategia en 2016 cuando sus sicarios impidieron abrir el comercio o los colegios en cerca de 20 municipios de Córdoba y Sucre. Esto como consecuencia de la muerte durante una operación de policía de alias el Negro Sarley, uno de los capos más importantes de esa organización criminal.

Con 17 órdenes de captura en su contra, Gavilán era conocido por su facilidad para apretar el gatillo, pero, especialmente, por sus aberraciones sexuales. En una amplia zona de Urabá obligaba a niñas menores de edad, entre 8 y 15 años, a sostener relaciones con él. Si ellas o sus familias se oponían, las asesinaba. De allí el inmenso temor que le tenía la población civil. Esa mezcla de miedo sumada a una gran capacidad para corromper autoridades locales, fuerza pública, fiscales y jueces le permitió escapar varias veces de las operaciones en su contra.

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El año pasado parecía que la suerte se le estaba acabando y estuvo cerca de caer en una acción de la fuerza pública. En noviembre le escribió una carta a su jefe, alias Otoniel, para contarle que se salvó milagrosamente de un bombardeo en el que murieron 12 de sus lugartenientes.

En 2016 perdió en otra operación uno de sus valiosos tesoros. Se trataba nada más y nada menos que de 9,2 toneladas de cocaína empacada y lista para exportar a México. El valor del cargamento alcanzaba los 250 millones de dólares. Era el mayor decomiso de droga en la historia reciente del país y el mayor alijo incautado a un solo hombre. Normalmente alcanzar semejantes cantidades de droga solo es posible cuando varias organizaciones o narcos se unen y cada uno aporta una parte del cargamento. En ese caso todo era de Gavilán, lo que evidencia también su importancia en el mundo del narcotráfico.

En mayo de este año, la opinión pública volvió a saber del sujeto. Para vengar la muerte de su hombre de confianza, alias Pablito, ordenó a su ejército de sicarios adelantar el llamado plan pistola consistente en asesinar a sangre fría y por la espalda a policías desarmados. Más de 12 uniformados cayeron asesinados en un mes y 40 más resultaron heridos.

Un mes más tarde, a mediados de julio, murió en un enfrentamiento con la Policía su hermano Efrén Vargas. Conocido con el alias de Culo de Toro, era el encargado directo del plan pistola y de coordinar los envíos de más de 100 toneladas de cocaína del Clan. Ese golpe fue el preámbulo de la operación del jueves pasado que terminó con el final de este megacapo.