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Uribe privilegió las formas de democracia directa. Se proyectó como un líder redentor, sin mediadores institucionales entre él y la ciudadanía.

DEMOCRACIA

Cómo cambió la política

Uribe impuso un nuevo esquema de competencia electoral basado en el asistencialismo y el desdén por los partidos.

31 de julio de 2010

Después de los dos gobiernos de Álvaro Uribe, la forma de hacer política en el país no volverá a ser la misma. El liderazgo del mandatario alcanzó tal dimensión que terminó marcando nuevas pautas para quienes quieren hacerse elegir y gobernar con popularidad.

El cambio de paradigma que impuso Uribe a las campañas presidenciales se hizo evidente en 2002, cuando se convirtió en el primer disidente de un partido tradicional en llegar a la Presidencia de Colombia. Después de abandonar el Partido Liberal, inscribió su candidatura con el aval de un millón de firmas y llegó al poder con el apoyo de fuerzas políticas dispares. Por si fuera poco, mientras nacía la política virtual volvió a las formas proselitistas tradicionales: buscó los votos en los pueblos más alejados y prefirió hablar en las emisoras comunitarias que en los medios de impacto nacional.

Pero si Uribe cambió la manera de llegar al poder, también cambió la forma de ejercerlo. El suyo fue un gobierno en permanente campaña. En parte por su afán reeleccionista, pero ante todo por un estilo propio que trasladó el Palacio de Nariño a las regiones, volvió itinerantes los consejos de ministros, esculpió un efectivo discurso paternalista y realizó más de 320 consejos comunales en los que se convirtió en el representante de los ciudadanos frente a la incapacidad del Estado de resolver los problemas. Uribe se posicionó ante el pueblo como el Presidente que interpreta las necesidades de los ciudadanos y no como el jefe de Estado encargado de resolverlas.

Era común verlo en las regiones apartadas dando órdenes para hacer carreteras, obligando a los ministros a buscar plata para hospitales o regañando desde su teléfono celular -y ante las cámaras y el público- a algún funcionario por no responder con prontitud alguna petición comunitaria.

Este modo de gobernar, carente de intermediaciones institucionales y políticas pero con altos niveles de popularidad, se ajusta a los rasgos que los académicos definen como propios de los gobiernos 'neopopulistas'. En ellos, además de tener una enorme concentración del poder personal, los mandatarios desprecian a la clase política mientras coexisten con ella, y reniegan de los partidos tradicionales para abrirles paso a nuevas formas de interlocución con la ciudadanía. En este estilo "se inscriben los mecanismos de democracia directa de los que el gobierno Uribe echó mano: los consejos comunales, el referendo y la reelección presidencial, como plebiscito de apoyo a la persona del primer mandatario", anota en un reciente ensayo la investigadora de la Universidad Externado Cristina de la Torre.

Las particularidades del estilo político del uribismo van de la mano de algunas políticas sociales asistencialistas que lograron sumarle más puntos a la popularidad presidencial. Es el caso de Familias en Acción, que bimensualmente entrega subsidios en dinero a las familias inscritas en el Sisbén a cambio de que sus hijos permanezcan en el sistema escolar o cumplan con estándares mínimos de nutrición.

Familias en Acción se lanzó durante el gobierno de Andrés Pastrana. Sin embargo, se convirtió en el principal eje del discurso social de los gobiernos de Uribe. Así, mientras en 2002 cobijaba a menos de 200.000 familias, hoy llega a 2.900.000 hogares y 5.300.000 menores de edad. Este tipo de programas no son un invento colombiano. En la región se pusieron de moda a comienzos de la década y se convirtieron en la base de políticas contra la pobreza extrema. Progresa, en México; Trabajar, en Argentina; Asignación Familiar, en Honduras; Misiones, en Venezuela; Avancemos, en Costa Rica, y Bolsa Familia, en Brasil, son las iniciativas de este tipo más reconocidas en el continente.

Nora Lustig, profesora de Economía Latinoamericana en la Universidad de Tulane y gurú mundial en el tema de pobreza, asegura que programas de subsidios directos han reducido la brecha entre ricos y pobres en la región. Sin embargo, insiste en que su diseño institucional debe ser hecho a conciencia y con muchos controles para evitar que perpetúen la informalidad o sean utilizados como instrumento para que los gobernantes se queden en el poder gracias al apoyo electoral de esas importantes redes sociales.

En la mayoría de países donde estos existen, han sido señalados de influir a favor de los candidatos que buscan reelegirse o de aquellos que representan la continuidad. En Brasil, la promesa de ampliar la cobertura de Bolsa Familia fue interpretada como el principal activo para la reelección del presidente Lula da Silva en 2006; en Argentina, la defensa de los subsidios se consideró clave para explicar la sucesión presidencial de Néstor Kirchner a Cristina Fernández, su esposa, en 2007, y en la última campaña política en Colombia ocurrió un hecho que demostró que a ningún político le conviene aparecer como crítico de los subsidios: un mes antes de las elecciones, y para hacerles contrapeso a las acusaciones que indicaban lo contrario, Antanas Mockus testificó ante un notario que si era elegido presidente no acabaría con Familias en Acción.

Por si fuera poco, la ONG Global Exchange y los portales Votebien.com y Lasillavacia.com aseguraron que los subsidios directos cambiaron el mapa electoral a favor de los candidatos de la coalición de gobierno. "El programa cambió la geografía de los votos y las lealtades políticas: cientos de pueblos se tornaron oficialistas como por arte de magia presupuestal", coincide Alejandro Gaviria.

Por todo lo anterior, después de los gobiernos de Álvaro Uribe cambió el mapa político colombiano. Se va un líder que logró conectarse con el pueblo a través de su magnetismo personal y un amplio subsidio presupuestal. Este último, si bien puede ser muy efectivo en el terreno social, deja serios interrogantes sobre el futuro de la política colombiana. En un país con reelección surge la inquietud de qué tan equitativa puede ser la competencia electoral de ahora en adelante. Es claro que mientras exista un cuantioso asistencialismo gubernamental, quienes defiendan la continuidad siempre tendrán el viento electoral a su favor.

La otra implicación del estilo de gobierno uribista sobre la democracia fue el desplome de la mayoría de los partidos políticos. Si bien su legitimidad venía en picada desde los 90, durante la era Uribe varios de ellos profundizaron su crisis. Al fin y al cabo, con el talante personalista de su gestión, el mandatario mostró cierto desdén hacia ellos: no los trató como interlocutores, los ministros acudieron a la discusión individual con los congresistas para tramitar los proyectos y la fuerza de sus bancadas terminó diluyéndose por cuenta de las divisiones internas que causó la reelección.

El único partido que el Presidente identificó como suyo fue el de la U, una colectividad que se creó en 2005 y cuyo sentido fundacional también es inseparable del talante personalista de Uribe. Basta con mirar su nombre, que es un homenaje a la inicial del apellido del mandatario. La paradoja está en que, aunque este partido es una gran máquina electoral (controla casi la tercera parte del Congreso), su permanencia en el tiempo no se puede dar por descontada. Al fin y al cabo, es un aglomerado de políticos que vienen de distintas orillas y que, más que integrar un proyecto ideológico de largo plazo, se reunieron para aprovechar electoralmente la popularidad del Presidente y defender su reelección.

El gobierno entrante de Juan Manuel Santos ha mostrado una actitud diferente frente a los partidos. Prueba de ello es que, en las reuniones que buscan darle contenido político y programático a la idea de unidad nacional, su interlocución ha sido con los jefes de las bancadas. En el mediano plazo, queda abierta la inquietud de si un cambio de estilo de gobierno será suficiente para reactivar la fuerza de los partidos políticos, y si estos, incluyendo a la U, tienen la capacidad estructural de renovarse y permanecer en el tiempo.

Solo la historia dirá qué tanto influyó el estilo de Álvaro Uribe en la política y si, en el largo plazo, las instituciones serán capaces de trascender a las personas.