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P O L I T I C A

¿Crisis? ¿Cuál crisis?

La integración de un nuevo gabinete dependerá en buena medida de que Serpa y el oficialismo liberal vean en la participación liberal una amenaza menor a la división del partido.

10 de julio de 2000

"El liberalismo no hará parte del gabinete”, sentenció el senador Luis Guillermo Vélez, jefe del Partido Liberal, la semana pasada. El anuncio cayó como un baldado de agua fría en las filas gubernamentales y aun en algunos sectores liberales. Para muchos integrantes del gobierno el ‘reversazo’ del presidente Andrés Pastrana días antes, en el tema de la revocatoria del mandato de los congresistas mediante referendo popular, era una bandera blanca al partido de oposición. Una señal de ese talante, por parte del Presidente, requería un gesto similar por parte de los liberales. Al menos eso imaginaban los pastranistas y eso era lo que le correspondía buscar al ex presidente César Gaviria en materia de mediación amigable entre los dos bandos enemigos.

Esa paz política se logró durante unos días. Serpa recibió bien el discurso de Pastrana y el gobierno invitó a todos los sectores políticos a una mesa de concertación ‘patriótica’ a la que nadie, incluyendo a Noemí Sanín, quien ha sido la más recalcitrante crítica del gobierno en esta materia, se negó a participar.

Sin embargo, luego de unas señales amables por parte de Horacio Serpa frente a la decisión de Pastrana, se produjo un retroceso dramático que tiene en ascuas al gobierno. Se trata de la amenaza liberal de mantenerse en la oposición —predecible— y de castigar duramente a los liberales que llegaren a aceptar cargos en el gabinete.

¿Por qué adoptó el liberalismo oficialista una decisión que podría o bien condenar al gobierno a unas minorías en el Parlamento hasta el final del cuatrienio o a que la participación de liberales en el gabinete de Andrés Pastrana signifique una división de facto en el partido opositor?

Fundamentalmente por una razón: los liberales a quienes busca el gobierno para fortalecer su nómina ministerial son los principales adversarios de Horacio Serpa y su llegada a los ministerios les garantiza un protagonismo que pone en peligro las aspiraciones del ex candidato liberal.

“Que Santos, Uribe Vélez o Andrés González entren al gabinete representa para Horacio un golpe por partida doble. Ellos se vuelven los interlocutores del partido y sus voceros ante el gobierno y reciben el aplauso de la gente por haberse mostrado generosos con Pastrana. Y además le dejan a Serpa la desgastadora tarea de ser el ave de mal agüero que señala sólo lo malo que ocurre en el gobierno”, dijo a SEMANA un senador liberal.



En busca de la gobernabilidad perdida

“El nuevo gabinete no está cocinado todavía”, dijo uno de los ministros a SEMANA sobre la crisis que se avecina. Sin embargo los contactos del gobierno pasaban, al cierre de esta edición, de los ‘tanteos’ a los ofrecimientos reales. No obstante, sólo hasta que el liberalismo abra un poco las compuertas de la participación de miembros suyos, aun a título personal en el gabinete, no habrá anuncios oficiales sobre el tema. Es decir, quedan aún un par de semanas de gabinetología.

Para el gobierno resulta fundamental lograr tres objetivos con el cambio de ministros. El primero de ellos es la renovación del discurso en materia económica. Tanto el ministro saliente, Juan Camilo Restrepo, como el propio gobierno, saben que el cambio en esa cartera se convierte en una prioridad a la hora de refrescar el discurso económico, recuperar la credibilidad en los mercados externos y abrir el abanico político a liberales y conservadores de mayor peso político y con mayor influencia en el Congreso. El paso de las reformas económicas no se garantiza apenas con la inserción de liberales a título personal en el gabinete sino con el reemplazo de la delantera. Pero aún no están claros en la oportunidad para llevar a cabo este relevo.

El segundo objetivo es recuperar las mayorías parlamentarias. Pero este propósito no se logra como lo hicieron los ministros en los primeros dos años del gobierno: cambiando puestos por votos. Se alcanza mediante acuerdos de naturaleza política sobre los temas fundamentales. Y para lograrlos se requiere que el nombramiento de liberales en el gabinete sea tomado por el oficialismo con tranquilidad y no como un acto de beligerancia lentejista.

Por último, para el gobierno es indispensable recuperar protagonismo en los temas nacionales y eso sólo lo conseguirá con ministros que tengan peso específico y que puedan enfrentarse a un Presidente que ha logrado, con su carácter empecinado, ahogar toda señal de resistencia dentro de su gobierno.

Por lo pronto lo único que se sabe sobre la anunciada crisis de gabinete es que el gobierno espera que el liberalismo suavice su posición ante la posibilidad de nombrar ministros de esa filiación. Y esto ocurrirá sólo si el partido de oposición y su más seguro candidato en 2002, Horacio Serpa, entienden que, de no hacerlo, la composición del nuevo gabinete será la protocolización de la división liberal. Pero, además de eso, Serpa deberá entender que para él es más fácil vencer a sus adversarios en una consulta liberal de un partido unido que ganar la Presidencia como el candidato de un liberalismo dividido.