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Jairo y Vidal aseguran tener el mejor trabajo del mundo: cuidar el páramo donde nace el río Bogotá, el alma de la sabana de los muiscas. La laguna del Valle es la primera en recibir las gotas cristalinas del río Funza o Bogotá.

CONSERVACIÓN

Conozca los guardianes del Páramo de Guacheneque

Vidal González y Jairo García, dos campesinos de Villapinzón, son los ojos, oídos y voz del nacimiento del gran varón de la sabana en el páramo de Guacheneque, un colchón de frailejones, musgos y plantas con poderes medicinales.

29 de noviembre de 2020

Cuando cumplió los 4 años, una tarea encomendada por su padre le cambió la manera de ver el mundo a Vidal González, un campesino curioso y dicharachero con los cachetes pintados de rojo: sacar a pastar diez ovejas por una zona paramuna bañada por una espesa niebla.

Don Marco Tulio le dio a su pequeño varias recomendaciones antes de su primera travesía por el páramo de Guacheneque, en Villapinzón, como no dejar sueltas a las ovejas, cuidar todo el verde y pedirle permiso a la naturaleza para que su expedición fuera exitosa.

El espíritu curioso de Vidal lo llevó a meterse en un lugar repleto de frailejones, plantas que convierten el rocío de la lluvia en gotas de agua, donde una imponente laguna le estremeció el cuerpo. “La laguna emitía fuertes bramidos, como advirtiendo que ni por el chiras me fuera a meter en sus aguas cristalinas”.

Con las ovejas atadas con cabuyas, el pequeño campesino contempló la magia de Guacheneque. Al llegar a su casa de bahareque en la vereda Chasquez, buscó a su progenitor para contarle la experiencia natural, pero Agustín González, su abuelo, tomó la vocería.

“Me dijo que esa belleza era la laguna del Valle, sitio donde nace el río Funza o Bogotá, y que fue testigo de los rituales de los muiscas. Mi abuelo me advirtió que el cuerpo de agua estaba protegido por un hechizo ancestral conjurado por los indígenas para que nadie lo lastimara”.

Ese primer encuentro con la laguna, dado a mediados de la década de los cincuenta, despertó una sensibilidad ambiental en Vidal, lo que su abuelo aprovechó para contarle sobre las bondades del páramo. “Don Agustín me llevó a recorrer las 8.900 hectáreas de Guacheneque. Conocí las otras 11 lagunas que forman el río Funza, como la del Mapa, y me enseñó los poderes de 273 especies de plantas”. En esos recorridos, Vidal supo que hace más de 100 años esas lagunas eran una sola, un cuerpo de agua extenso y repleto de peces capitán, cangrejos, renacuajos y nutrias, en donde aparecían osos de anteojos, venados de cola blanca y leoncillos.

“Nadie podía ingresar a sus aguas o talar los bosques porque se los comía vivos. Los campesinos fueron a donde el cura de Villapinzón para romper con el conjuro, quien les dijo que le echaran sal de Nemocón para amansarla. Eso la fragmentó: asaltaron con el santo y la limosna”.

Luego de prestar el servicio militar, Vidalejo, como lo llaman sus amigos, se casó con Teresa de Jesús Moreno y procrearon diez hijos. Para llevar la comida a su casa, empezó a trabajar como fontanero, pero su corazón estaba incompleto.

“Dividía mi tiempo entre la fontanería y los recorridos por Guacheneque. También iba al pozo de la Nutria, la primera caída del río Funza por una cascada de 17 metros. Yo soñaba con trabajar en esa maravilla natural”, recuerda Vidal, hoy con 69 años de vida.

El sueño tardó bastante. En 1991, Juan Domingo Barrero, alcalde de Villapinzón, le propuso convertirse en el primer guardabosque del páramo, una palabra desconocida para Vidal. “Mi tarea sería cuidar las lagunas, frailejones y animales. A los 40 años renuncié a la fontanería”.

Vidalejo, quien no se cansa de decirle “tío” a todo el que conoce, asegura que tiene el mejor trabajo del mundo. “Mi oficina es el páramo y mis tareas son controlar los incendios y talas de los vergajos, evitar las basuras al río Funza, denunciar la minería y liderar caminatas ecológicas con los turistas”.

Hace 18 años, Vidal comenzó a reverdecer el páramo. “La CAR sembró 11.000 pinos en el lugar, pero yo sabía que esa planta no es de acá. Con lo que me enseñó mi abuelo, cada año sembré 76.000 árboles nativos en zonas de amortiguación, como mortiños, siete cueros, laureles y gaques”.

Como guardabosque, este villapinzonense ha logrado que 11 kilómetros del río Bogotá luzcan cristalinos, el único tramo de sus 380 kilómetros que está en buenas condiciones.

El páramo de Guacheneque cuenta con más de 270 especies de plantas, un ramillete que incluye diversos tipos de frailejones.


El heredero

En octubre, luego de 29 años como único guardián de Guacheneque, Vidal recibió su pensión, un regalo que al comienzo vio como una sentencia amarga. “Yo no puedo vivir sin proteger el páramo. El descanso llegará cuando me muera; seguiré velando por el ecosistema. Quiero que la gente me recuerde así: Vidal murió feliz y en el bosque”.

Aunque Vidal no pretende abandonar el páramo, la zona no podía quedar desamparada: Jairo García, otro campesino de Villapinzón, será el nuevo guardabosque. “Ya le conté toda la historia del lugar y estamos en clases sobre las plantas del páramo. Jairo es mi heredero porque tiene ese espíritu protector”, expresó Vidalejo.

Jairo nació hace 31 años en la vereda San Pablo, donde sus padres le enseñaron a trabajar la tierra. “El campo fluye por mis venas. A los 12 años salí de la escuela para cultivar, pero al poco tiempo volví a terminar el bachillerato con la platica que ganaba sembrando papa y zanahoria”.

Aunque vive a pocos kilómetros de las lagunas que forman el río Bogotá, Jairo, un hombre alto con cabello rubio y piel rojiza, no las conocía. Toda su adolescencia estuvo dedicado a su trabajo como agricultor; no obstante, admite que la naturaleza forma parte de su ser.“

Este año me cambió la vida. En enero recibí tres propuestas de trabajo: conductor de un vehículo, vendedor de agroquímicos y guardabosque. Una tarde le dije a Dios que me guiara para escoger el mejor camino, uno que dejara huella, y fue el de guardián del páramo”.

La palabra guardabosque no formaba parte de su ADN. “Se me vino a la mente que tenía que guardar un bosque, pero no entendía cómo. Don Vidalejo me abrió los ojos y, sin una gota de envidia, empezó a inyectarme todo ese conocimiento ancestral y ambiental”.

Vidal llevó a Jairo a lo más profundo del páramo, como lo hizo su abuelo en los años cincuenta. “Conocer las lagunas, el río y toda la naturaleza fue mágico. El tío Vidal me empapó de la historia y comenzó a enseñarme sobre las plantas que curan enfermedades. Es un hombre creyente en la Pachamama, que sabe cuándo va a llover con el canto de un ave”.

En el poco tiempo que lleva como nuevo centinela de Guacheneque, Jairo comprendió que uno de sus principales trabajos será velar por los frailejones. “Quedé muy preocupado al encontrar que varios frailejones son atacados por la polilla guatemalteca, una plaga que también acaba con los cultivos de papa. Tenemos que hacer estudios para ver cómo erradicarla”.

La pureza del río Funza se aferró con fuerza en Jairo, quien actualmente cuida a sus padres en la casa que lo vio nacer. “El agua es nuestro mayor tesoro. Por eso debemos disminuir el consumismo, en especial las bolsas plásticas y aceites de cocina. Si seguimos así no le vamos a dejar nada a las generaciones futuras”.Aunque la vida es azarosa, Jairo cree que va a repetir la historia de Vidal. “Voy a dar todo para proteger el páramo. Si Dios me lo permite, quiero llegar a la vejez como guardabosque, un trabajo que, como me dijo el tío Vidal, es el mejor del mundo”.

¿Qué es el Grupo Río Bogotá?

El Grupo Río Bogotá es una iniciativa de la Fundación Coca-Cola, el Banco de Bogotá del Grupo Aval, el consorcio PTAR Salitre y SEMANA, que, por medio de contenidos periodísticos, eventos y foros, desde hace más de seis meses posiciona en la agenda nacional la importancia y el potencial del afluente. Un esfuerzo que comienza por conocer y entender su pasado, su origen y su lucha por sobrevivir. Este grupo trabaja en la articulación de sectores y actores que inciden en la cuenca, desarrollando alianzas para establecer su estado y uso, sensibilizando a la población y dando a conocer proyectos comunitarios. También sirve de puente entre autoridades ambientales, campesinos e industriales, y de esta manera promueve iniciativas en pro del río, apoya la veeduría a las inversiones y consolida proyectos de investigación y educación ambiental.