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La revancha de los animales

Durante años, los humanos han tratado a otros seres vivos como si fueran cosas. ¿Qué pasaría si tuvieran derechos? La Corte Constitucional tiene el caso.

10 de mayo de 2014

Abraham Lincoln decía: “Estoy a favor de los derechos de los animales al igual que de los derechos humanos...No me importa mucho la religión de un hombre cuyo perro y gato no es lo mejor para él”. Esa proclama, que el presidente norteamericano dijo hace más de un siglo, está más vigente que nunca. En Estados Unidos hay un debate nacional por cuenta de que por primera vez en la historia un chimpancé demandó a su dueño y, en Colombia, la Corte Constitucional discutió esta semana un tema similar sobre los animales de los circos. Por unos días, los magistrados no hablaron del fallo de La Haya ni del marco para la paz, sino que entablaron una de las más profundas y álgidas discusiones de la modernidad: si los animales pueden equiparse en algún sentido a los seres humanos.

El debate tiene tanto de largo como de ancho. Reconocer los derechos de los animales es en cierta forma sinónimo de desarrollo. En muchos países europeos existe una gran conciencia por el cuidado del medio ambiente. Por eso el sacrificio de unas jirafas en un zoológico de Dinamarca o de unos elefantes en Francia causa más titulares que muchos conflictos armados. Tanto que, por ejemplo, la actriz Brigitte Bardot amenazó con renunciar a su nacionalidad y exiliarse si el presidente francés no intercedía por dos elefantes de Lyon que iban a ser eliminados pues se creía que tenían tuberculosis.

Colombia no ha estado lejos de esa conciencia global. El país se ha escandalizado por el sufrimiento de los animales casi tanto como por el de los humanos. Provocó gran indignación la caza de Pepe, uno de los hipopótamos fugados de Pablo Escobar (a pesar de que es una especie invasora muy peligrosa), así como la escena de un futbolista del Deportivo Pereira que cogió a patadas una lechuza, o la muerte de un cocodrilo en las playas de San Andrés. Sin embargo, no genera la misma indignación que decenas de especies estén en vía de extinción, o la minería ilegal, que no solo financia la guerra, sino que arrasa día a día el tesoro de la biodiversidad y el agua de los colombianos.

La otra cara de la discusión tiene mucho peso, pues despierta el profundo debate ético de reconocer derechos a los animales mientras no se garantizan los de la propia especie humana. Los críticos de esta filosofía se hacen preguntas difíciles de responder. ¿Se pueden tratar a los animales como personas? ¿Tienen los mismos derechos que estas y la posibilidad de reclamarlos? ¿Si las reses tienen derechos se podría comer su carne?.

Para los defensores de los animales su protección “no está fundada en el raciocinio que puedan tener, sino en su capacidad, compartida con los seres humanos, de sentir dolor”, explica el experto Carlos Lozano-Acosta. Esa discusión salió en la portada de The New York Times Magazine la semana pasada a propósito del caso del chimpancé. Científicos de las más importantes universidades de Estados Unidos explicaron que animales como los elefantes, las ballenas y los orangutanes tienen autodeterminación y un sentido de pasado y futuro. Manejan su propio lenguaje, entablan complejas relaciones sociales y tienen un sistema nervioso que les permite sufrir. Cualquier propietario de perro diría algo similar de su mascota.

La mayoría de los países que llegan a este tipo de discusiones ya han solucionado las preocupaciones fundamentales de los seres humanos. Por eso, que la Corte Constitucional debata esta cuestión muestra también que en Colombia conviven dos países por ahora irreconciliables. Por un lado está el progresista y de avanzada, que habla de los derechos de los animales y que quiere entrar a la Ocde, el de las ciudades cosmopolitas en donde los perros tienen paseador y spa. Y el otro, el excluido y marginado, en donde millones de seres humanos quisieran gozar de alguno de esos privilegios caninos.