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Santos y Maduro atraviesan momentos difíciles en sus respectivos países y a ambos les conviene mostrar logros en la relación bilateral. Un año después del cierre de la frontera, Venezuela tiene ahora más interés en abrirla. | Foto: A.P.

DIPLOMACIA

Colombia y Venezuela viven nuevos vientos

Santos y Maduro acordaron dar un giro en las relaciones bilaterales. Que dure y se cumpla dependerá de cómo se desarrollen la crisis venezolana y el proceso de paz en Colombia.

13 de agosto de 2016

La reapertura de la frontera entre Colombia y Venezuela, a partir del fin de semana, les cae muy bien a los dos presidentes, Juan Manuel Santos y Nicolás Maduro. No solo por lo que significa en la zona, sino porque ambos atraviesan momentos difíciles en la política interna de sus respectivos países, y tienen necesidad de mostrar logros.

Maduro está intentando dilatar el referendo revocatorio promovido por la oposición. Tiene la esperanza de que se haga en 2017 porque si lo derrotan entonces, lo cual es casi seguro, no habría nuevas elecciones –que el chavismo probablemente perdería–, sino que asumiría directamente su vicepresidente. Santos, por su parte, se alista para un plebiscito crucial para su legado de gobierno en el que se enfrenta a una oposición que en algunas encuestas está ganando con su propuesta de votar No, y en medio de la polémica generada por las cartillas asociadas con el Ministerio de Educación para promover en los colegios prácticas no discriminatorias contra las minorías.

El ambiente tranquilo de Puerto Ordaz, en la cumbre de los dos mandatarios, contrasta con la virulencia de la confrontación política que se vive en Bogotá y en Caracas. Y aunque los anuncios que se hicieron después de una reunión de cuatro horas entre Santos y Maduro son fruto de meses de preparación de las Cancillerías, reuniones de ministros sobre aspectos concretos, y un encuentro previo de las cancilleres María Ángela Holguín y Delcy Rodríguez, el encuentro dejó muchas noticias.

La reapertura de la frontera es la más importante, pero no es la única. Los dos gobiernos se comprometieron con una estrategia de mayor alcance que incluye acuerdos sobre seguridad, lucha contra el contrabando y comercio. Un esquema ambicioso, sobre todo para dos países que tienen un espacio muy limitado para la cooperación a causa de las profundas diferencias ideológicas de sus gobiernos y de las incompatibilidades de sus modelos económicos y de políticas sobre aspectos que los afectan a ambos. En particular, el control de precios y de tasas de cambio que impera en Venezuela mientras en Colombia rige un sistema de libre mercado.

Hace apenas un año, Maduro cerró la frontera de manera unilateral y con un discurso crítico y duro hacia Colombia –que incluyó la deportación de colombianos humildes sacados de sus casas–, en el que acusaba a este país de falta de voluntad en la lucha contra el contrabando. En ese entonces, para el mandatario venezolano las políticas de Colombia eran una de las principales causas del desabastecimiento que ha golpeado a Venezuela en los últimos años. El tono de la semana pasada, en Puerto Ordaz, fue totalmente distinto. Maduro planteó “un nuevo comienzo en las relaciones bilaterales”. Paradójicamente, ahora Venezuela muestra mayor interés en abrir los puestos fronterizos, mientras Colombia es más cautelosa.

La negociación culminó con una apertura gradual y controlada. La etapa que se inicia no es igual a la que existía antes del cierre. En un primer avance se desbloquearán cinco pasos peatonales con horarios restringidos y más adelante se abrirán las vías para el tránsito de carga. Se impondrá un documento de identidad –una especie de cédula fronteriza– con el fin de llevar registros sobre las personas que transitan los distintos accesos de la extensa línea limítrofe.

Lo pactado en materia fronteriza ha recibido la mayor atención de los medios. Al fin y al cabo, aún están presentes las impactantes imágenes de cerca de 100.000 venezolanos cruzando el puente hacia Cúcuta, en busca de alimentos y medicinas, cuando se hizo una primera apertura parcial, hace tres semanas. Sin embargo, los acuerdos sobre asuntos de seguridad implican haber superado muchos intentos fallidos de entendimiento sobre mecanismos conjuntos indispensables para combatir el narcotráfico, el contrabando, la acción de grupos armados y la libertad de movimiento de varios fenómenos delincuenciales. La creación de un centro binacional para la lucha contra el crimen transnacional, en el que participarán los Ministerios de Defensa, es un paso planteado en el pasado que no había podido ser acordado. Finalmente, en el asunto comercial también acogieron alternativas de trabajo conjunto. El principal de ellos es que las familias de ambos lados podrán transportar un conjunto de alimentos que será definido en las próximas semanas.

La cumbre, en síntesis, dejó un esquema que, en la práctica, implica una redefinición de las relaciones bilaterales. En principio, allí se puso un punto final de una fase de las relaciones caracterizada por evitar la confrontación bilateral, el apoyo de Venezuela al proceso de paz en Colombia, una frontera cerrada, un comercio irrelevante, y un diálogo diplomático reducido a un punto mínimo.

La gran pregunta es si los dos países lograrán llevar a la práctica lo pactado en Puerto Ordaz. La historia de los últimos años obliga a pensar que Colombia y Venezuela son más eficaces en firmar acuerdos que en llevar a la práctica programas de cooperación. Hay factores estructurales que limitan las posibilidades reales de luchar contra el contrabando, como las descomunales diferencias de precios de algunos productos, en especial de la gasolina. En sentido contrario, para el presidente Maduro quedó claro que el cierre de la frontera no es una alternativa viable en el mediano plazo. Y en el campo de la seguridad, algunos analistas consideran que el ministro de Defensa venezolano, Vladimir Padrino, ha demostrado mayor interés que sus antecesores en enfrentar la delincuencia en la zona. Sus reuniones con su contraparte colombiana, Luis Carlos Villegas, han dejado un buen sabor y en este lado de la frontera se han recibido con beneplácito los relevos hechos en Venezuela en cargos que tienen que ver con el manejo de la seguridad en la región.

La reunión de Puerto Ordaz, el jueves, coincidió con la publicación en el Consejo Permanente de la OEA de una declaración suscrita por 15 países –entre ellos Colombia– que conmina al gobierno de Nicolás Maduro a acelerar el referendo revocatorio. Aunque la coincidencia de los dos momentos es un hecho fortuito, queda claro que el gobierno de Santos no considera que la búsqueda de una relación más fluida –o menos paralizada– le impida formar parte de la mayoría latinoamericana que ha subido el tono de preocupación hacia el tema democrático en Venezuela.

Maduro insistió, además, en la importancia que le concede al proceso de paz colombiano, en el que ha jugado un papel de “acompañante” (junto con Chile). Los diálogos de La Habana van por buen camino y la firma final es inminente, y por esa razón ya no depende tanto, como al principio, del soporte de Venezuela. Sin embargo, el gobierno de Maduro tiene una función formal que mantendrá durante la fase final de la negociación, y eventualmente podría contribuir a hacer viable el inicio de conversaciones entre el gobierno colombiano y el ELN. El tema de la paz se convierte así en un incentivo para que los dos países mantengan una actitud de entendimiento, a pesar de sus diferencias.

El ‘nuevo comienzo’, en síntesis, se caracteriza por la apertura de la frontera, el compromiso de cooperación en seguridad, la inclusión de Venezuela en los mecanismos de apoyo a los procesos de paz, un leve aumento del comercio que no llegará a los 1.200 millones de dólares que alcanzaba antes de la llegada de Maduro al poder, y el respeto a las diferencias de modelo interno de la contraparte (aunque Colombia haga parte de acciones colectivas sobre la situación interna en Venezuela).

¿Funcionará? ¿Será flor de un día? Todo dependerá de tres factores fundamentales: la capacidad de las dos partes de ejecutar lo anunciado, el desarrollo de la crisis político-económica de Venezuela, y el final del proceso de paz en Colombia. Solo entonces se sabrá si los nuevos vientos de Puerto Ordaz eran reales.