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Jimmy perdió su pierna izquierda como soldado del Ejército. | Foto: SEMANA.

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Cosechas después de la guerra

En Cajibío (Cauca), 14 exmiembros del Ejército y la Policía en situación de discapacidad y 16 viudas de la fuerza pública encontraron en la agricultura una forma de terapia para superar sus duelos y mejorar sus condiciones de vida.

22 de febrero de 2011

* Jimmy advierte que si alguien quiere hablar con él tiene que ser sentados. “No puedo estar parado por mucho tiempo. Me duele todo”, dice. Y se sube una bota del jean. Su pierna izquierda fue reemplazada por una prótesis. Jimmy Haner Guaca fue soldado hasta que una mina le voló sus sueños dentro del Ejército.
 
“Fue en el año 2008, yo hacía parte del batallón contraguerrillas 48, móvil 16, y estábamos en una operación en la parte alta del Meta. Íbamos detrás de la columna móvil Teófilo Forero de las FARC. Era una operación contra el ‘Mono Jojoy’”, cuenta Jimmy, quien había visto “caer” a muchos compañeros, había logrado esquivar tres minas, pero quien jamás pensó que alguna vez pisaría una.
 
“Creía que sabía reconocerlas. Casi siempre metidas en tarros, ocultas de forma muy particular entre ramas, pero esa vez fallé. Aunque podíamos utilizar los detectores de minas, nos parecía un encarte. Uno se tiene que mover de un lado hacia otro y siempre de forma rápida y eso no ayuda”, dice Jimmy, quien antes de perder su pierna alcanzó a estar tres años y medio dentro del Ejército. Según él, tiempo suficiente para saber que aunque el peligro es latente, “siempre vale la pena porque es por proteger a la patria”, dice.
 
Del día en que su vida cambió por culpa de un mal paso dentro de un campo minado, del que él y su tropa estaban advertidos, dice que recuerda cómo la explosión lo tiró hacia atrás y lo primero que vio al intentar pararse fue ver su pie destruido, “sin forma”.
 
Después vino un calor que le subió hasta la cabeza. No se desmayó, pero poco recuerda de su trayecto desde aquel monte hasta el Hospital Militar de Bogotá, donde le dieron la mala noticia: había perdido su pierna izquierda, que no solo significó -dice- quedar discapacitado, sino también tener que alejarse de su sueño de “servir a la patria” dentro del Ejército.
 
Los primeros días no fueron fáciles. Aceptar que no estaba “completo”, acostumbrarse a usar una prótesis, hacer un trámite para que el Estado le “pagara” su pierna, a través de una indemnización.
 
“Yo creía que mi cuerpo no tenía precio. Pero, al final, me vi luchando por recibir plata por haber perdido mi pierna”, cuenta. Recibió 56 millones de pesos, que invirtió en una casa para vivir con su mamá y su hermana en Popayán (Cauca). “Con un techo solo necesitaba un ingreso para comer”, cuenta.
 
Sin embargo, mientras se adaptaba Jimmy comenzó a percibir las limitaciones de su condición. “Quién me iba a recibir en algún trabajo con una sola pierna, qué sabía hacer aparte de portar un arma y perseguir a guerrilleros”.
 
Buscó ayuda. “Llamé a un Coronel para que me ayudara, para que me recomendara en algo que pudiera hacer. Y aunque él sabía que yo no tenía ni idea del campo ni de labores de agricultura, me habló de un proyecto en el que tal vez tendría opción”, cuenta Jimmy.
 
Y así fue como llegó a ‘Frutos de mi tierra’. Un proyecto, que se desarrolla en Cajibío (Cauca), financiado con recursos de Tejido Humano y crédito bancario, que tiene como finalidad el sostenimiento y comercialización de tomate bajo el sistema de invernadero para beneficiar a 30 personas, víctimas de la guerra. Curarse cultivando, cosechando.
 
Al llegar allí no solo descubrió que pese a sus limitaciones, a no poder estar parado muchos minutos, podía trabajar, también supo que su situación no era única, ni la peor.
 
“Encontré a mujeres que habían perdido a sus esposos por culpa del conflicto y que de un momento a otro tenían que hacerse cargo, solas, de sus hijos. Algunas con tres, otras con cinco. Hombres que como yo, habían perdido alguna parte de su cuerpo, por culpa de una mina, o que estaban mal de la cabeza porque habían visto morir a su pelotón en alguna operación”, cuenta Jimmy.
 
Él y las otras 29 personas que hacen parte del proyecto han aprendido a labrar la tierra, construir invernaderos, sembrar, cosechar los productos y comercializarlos. Pero no lo hacen solos. La orientación la reciben de la Corporación Colombia Internacional (CCI), que es el operador permanente en el tema técnico, socio empresarial y psicosocial.
 
Y de sus primeras cosechas ya hay resultados. La mayoría del tomate que han cultivado ya fueron vendidos en supermercados de cadena, y ahora dentro de sus preocupaciones no está ser discapacitados, ni ser madres solteras. Ahora a ellos lo que más les importa es saber cuántas hectáreas tendrán disponibles para un nuevo cultivo o a dónde más podrán llevar sus cosechas. “Las prioridades han cambiado, nuestras motivaciones también”, cuenta Jimmy.
 
"Llegar es fácil, lo difícil es permanecer"
 
Agueda Vásquez es antropóloga. Ha acompañado, desde hace casi un año, a las 30 personas que conforman el proyecto. Su experiencia no es la primera de este tipo. Durante tres años trabajó con desmovilizados del Quintín Lame, por eso sabía que el proceso con estas víctimas de la guerra, no sería fácil.
 
"Aunque son dos grupos de la población que alguna vez se confrontaron, ante circunstancias como estas son iguales", cuenta Agueda, quien reconoce que con el paso de los días los obstáculos empezaron a verse. "Llegaron bajo el estigma de víctimas. Algunos sin una parte de su cuerpo, las mujeres viudas y sin aparente salida.
 
No era fácil para ellas tener que enfrentar una jornada laboral en el campo, dejando a sus hijos solos en casa, y para ellos fue muy duro cambiar las armas y su uniforme camuflado por un cultivo de tomates", cuenta la antropóloga.
 
Pero bastaron pocos días para que se animaran. Elaboraron estatutos, se constituyeron legalmente, crearon una personería jurídica. "Qué veo yo ahora? Que hay una motivación. Hay casos de jóvenes que llegaron con estrés postraumático, que habían estado en un combate y habían visto morir a todo su pelotón, pero lo han superado, ahora que están acá, que comparten con otras personas y se dan cuenta de que no todo se había perdido, que pueden ser útiles", dice Agueda, quien concluye: "claro, como todo ser humano, también tienen momentos de angustia. Son humanos".
 
* Invitación de Tejido Humano a Cajibío (Cauca).