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CON EL AGUA AL CUELLO

Medio centenar de muertos, 25 mil familias sin techo y 3 mil millones de pesos en pérdidas, balance del peor invierno en más de 15 años.

10 de diciembre de 1984


De nuevo ha regresado el "general Invierno". Se trata del mismo que, con características muy diferentes a las de los climas tropicales colombianos, derrotó a Napoleón y a Hitler en Rusia. Esta vez se está llevando por delante medio país, dejando sin techo a más de 25 mil familias y arrasando cosechas, ganado y carreteras en más de 15 departamentos. Aunque es bien cierto que el fenómeno se repite todos los años, la verdad es que las proporciones del invierno de 1984 prometen superar incluso las del invierno de 1970, recordado por socorristas de la Cruz Roja y miembros de la Defensa Civil como uno de los más devastadores de la segunda mitad de este siglo. En el caso del río Cauca, la creciente de 1970 alcanzó los 9.5 metros. A fines de la semana pasada se calculaba que la de este año podía llegar fácilmente a los 10 metros, por la forma como seguía lloviendo en las cabeceras.

Quizá la mayor diferencia entre el actual invierno y el del 70 radica en que el de hace 14 años, pese a la violencia de sus inundaciones y derrumbes, no alcanzó a abarcar tantas regiones del país al mismo tiempo. Este año, no sólo las bajas cuencas del Magdalena y el Cauca se han visto afectadas. También se han desbordado los ríos Sinú en Córdoba, San Jorge en Sucre, Nechí en Antioquia y Sumapaz en Cundinamarca. El número de muertos tampoco tiene antecedentes: 52 hacia fines de la semana pasada, sin hablar de las personas que se encontraban desaparecidas. Las pérdidas materiales, por su parte, sobrepasaban los 3 mil millones de pesos.

Se calcula que unas 80 poblaciones han sido parcial o totalmente inundadas por la creciente de los ríos. De ellas, unas 30 han resultado prácticamente arrasadas por el lodo y las aguas, obligando al traslado de cerca de 3 mil familias. Una de las zonas más afectadas es el departamento del Valle, donde unas 10 mil familias han debido ser auxiliadas por la Cruz Roja y la Defensa Civil. Ni siquiera la propia capital, Cali, ha podido sustraerse a la furia de las aguas del Cauca y sus afluentes de la región. Aparte de ella, Yumbo, Palmira, Buga, Pradera, Sevilla, Cartago, Tulua y Puerto Tejada, en el Cauca, han visto desaparecer barrios enteros en sus zonas más bajas.

Otro tanto ha sucedido en la zona de Magangué y en la isla de Mompós a donde los auxilios sólo pueden llegar por chalupas y pequeñas embarcaciones de la Armada Nacional, pues las carreteras y caminos de herradura han sido borrados del mapa y las pocas pistas de aterrizaje de la región se han convertido en inmensos lodazales. También se ha visto considerablemente afectada la zona de La Monjana, en Sucre, una de las más importantes despensas agrícolas, ganaderas y piscícolas de la Costa Atlántica.

Igualmente, poblaciones de la importancia de Puerto Boyacá en el Magdalena Medio han dejado de ser noticia por cuenta de la extorsión, el secuestro y los escuadrones de la muerte, para saltar a las primeras planas de los periódicos a causa de las inundaciones. En Puerto Boyacá, cerca de 200 familias debieron recurrir al auxilio de los socorristas a medidados de la semana pasada. Del mismo modo han resultado perjudicadas poblaciones de la importancia de Melgar, en el Tolima, donde el río Sumapaz no ha respetado ni siquiera las colonias vacacionales de gentes acomodadas de Bogotá.

Los perjuicios a la agricultura son enormes. La cantidad de hectáreas inundadas en el Valle, en el Bajo Cauca y en el Magdalena Medio y Bajo superaba a fines de la semana pasada las 100 mil hectáreas. No sólo se pierden cosechas y ganado. También se perjudica la pesca pues son muchos los peces que son sacados de los ríos y de las ciénagas a causa de las crecientes, y que terminan muriendo bajo el lodo.

La pregunta que muchos colombianos se hacen cada año, cuando se presentan las inundaciones invernales, es por qué no se desplazan a zonas altas más seguras aquellas familias que anualmente pierden su tierra y sus viviendas bajo las aguas de las crecientes. De las 3 mil familias que las autoridades han querido trasladar, muchas se han negado a abandonar sus parcelas. No sólo porque es lo único que tienen, sino porque se juegan una especie de lotería hacia el futuro si se quedan allí. Cuando bajen los ríos y se vayan las aguas, esa tierra que ocupan quedará extraordinariamente bien abonada y su fertilidad tendrá características únicas. Su nivel de humedad será tan alto que ni siquiera la sequía, que puede venir cuatro o cinco meses después de que termine el invierno, podrá afectarla. De ahí que esas familias decidan jugársela toda en su parcela inundada, arriesgándose eso sí a que dentro de un año, vuelvan las inundaciones y se pierdan sus cosechas. Pero mientras regresa el invierno, habrán podido, con algunos productos, obtener buenas cosechas para venderlas al final de la época de sequía, cuando algunos precios están por los cielos.

Otro capítulo típico del invierno colombiano son los derrumbes en las carreteras. Este año, la más afectada ha sido la carretera Medellín-Bogotá, que en tres ocasiones ha debido cerrarse al tránsito en las últimas semanas. También se han presentado problemas en la vía de Bogotá a Villavicencio, inolvidable en materia de derrumbes desde la tragedia de Quebradablanca en la década pasada. Pero los derrumbes más graves para la economía nacional son sin duda alguna los que afectan las dos vías que comunican a la Costa Atlántica con el interior del país. Tanto la vía de Bucaramanga como la de Montería estaban cerradas al tránsito a mediados de la semana pasada. Aparte de las carreteras, barrios de invasión al borde de las montañas han desaparecido por deslizamientos en Manizales.

¿Qué puede hacerse para que no se repita todos los años la misma historia? Aparentemente muy poco o nada. Cualquier obra de canalización de los ríos Cauca y Magdalena costaría miles de millones y con todo eso no se estaría asegurando mayor cosa. La prueba es que en países tan desarrollados, con gran tecnología y buenos presupuestos, como los Estados Unidos, Alemania y Francia, para no hablar de los Países Bajos, la lucha contra las inundaciones y otras inclemencias del tiempo sigue siendo dura y muy pocas veces exitosa. Funcionarios de la Cruz Roja y de la Defensa Civil opinan que lo que debe tratar de hacerse es mejorar la capacidad de socorrer a los damnificados en un momento dado. Este año ha habido más coordinación que nunca entre las distintas entidades y se ha constituido un Comité Nacional de Emergencia, a través del cual se han canalizado todos los auxilios y se han tomado todas las medidas. El problema mayor es de presupuesto: los fondos de ayuda ya se están agotando y faltan todavía, según el Himat, unas tres semanas de lluvias fuertes. Eso si el invierno termina durante la segunda semana de diciembre y no se prolonga aún más. Pues si las lluvias siguen hasta principios del 85, problemas como el del déficit fiscal, la caída de las reservas, el diálogo nacional y el secuestro pueden pasar por mucho tiempo a segundo plano.