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Antioqueños inician lucha espontánea contra el contrabando y apoyo popular a la industria nacional

25 de julio de 1983

Hace un tiempo Medellín se convirtió en una ciudad de espantos de carne y hueso. Espantos vivos, pero fantasmagóricos que sumieron la ciudad en un infierno de temor. Era el escenario perfecto para una película de Hitchcock. En una de las vías que conducían a la villa antioqueña se podía leer en un cartel: "Se prohíbe botar muertos". Y, sin embargo, los muertos aparecían por doquier en las esquinas, los bares, las calles, los automóviles y los potreros.
El deterioro social era, pues, un hecho dentro del cual la ciudadanía había aprendido a vivir. A un costo muy alto, ciertamente. Las casas, por ejemplo, se habían disfrazado de trincheras en las cuales la gente se escondía antes de que el sol desapareciera de la ciudad. Los secuestros eran pan de cada día. La delincuencia se incrementaba, como el costo de la vida, y la vida, en cambio, se había reducido a tener un costo de cinco o diez millones de pesos. Entre, tanto, la mafia incursionaba en el recinto y la coca reinaba impunemente.
La pasividad de la gente, producto de un susto jamás visto, hizo que el caos social tocara fondo, todo ello acompañado por una funesta crisis en la industria y la economía paisa. Y mientras las nuevas fortunas se derrumbaban en la ilegalidad, las viejas tambaleaban. Empresas como Coltejer, Fabricato y Coltabaco, que en un tiempo habían sido símbolo de pujanza y desarrollo, eran víctimas de la recesión que, día a día, se iba agravando en el país y, particularmente, en la ciudad industrial de Colombia.
Medellín se había aletargado. La característica de su raza, esa fuerza para combatir lo que viniere, dormía tranquilamente. La peste les había dado duro. Los paisas habían dejado de creer en ellos como colectividad.
Pero todo esto cambió súbitamente. Surgió de la gente, sin acuerdo previo, con pura y llana espontaneidad, un sentimiento de solidaridad en contra de la caótica situación. "Derrotar la derrota" fue el cartel que sustituyó al "prohibido botar muertos". De repente, ese dantesco porvenir que días antes había marcado a la sociedad de Medellín, se transfiguró en ambición y deseos de triunfo.
Hoy, en Medellín, para fumarse un cigarrillo de contrabando hay que esconderse en el baño, a riesgo de ser repudiado en caso de hacerlo públicamente. En las empresas del grupo Ardila se prohibió el consumo de este tipo de cigarrillos y lo mismo sucedió en la alcaldía y la gobernación. Fumar contrabando se ha vuelto objeto de denuncia. Hasta el punto de que se afirma que en algunas fábricas han llegado a expulsar trabajadores por conducta indebida, al fumar de contrabando. Y así en Coltabaco, que hace poco tiempo sufrió una intensa huelga, las ventas, en los dos últimos meses, han aumentado en un 30 por ciento y han podido incorporar a 170 trabajadores que estaban en licencia temporal.
Pero el fenómeno no se ha limitado a los cigarrillos. El lema que dice "Crea en los nuestros y consuma producto nacional" ha llegado hasta el vestuario. La indumentaria extranjera, que antes constituía símbolo de status social, impresiona menos que los tradicionales "Everfit" o "Vahler".
Pero el regionalismo no sólo se ve en la lucha contra el contrabando. Otra modalidad de expresarlo ha sido el auge en las compras de acciones a nivel popular. Fabricato expidió 72 millones de acciones, a siete pesos cada una, con el fin de que las industrias y las gentes menos pudientes se incorporaran a la sociedad. Las acciones se venden en los almacenes y en los supermercados como pan caliente. Tal ha sido la acogida,que en cinco días se vendieron 2 y medio millones de acciones y se calcula, actualmente, que se venden 100 mil diarias. Fabricato aspira, de esta forma, a recaudar cerca de 500 millones de pesos.
Detrás de todos estos factores sicológicos existen razones económicas de fondo. Al devaluarse "de facto" el dólar negro y llegar a casi los 100 pesos, el costo del contrabando ha aumentado considerablemente. Esto se ha reflejado, de manera inmediata, en un incremento de la demanda de productos nacionales. Coltejer, por ejemplo, ha subido el consumo de algodón de 52 mil toneladas a 80 mil y se calcula que en los próximos dos meses esta cifra ascenderá a las 120 mil. Por otro lado, hace poco, Coltejer reincorporó 1.300 trabajadores a la empresa y contrató mil más.
Tanta impresión ha causado el fenómeno antioqueño, tan poco común en nuestro medio, que un noticiero norteamericano comentó sobre el caso antioqueño. El fenómeno es muy reciente y hasta ahora está circunscrito, particularmente, a una ciudad. Pero es un síntoma muy alentador que, de extenderse a todo el ámbito nacional, da pie para ser optimistas cuando este sentimiento parecía muerto en el ánimo de los colombianos.-