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Mi relación con los hijos de Íngrid es la más linda que puedo tener en la vida, y se ha afianzado durante estos cinco años. No puedo decir lo mismo de mi relación con Yolanda y con Astrid.

Al paredón con María Isabel

¿Cómo recibió usted la noticia de la masacre de los 11 diputados?

Juan Carlos Lecompte, esposo de Íngrid Betancourt, le responde a María Isabel Rueda

30 de junio de 2007

M.I.R.: Además de los familiares de las víctimas, para usted también debió ser especialmente dura la noticia de la masacre de los 11 diputados…
J.C.L.: Eran las 2 de la mañana. Suena el celular y al otro lado está un amigo periodista. "¿Supiste la noticia? ¿La supiste? Mataron a los secuestrados. A todos. Está en la página de Anncol". Fueron 20 segundos en los que alcancé a ver muerta a Íngrid hasta que me dijo que eran los diputados del Valle. Inmediatamente llamé a Mélanie, que estaba en una clase de conducción. Le conté, pero le dije: "Tu mamita está bien". Guardó silencio. No sé si estaba llorando. Llamé también al hermano y a su padre. Todos estaban muy golpeados.

M.I.R.: Es viernes y todavía nadie entiende muy bien qué fue lo que pasó. ¿Usted tiene alguna teoría?
J.C.L.: Lo que sí no puedo creer es que los de las Farc se hubieran levantado ese 28 de junio y dijeran: vamos a matar a los secuestrados porque sí.

M.I.R.: Pero no porque no sean así de desalmados, sino porque no son así de brutos. Al fin y al cabo, los diputados eran parte sustancial de su botín de intercambio humanitario…
J.C.L.: Sí. El grupo de diputados era además la punta de lanza más fuerte para lograr el despeje de Florida y Pradera. El que se salvó supuestamente fue el alcalde de Pradera. Era la zona de ellos.

M.I.R.: ¿Alguna vez tuvo información de que Íngrid hubiera estado con los diputados?
J.C.L.: No. He oído el famoso cuento de Planadas, en Tolima; he oído sobre el Putumayo; he oído sobre la frontera con Ecuador, y ahora la versión de Pinchao es que está en Vaupés.

M.I.R.: ¿Logró hablar personalmente con Pinchao?
J.C.L.: Después de buscarlo durante tres semanas, por fin fue a mi casa muy amablemente, pero sólo me dedicó 25 minutos. Me pareció un poco mezquino de su parte, porque si yo estoy secuestrado con una persona, como él dice, dos años y nueve meses, yo al esposo de esa persona le dedicaría todo el día.

M.I.R.: ¿Qué le quedó claro de esa reunión?
J.C.L.: Que sí estuvo con Íngrid, pero no creo que los casi tres años que él dice. Si compartió todo ese tiempo con ella y las 24 horas del día, tuvo que aprender a conocerla muy bien, y el detalle de la información que me dio no lo indica.

M.I.R.: Pero sí da cuenta del temperamento fuerte que caracteriza a Íngrid y de la forma valiente como enfrenta a sus captores…
J.C.L.: Sí, eso lo contó, y que había tratado de escapar cinco veces. Me detalló además el último intento, cuando ella duró cinco días deambulando por la selva y al final la devolvieron toda sucia, con la ropa rota, vuelta nada, muy flaca, y la propia guerrilla burlándose de ella diciéndole que si hubiera caminado un día más en la dirección que iba, habría alcanzado una trocha que la hubiera conducido a la libertad. Pinchao me dice que a ella se la tiene montada la guerrilla, que no la dejan colgar la ropa donde ella quiere sino que se la mueven de lugar, que cuando se está bañando en el río no la dejan nadar porque lo hace muy bien y por eso se lo prohíben… Le pregunté qué es lo que a ella la mortifica más en su cautiverio, lo que más la hace sufrir y me dice que la humillación que recibe por parte de la guerrilla. Yo pienso en cambio que lo que más la mortifica es no ver crecer a sus hijos y durante los 25 minutos de conversación con Pinchao no me habló ni una vez de los hijos de Íngrid. Me contó que le daba clases de francés, yo le dije que me dijera algo en ese idioma y no pudo. Ni siquiera sabe contar en francés, ni sabe los días…

M.I.R.: ¿No será que no aprendió?
J.C.L.: ¿En tres años de clases de francés? Difícil. Por lo menos uno aprende los días de la semana.

M.I.R.: ¿Usted por qué ha estado tan callado últimamente?
J.C.L.: Parecería que a los medios ya no les importa mi opinión, porque me llaman únicamente para pedirme el teléfono de los niños de Íngrid.

M.I.R.: ¿No será porque ha trascendido que usted no tiene buena relación con la familia de Íngrid?
J.C.L.: Con los hijos tengo la mejor. La más linda que puedo tener en mi vida. Y siento que en los cinco años que llevamos en este drama se ha afianzado más. Con Yolanda y con Astrid definitivamente no la tengo, pero tampoco la tenía antes: no es algo que se dañó con el secuestro.

M.I.R.: Bueno, usted tiene su forma particular de manejar su drama… Es cierto que los fines de semana los invierte en arrojar volantes por la selva con las fotos de los hijos de Íngrid?
J.C.L.: Eso hice este fin de semana en un vuelo con un periodista francés del TF1. Le envío al azar unas fotografías que les tomé a sus hijos en París en abril de este año. Llevo dos años haciendo esto. Tengo la ilusión de que ella, por lo menos a través de una secuencia fotográfica, pueda ver a sus hijos crecer. Cuando la secuestraron, Mélanie tenía 16, ahora tiene 21. Pasó de ser una niña a una mujer. Su hermano tenía 13 y ahora tiene 18. Eso es lo que la debe mortificar más a ella. Más que la mamá, más que el esposo. Por eso voy cada año a Francia y les tomo fotos a ellos, las imprimo y me voy en ese avión a botar esas fotos en la selva. Ahora me he reunido con unos pilotos a ver si podemos meternos más adentro de Vaupés. Uso otros métodos distintos a los de Yolanda y Astrid, pero lo único que busco, lo mismo que ellas, es la libertad de Íngrid.

M.I.R.: ¿Humanamente, cómo es su situación personal?
J.C.L.: Es un desastre.

M.I.R.: ¿Es cierto que la soledad lo ha llevado a salir con otras mujeres?
J.C.L.: Mire: yo vivo solo en mi casa y mi vida es un desastre. Mi vida se me acabó. En lo social, en lo profesional, en lo económico, en todo. Es un desastre bajo todo punto de vista. Mi familia vive en Cartagena. Mis amigos, los primeros años del secuestro de Íngrid cerraron filas a mi alrededor y me apoyaban mucho, me sacaban a almorzar, a cine… Pero al cuarto año de este drama, uno va perdiendo hasta los amigos. Si te invitan a una fiesta, la gente te rehuye. Uno sin quererlo daña cualquier fiesta por el dolor que lleva por dentro. A la gente le da pena divertirse delante de mí. O pasa lo contrario: yo no quiero hablar del tema, pero alguien en la fiesta sí, y empieza el monotema. Total, ya no me invitan a fiestas.

M.I.R.: Juan Carlos, ¿no cree que ha habido una equivocación en el manejo del tema del secuestro de Íngrid? Crudamente se lo pregunto: la valorizaron tanto internacionalmente, que no me extrañaría que fuera la última a la que soltaran las Farc… Es su pasaje a las primeras planas de los diarios europeos.
J.C.L.: Pero por ejemplo los familiares de los soldados y los policías me dicen que gracias a que secuestraron a Íngrid es que se habla del tema, tanto aquí como en Europa. Si no, el tema no existiría, en Colombia tendría un nivel medio y casi nulo en el mundo. Nosotros podemos habernos equivocado mucho en el manejo, pero es que estamos en el peor de los mundos, en el peor de los dramas que puede sufrir una familia. Es un desespero, una ansiedad, unas ganas de hacer cosas porque hay meses en los que no pasa nada, en los que me esfuerzo por hacer algo que llame la atención para que el tema vuelva a aparecer aunque sea en un renglón ante los medios.

M.I.R.: Vamos a pensar en positivo. Íngrid, Clara, Emmanuel y todos los demás secuestrados tienen que salir vivos de este calvario. El sacrificio de los diputados tiene que servir para que eso suceda. ¿Cómo cree que va a salir Íngrid? ¿Culpando definitivamente a las Farc de su secuestro? ¿Culpando al Presidente por las dificultades del acuerdo humanitario? ¿Con ganas de perderse del mundo y dedicar el resto de la vida a su familia? ¿Saldrá a hacer política e incluso a repetir su aspiración presidencial?
J.C.L.: No veo fácil que Íngrid salga. Mientras Uribe sea Presidente, eso es muy improbable que suceda, porque ni él va a despejar, ni las Farc la van a entregar. Estamos esperando una desgracia, como la que acaba de suceder.

M.I.R.: Le repito que soy optimista. Pero ante la eventualidad de esa desgracia, dígale algo a las Farc, que es un poco lo que el país reclama de la familia Betancourt…
J.C.L.: Los de las Farc son unos animales. No tienen el 1 por ciento de humanidad. No son personas. Eso que ellos hacen no es de humanos. Se trata de un grupo al que le deben cerrar las puertas en todo el mundo.

M.I.R.: ¿Eso lo tienen claro la madre y la hermana de Íngrid?
J.C.L.: No, y ahí empiezan las diferencias. Pero ya que tenemos una gente que es así de antihumana, el gobierno no se puede poner al mismo nivel de las Farc. El gobierno debe ser el humano, el que esté del lado nuestro, apoyándonos. El bueno es el gobierno, los inhumanos son ellos, luego el gobierno no puede rebajarse a ponerse de igual a igual en su intransigencia con ellos.

M.I.R.: Le parece normal que la vida siga como si nada, y que el día del asesinato de los 11 diputados las emisoras de radio estuvieran dedicadas a transmitir un partido de fútbol, que además resultó catastrófico para Colombia? ¡Es que aniquilaron a la generación política de un departamento…!
J.C.L.: Me duele muchísimo. En el alma. Nuestra sociedad está anestesiada por tanta violencia y ha perdido capacidad de reacción. Aquí se hace una manifestación para impedir las corridas de toros que reúne muchos manifestantes afuera de la plaza, y nadie sale a protestar a la plaza de Bolívar ni a ninguna plaza cuando caen soldados y policías o cuando se produce una masacre como la de los diputados, que son seres humanos y no animales. Eso es enfermizo. Lo que le puedo decir con respecto al terrible suceso de los diputados, es que siento la muerte caminando. Y que a Íngrid la vi muerta por primera vez en estos cinco años y medio.