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U R B A N I S M O

Crecer o no crecer

Con el proyecto de hacer una franja ambiental entre Chía y Bogotá, ¿se pone freno al desarrollo ordenado de la capital?

26 de junio de 2000

Al Gore, aspirante a la presidencia de Estados Unidos, lo tiene claro: “No podemos dejar expandir físicamente más nuestras ciudades”. El candidato demócrata se montó en este caballito de batalla con la certeza de que se trata de uno de los temas más sensibles para las ciudadanos de su país.

¿Cómo impulsar los suburbios sin afectar la calidad de vida de los demás? Los demócratas han dejado a un lado temas como el narcotráfico y el armamentismo nuclear, que en su momento fueron cruciales, para apostarle a este interrogante que hoy flota en el ambiente de la primera potencia del mundo.

En Colombia también está en juego la nueva configuración de Bogotá y el área donde habitarán dos millones de personas. Sin embargo el tema poco ha salido de las páginas locales de los periódicos, cumpliendo la sentencia de Mafalda: “Lo urgente no deja tiempo para lo importante”.

Además entre la opinión pública existe la sensación de que todo se reduce a un radical desacuerdo entre las autoridades ambientales y la Alcaldía Mayor cuando lo que está en juego es el nuevo concepto de la capital que, quiérase o no, genera un efecto dominó sobre el resto del país.

Todo empezó con la propuesta de la administración de Enrique Peñalosa del Plan de Ordenamiento Territorial, que busca darle cumplimiento a la Ley 388 de 1997 que obliga a todas las ciudades y municipios de Colombia a expedir su respectivo POT antes del próximo 30 de junio. En el caso particular de Bogotá lo que está en juego es la suerte de 3.100 hectáreas del borde norte y noroccidental de la ciudad, es decir, los límites con el municipio de Chía. Allí, según Peñalosa, deben construirse 500.000 nuevas viviendas. Y según las autoridades ambientales —CAR y el Ministerio del Medio Ambiente, que estuvo asesorado por un panel de calificados expertos— esa zona debe preservarse y conservarse como recurso natural. “De lo contrario se pone en grave riesgo la calidad ambiental de la ciudad”, según palabras del director de la CAR, Diego Bravo.

La respuesta de Peñalosa fue rápida: “La zona norte era la última oportunidad que tenía Bogotá de tener un desarrollo ordenado”. Al fin y al cabo, si algo ha caracterizado el crecimiento de Bogotá es la improvisación. Basta citar que entre 1986 y 1998, 2.000 de sus 30.000 hectáreas urbanas fueron desarrolladas informalmente. Otro dato que causa escalofrío es que el 18 por ciento del área urbana actual está ocupada por asentamientos ilegales. En otras palabras, esto es un verdadero polvorín social.

Esta es la preocupación de Peñalosa, para quien es mejor construir en el norte un área debidamente planificada y no dejarla al azar de los constructores piratas: “¿Qué va a pasar con los dueños de terrenos de reserva?”, pregunta él para responder: “Si llega un urbanizador pirata y les ofrece comprarles esos terrenos ellos venderán”, pronostica.

Naturalmente que al alcalde no le interesa sólo la acción de los piratas sino que sabe que atado al POT va el trámite de licencia ambiental del proyecto de la Avenida Longitudinal de Occidente, ALO, que debe servir para despejar el caótico tráfico de la ciudad. “Sabemos de la importancia de estos proyectos, del desarrollo, y por eso sugerimos una alternativa: densificar”, anota Bravo. Para él, este verbo tiene un significado simple: “Hacer crecer la ciudad hacia arriba”. Tesis que comparte el ex alcalde Antanas Mockus: “Hay que optar por un modelo más centrado en la densificación de la ciudad”.

El alcalde Peñalosa, con cifras en la mano, se aleja de esta opción porque “tenemos un promedio de 70 habitantes en las ciudades de América Latina mientras Bogotá tiene 200 habitantes por hectárea y apunta a 230, lo que equivale a la proporción de Manhattan”.

Para la CAR estas cifras deben analizarse con lupa porque, según sus estudios, si bien existen áreas con unas zonas densamente pobladas hay otras casi desérticas. En la CAR creen que “la ciudad debe absorber su crecimiento demográfico sin expandirse físicamente”. En Estados Unidos este es el meollo de la discusión. Allí, durante los años 40 y 60, el modelo que primó era el de desparramar las ciudades, ahora se trata de recogerlas. Esto lo sabe Gore, quien afirma que si llega a la presidencia de Estados Unidos trabajará para que el gobierno federal dé estímulos para el crecimiento de las ciudades hacia adentro.

El otro problema del POT es la financiación, a la que le han aparecido dos dificultades. La primera la explica el ex alcalde Jaime Castro: “En el proyecto del POT no se establece cuánto vale su ejecución y cómo se va a financiar, mientras ello no ocurra para el alcalde este será sólo un proyecto virtual”.

El otro inconveniente surgió el jueves de la semana pasada con una afirmación del propio Peñalosa, quien descartó el metro, y es que la columna vertebral del POT pasaba por la construcción de la línea A del metro como eje de la ciudad. “Como no se va a construir el metro el POT se derrumba como un castillo de naipes”, dice Castro.