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N A R C O T R A F I C O

Cobro de cuentas

Una nueva ola de retaliaciones entre narcos sacude al país. Las víctimas negociaron con Estados Unidos a cambio de información.

5 de noviembre de 2001

El ajuste de cuentas entre los narcos no se detiene. La semana pasada los sicarios sembraron de muerte las calles de Cali y Medellín. En la primera fue asesinado Juan Carlos Ortiz Escobar, alías ‘Cuchilla’, un confeso narcotraficante que hizo parte de la organización del cartel del Valle del Cauca. Ortiz murió de 10 impactos de bala, al igual que su escolta personal Edgar Hurtado Jurado. ‘Cuchilla’ había recobrado su libertad hace apenas tres semanas luego de haber purgado una pena de cinco años de prisión, después de un proceso de sometimiento a la justicia en el que logró una considerable rebaja de penas por los delitos confesados.

Dos días después el miércoles en la noche otro grupo de sicarios asesinó a sangre fría a los hermanos Carlos Andrés y David Alejandro Sánchez Noreña en pleno centro de Medellín. Bernardo Sánchez, el mayor de este clan, se había entregado a las autoridades norteamericanas dos semanas después de haber finalizado la Operación Milenio dentro de los acuerdos que logró Baruch Vega, el contacto entre las agencias antidrogas de Estados Unidos. Sánchez se halla hoy en una cárcel norteamericana purgando una pena de sólo dos años por los acuerdos que logró en una corte federal de la Florida a cambio de entregar valiosa información sobre el negocio de droga entre Colombia y las costas al sur de ese estado.

La ronda de los sicarios siguió el jueves en la mañana cuando las autoridades encontraron el cadáver de Enrique Mancera Lozano, un abogado que en los últimos años se había dedicado a la defensa de varios narcotraficantes, entre ellos Roberto Escobar Gaviria. Mancera también fue representante de varios de los narcotraficantes que se reunieron en Panamá con agentes de la DEA y Baruch Vega con el fin de solucionar sus problemas jurídicos en Estados Unidos.

Esta nueva ola de retaliaciones entre narcos parece haber comenzado hace un mes cuando desapareció misteriosamente el compañero de la modelo Natalia París, conocido en el mundo del negocio ilícito como Julio Fierro. En la mañana del 5 de septiembre salió de su casa en Medellín, dos días después de haber regresado de Miami, y desde entonces nadie sabe sobre su paradero. Las autoridades de Policía de Antioquia tienen indicios de que la desaparición de Fierro está relacionada con un ajuste de cuentas de sus antiguos socios a raíz de que este hombre también fue una de las personas que negoció sus líos jurídicos con los norteamericanos.

Baruch Vega, el hombre clave para la entrega de los narcos colombianos en Estados Unidos, cree que las muertes de estas personas están relacionadas con un nuevo grupo que apareció en Medellín, Bogotá y Cali conocido con la sigla Masa —Muerte a Sapos Americanos—. Las autoridades antinarcóticos señalaron que hay indicios de que esta nueva organización fue creada con un capital de 50 millones de dólares, destinados a contratar grupos de sicarios con la misión de asesinar no sólo a todos los acusados que negociaron sus problemas de narcotráfico con Estados Unidos sino también a sus familias.

Las autoridades no han capturado una sola persona sindicada por estos homicidios. Y por ahora hay demasiados cabos sueltos que permitan elaborar al menos una hipótesis sobre la nueva retaliación que se desató entre las organizaciones de la droga. La única pista que hay sobre la mesa de trabajo de los investigadores es que todas las personas muertas tuvieron que ver en su momento en los acercamientos que se dieron entre Baruch Vega, los agentes de la DEA, el FBI y un grupo de 114 acusados que negociaron hace más de un año con la justicia estadounidense para obtener su libertad a cambio de prestar su colaboración con las agencias antidrogas, suministrando rutas de embarque, localización de cargamentos de coca y cuentas bancarias fruto del negocio del narcotráfico.